Una Relación de Amor y OdioA Love-Hate Relationship

24 Agosto 2012

Escribo esto el día después de que se jugara el Torneo Abierto de Golf 2012 en el Royal Lytham & St. Annes en Inglaterra. Este fue ganado por el golfista sudafricano Ernie Els tras un trágico colapso en los últimos cuatro hoyos del encantador, pero nervioso australiano Adam Scott. No lo presencié dado que estaba jugando mi propio campeonato.

Mi relación con el golf es más bien una historia humillante y mis “sentimientos” por Scott son muy profundos. Me encanta el juego, pero también lo odio, ¡con toda la odiosidad que pude juntar! ¿Por qué?

Cuando joven era un golfista bastante bueno, con buena técnica y bastante agresivo. Salvo por un “problema de actitud”, en general estaba conforme con mi juego.

Con el paso del tiempo, tenía cada vez menos tiempo para jugar (y ¡más y más trabajo!), pero en las ocasiones en que logré llegar a la cancha mi juego se fue deteriorando de manera constante y me convertí en una vergüenza. En mis propias palabras, por cierto, todavía era un jugador muy competente, pero por alguna inexplicable razón este talento no se desplegaba en la calle. Mi score por 18 hoyos fue decayendo hasta que llegué a los 100 tiros y luego caí a 110 e incluso a 120. Mi problema de actitud creció hasta que un día me preguntaron si estaba conforme con haber podido lanzar mi palo más lejos de lo que había llegado la pelota de golf… estaba en peligro incluso de perder amigos. Expliqué que lamentaba estar jugando tan mal, solo para que un “amigo” me recordara que siempre había jugado mal (¡!) pero que los gritos, los garabatos y el lanzamiento de los palos al espacio les daba vergüenza a todos. Concordé en que estaba echando a perder su placer y entonces me retiré del golf por casi 15 años.

Ahora regresé: un golfista retrasado, pero (en su mayor parte) más feliz. Me había convencido de que estaba comenzando un nuevo deporte y que cualquier recuerdo que hubiera guardado del golf era simplemente una falla en mis disco duro humano. Nunca más asociaría mis palos de golf con ADM. Sí, Armas de Destrucción Masiva…

Compré nuevos palos, pelotas, zapatos de golf, un guante e incluso tomé unas pocas lecciones. Disfruté de mi juego (aún con 120, pero ¡divertido!) y disfruté socializando con otros golfistas en la cancha. La vida era buena. Me podía reír de mis malos tiros y pelotas perdidas.

Luego tuve una recaída. Estaba en Estados Unidos jugando golf con una hermana, un cuñado y un amigo. Los primeros cinco hoyos fueron un gran éxito y le estaba pegando bien a la pelota. Luego Murphy asomó su fea cabeza y reprogramó mis circuitos. De repente, y muy tontamente, pensé que en realidad era un golfista bastante bueno y comencé a esperar un buen score en cada hoyo. Pero eso simplemente no era posible. Peor, perdería la pelota por completo (no lograría pegarle) o sacaría un pedazo de pasto del porte de un plato mientras mi pelota se movía apenas seis pulgadas. Entonces colapsé. Tras una secuencia particularmente horrible de tiros, grité una palabrota de cuatro letras sin una dirección en particular, pero más bien fuerte. También sentí que ya no sostenía mi palo…

Hubo un silencio total a mi alrededor. Mis compañeros de juego tenían la vista incómodamente fija en sus zapatos y otros jugadores de greens y tees cercanos estaban congelados a mitad del swing. Comencé a murmurar mi disculpa con “¿Alguien vio a dónde quedó mi palo?” Sin que hubiera respuesta, proseguí: “Está muy húmedo… se me debe haber resbalado”. Entonces escuché a una anciana estadounidense señalar: “Les dije que los extranjeros era una mala influencia para el juego”.

Usé los árboles para esconderme mientras volvía al clubhouse y mi auto, donde -para mi horror- estaba el gerente del club. Sonreí avergonzado esperando una reprimenda. “Lo sé, hijo (¡yo tenía edad suficiente para ser su padre!), es solo un juego, trata de disfrutarlo. Incluso de los malos tiros vale la pena reírse”. Quería decirle Sé eso imbécil, pero en cambio le agradecí por su sabiduría, guardé mis palos (¡todos menos el que había desaparecido!) en el auto y me fui manejando.

Acepté (la Sra. Eneldo insistió) en tomar un curso de manejo de la ira y solo después de esto se me permitirá “salir” de nuevo. Todo muy, muy humillante…

Sigo atrapado en esta “relación de amor y odio” con el gran juego; pero ¿encontraré amor?

Santiago Eneldo

(Consejos para practicar golf a [email protected])

I write this the day after the 2012 Open Championship was played at Royal Lytham & St. Annes in England. This was won by South African golfer Ernie Els after a tragic collapse over the last four holes by the charming but nervy Australian, Adam Scott. I did not witness this as I was playing my own championship.

My relationship with the game of golf is a rather humbling story and my “feelings” for Scott run very deep. I love the game but I also hate it - with all the loathing I can muster! Why?

As a young man I was quite a fine golfer; good technique and quite aggressive. Except for an “attitude problem”, I was generally pleased with my game.

As time moved on, I had less and less time to play (more and more work!) but on the occasions I did make it out to the course my game steadily deteriorated and I became an embarrassment. In my own mind, of course, I was still a very competent player but for some inexplicable reason this talent did not unfold on the fairway. My score for 18 holes headed further “south” until I arrived at 100 shots and then slipped to 110 and even 120. My attitude problem grew until one day I was asked if I was satisfied being able to throw my club further than the golf ball had travelled… I was even in danger of losing friends. I explained that I was sorry for playing so badly only for a “friend” to remind me that I had always played badly (!) but that screaming, swearing and launching clubs into orbit caused embarrassment for all. I agreed that I was spoiling their pleasure and so I retired from golf for almost 15 years.

Now I have returned – a retarded golfer but (for the most part) a happier one. I had to convince myself that I was starting a new sport and that any stored memory of golf was simply a failure in my human hard drive.
No longer would I associate my clubs with WMD. Yes, Weapons of Mass Destruction…

I bought new clubs, balls, golfing shoes, a glove and I even took a few lessons. I enjoyed my game (still 120 but fun!) and I enjoyed socializing with fellow golfers on the course. Life was good. I could laugh at my poor shots and lost balls.

Then I had a relapse. I was in the U.S. playing golf with a sister, a brother-in-law and a friend. The first five holes were a great success and I was hitting the ball well. Then Murphy raised his ugly head and reprogrammed my wiring. I suddenly, and very foolishly, thought I was actually quite a good golfer and began to expect a good score on every hole. But this was just not possible. Worse, I would miss the ball entirely (air shot) or scoop out plate-sized clumps of sod while my ball moved just six inches. Then I cracked. After one particularly dreadful sequence of shots, I screamed out a four-letter word in no direction in particular – but rather too loudly. I also sensed I was no longer holding my club…

There was total silence around me. My playing partners were staring awkwardly at their shoes and other players on nearby greens and tees were frozen in mid-swing. I started my mumbling apology with: “Did anyone see where my club went?” There being no response, I continued: “It’s very humid… must have slipped from my grip”. I then heard an elderly American woman announce: “Told ya foreigners are a bad influence on the game”.

I used the cover of the trees to creep back to the clubhouse and my car where, to my horror, the club’s manager was standing. I smiled shamefully expecting a tongue lashing. “Ya know, son (I was old enough to be his father!), it is only a game, try to enjoy it. Even the bad shots are worth laughing about.” I wanted to say I know that you halfwit, but instead I thanked him for his wisdom, stuffed my clubs (all but the one that had disappeared!) into the car and drove off.

I have agreed (Mrs. Eneldo insisted) to take an anger management course and only after this will I be allowed “out” again. All so very, very humbling…

I remain trapped in this “love–hate relationship” with the great game; but will I find love?

Santiago Eneldo

(Golfing tips to [email protected])

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