Busque en las estanterías de casi cualquier supermercado en Europa hoy en día y encontrará sacos de café o barras de chocolate rotulados con la etiqueta de Comercio Justo. Es un símbolo en azul y verde sobre un círculo negro que se ve ligeramente como el símbolo chino del ying y el yang.
En Estados Unidos, tendrá que mirar más bien con detención para encontrar la etiqueta equivalente en blanco y negro, pero está en productos vendidos en tiendas minoristas como Whole Foods, Sam’s Club y Wegmans.
Una etiqueta de comercio justo indica que un producto se elaboró de acuerdo a ciertos estándares éticos. Significa, por ejemplo, que el proveedor recibió un precio que al menos cubre sus costos de producción, que se le pagó a tiempo y que tiene un compromiso a largo plazo con sus compradores, que no emplea mano de obra infantil o discrimina sobre la base de género, edad o raza y que tiene un comportamiento amigable con el medio ambiente.
El concepto se originó en Europa a fines de la década de los 60. La idea era garantizar que los agricultores del mundo en desarrollo recibieran un precio justo y se les protegiera de los caprichos y bruscos cambios de precio de los mercados internacionales de los bienes básicos.
A medida que el concepto se imponía, empresas como Traidcraft en Gran Brateña, GEPA en Alemania y Oxfam Fairtrade en Bélgica comenzaron a importar bienes desde el mundo en desarrollo en virtud de principios de comercio justo, traspasando el costo adicional a sus clientes que podían (y aún pueden) esperar pagar una prima de entre un 10% y un 15%.
Por años, el comercio justo fue un mercado de nicho para los europeos de clase media con conciencia social, quienes podían afrontar hacer un pago algo mayor por su café nicaragüense o sus porotos verdes kenianos. Pero ahora es una práctica muy común particularmente en Gran Bretaña, el nuevo epicentro del movimiento.
Grandes minoristas británicas como Tesco, Marks & Spencer y Waitrose todas venden productos con acreditación de comercio justo. Sainsbury’s, una de las principales cadenas de supermercados del país, ahora compra todas sus bananas de fuentes con certificación de comercio justo y Cadbury, el fabricante de chocolate más renombrado del país, está cambiándose a cacao producido bajo estándares de comercio justo.
La moda del comercio justo también parece estar cruzando el Atlántico y echando raíces en Estados Unidos. “No estamos ni cerca de donde quisiéramos o de nuestro colegas en Reino Unido”, señala Todd Stark, gerente de operaciones de TransFair USA, la organización que promueve el comercio justo en Estados Unidos.
“Pero realmente esperamos que durante los próximos cinco años más o menos, veamos una conciencia mucho mayor sobre los productos de comercio justo aquí”, afirma. “Es un negocio de nicho ahora, pero no tiene que serlo”.
Ben & Jerry’s, Starbucks y Dunkin’ Donuts figuran entre las grandes empresas minoristas de Estados Unidos que ya obtienen algunos de sus ingredientes de productores con certificación de comercio justo. A fines del año pasado, se vendieron en Estados Unidos las primeras botellas de vino con acreditación de comercio justo e incluyeron un sauvignon blanc chileno -Wandering Grape- elaborado en el Valle del Maule, cerca de Talca.
En total, las ventas de comercio justo en Estados Unidos recaudaron US$1.100 millones el año pasado y crecieron un 10% respecto de 2007, pese a la desaceleración de la economía. Como porcentaje de las ventas totales de alimentos y bebidas, con menos de un 1%, aún son muy pequeñas, pero un reciente sondeo encargado por Fairtrade Labelling Organizations International (FLO), entidad que establece los estándares para el movimiento, concluyó que el 57% de los consumidores estadounidenses gastaría al menos un 5% más por productos con el sello de comercio justo.
Oportunidades de Exportación
En Chile, ahora hay 17 productores que cuentan con certificación de comercio para artículos como vino, miel y frutos secos, que exportan a Europa y Estados Unidos, y otros 20 más o menos están intentando conseguir la certificación FLO.
Entre los más exitosos está Apicoop, el cuarto mayor exportador de miel de Chile. Con sede en Paillaco, cerca de Valdivia, la compañía se originó en 1980, produciendo para el mercado interno, pero su fortuna cambió en 1987, cuando rechazó a un cliente chileno clave.
“Estábamos en negociaciones con una de las principales cadenas de supermercados y las condiciones que nos ofrecían eran bastante injustas”, señala el gerente de Apicoop, Juan Eduardo Henríquez. “Estaban dispuestos a pagarnos sólo 90 días después de emitida la factura y querían rebajar el precio de nuestra miel en un 27% respecto del valor del año anterior”.
Algunos meses después, GEPA llenó el vacío y acordó comprar la miel excedente de Apicoop a un precio más alto que el que había ofrecido la cadena de supermercados y pagarle en un menor plazo. La relación floreció y GEPA sigue siendo uno de sus clientes más importantes.
Apicoop también vende miel a la británica Traidcraft, que se compromete a pagar a sus proveedores en un plazo de cinco días desde emitida la factura e incluso paga la mitad por adelantado. Henríquez señala que la estabilidad de precios ofrecida por empresas como Traidcraft y GEPA es un regalo de Dios para los pequeños productores.
Ello resulta particularmente cierto en el caso de la agricultura, afirma, donde los precios pueden variar de manera violenta de un año a otro, dependiendo del tamaño y la calidad de las cosechas. “Permite que los productores planifiquen por más de un año a la vez y que comiencen a pensar a largo plazo”, destaca.
Rafael Espinoza, presidente de Lautaro Wines, cuenta una historia similar. Su viña cerca de Curicó exporta vino con certificación de comercio justo a Canadá y a nueve países de Europa, y pronto espera comenzar a exportar a Estados Unidos.
La viña compra uvas de 22 productores locales y el beneficio para ellos quedó de manifiesto drásticamente en 2007 cuando una cosecha abundante de uva en Chile generó un exceso del insumo. Los pecios cayeron incluso hasta 60 pesos por kilo, monto inferior al costo de producción, señala Espinoza, pero Lautaro, protegida con contratos de comercio justo con importadores europeos, continuó pagando más de 100 pesos por kilo.
Espinoza también destaca los beneficios sociales del comercio justo. Además del precio mínimo garantizado, los compradores de comercio justo como GEPA y Traidcraft son obligados por la FLO a pagar a sus proveedores una prima -calculada como un porcentaje de las ventas- que debe ser invertida en proyectos de bienestar social.
“Inyectamos este dinero en salud y educación para nuestros trabajadores”, afirma Espinoza. “Actualmente tenemos cerca de 30 niños -los hijos de nuestros cosechadores de uva- que se encuentran en distintas etapas de estudio, desde el colegio hasta la universidad; sin el comercio justo, una montón de niños no habría tenido esas oportunidades”.
¿Qué Constituye el Comercio Justo?
Entonces, si el comercio justo ofrece a los productores un creciente mercado internacional, una garantía de que sus costos se satisfarán y dinero extra para desembolsar en bienestar social, ¿por qué tan pocas empresas en Chile se han subido al carro?
Parte de la respuesta radica en la falta de conocimiento. Pero hay otros problemas también, la mayor parte de los cuales surge de una pregunta fundamental: ¿quién decide qué constituye el comercio justo?
La labor de establecer los estándares recae en la FLO, una federación de asociaciones nacionales con sede en Alemania, mientras que la responsabilidad de verificar que esos estándares se cumplan recae en su agencia hermana, FLO-CERT.
Si FLO es el legislador internacional del movimiento del comercio justo, entonces FLO-CERT es su policía internacional. Pero su trabajo es extremadamente complejo, porque están tratando de establecer reglas para todo tipo de productos provenientes de países que tienen enormes diferencias en sus condiciones económicas y sociales.
FLO tiene una lista de “estándares genéricos de comercio” a los que deben adherir todos los operadores de comercio justo, pero -cuando se trata de detalles específicos- no se pueden aplicar las mismas reglas para, digamos, una gran empresa bananera en Ecuador y un campo productor de frutas administrado por una familia en Chile. De modo que, además de sus “estándares genéricos de comercio”, FLO tiene un montón de “estándares específicos por producto” que cubren de todo desde frutos secos hasta quínoa y algodón.
También tiene una lista de precios mínimos y máximos para todos los productos que certifica y una “lista de insumos prohibidos” como herbicidas y fungicidas. Incluso hay una definición de lo que constituye el largo mínimo (16 cm) y el ancho mínimo (27 mm) de una banana producida bajo los estándares de comercio justo.
FLO sostiene que esta atención a los detalles es esencial para garantizar que los estándares del comercio justo se mantengan. No obstante, los críticos del sistema señalan que es burocrático y se traga el dinero que debería destinarse a agricultores pobres en el mundo en vías de desarrollo.
Los productores tienen que pagar por la certificación FLO -cerca de US$2.500 para una empresa pequeña- y después deben pagar nuevamente por las inspecciones anuales. Muchos agricultores señalan que no pueden costear la certificación o que, incluso si pudieran, no vale su tiempo y dinero.
Como profesor de políticas alimentarias de la City University en Londres, Tim Lang ha graficado el crecimiento del movimiento del comercio justo desde sus inicios y, si bien lo defiende, reconoce los problemas.
“Creo que la mayor crítica que debe hacerse al comercio justo es que la cantidad de dinero que llega al productor primario cuando se tiene una larga cadena mundial de suministro aún es pequeña”, sostiene. “Todavía mucho más dinero de, digamos, una banana va a parar al supermercado más que al productor primario”.
Lang también admite que ha habido casos donde “el compromiso social no ha sido tan bueno como debería ser” y, por ejemplo, las primas de comercio justo no han llegado a los agricultores a los que se suponen tienen que ayudar.
Otro problema es que la FLO sólo certifica ciertos productos -bienes básicos como café, té, azúcar y fruta- y no bienes manufacturados como joyería y artesanía. Entonces, ¿cómo obtienen una certificación de comercio justo los productores de esos bienes?
Una respuesta es convertirse en miembro de la World Fair Trade Organization (WFTO), que tiene su propia etiqueta. Sus miembros simplemente tienen que demostrar que adhieren a los “10 Principios de Comercio Justo” de la WFTO, las que cubre cosas como condiciones laborales, transparencia, salarios, medio ambiente y equidad de género.
Las puntuaciones de los pequeños productores y firmas manufactureras de Chile cumplen esos criterios y muchos de ellos ya presumen de sus acreditaciones de la WFTO para que les ayuden a exportar a Estados Unidos y otras partes. Sin embargo, el peligro radica en que esta definición de qué constituye comercio justo está tan diluida que llega a carecer de significado.
Tales problemas dejan al movimiento del comercio justo vulnerable a las críticas respecto de que es un concepto muy vago o que está envolviendo al comercio en un manto de burocracia, al proteger a agricultores ineficientes ofreciéndoles un precio artificialmente alto por sus bienes, o que simplemente es un vehículo para el proteccionismo disfrazado.
Pero, ya sea en la estantería de un supermercado en Gran Bretaña o en un café Starbucks en Estados Unidos, el mercado del comercio justo parece listo para seguir creciendo. Y cualquiera sean los temas más generales, este podría -al menos en teoría- beneficiar a cientos de pequeños productores en Chile si aprovechan las oportunidades.
Productos con Certificación de Comercio Justo en Chile
En Chile, tendrá dificultades por ahora para encontrar una etiqueta de comercio justo, pero eso podría cambiar pronto si la presión de los consumidores crece, señala Gerardo Wijnant, gerente general de Comparte. Su compañía sin fines de lucro con sede en Santiago, lanzó recientemente una campaña orientada a persuadir a las grandes empresas minoristas de Chile para que comiencen a ofrecer productos con certificación de comercio justo.“Sería genial si pudiéramos hacer que, digamos, Jumbo o Líder se interesen y coloquen stands ofreciendo productos de comercio justo a sabiendas de que tarde o temprano los consumidores comenzarán a exigirlos de todos modos”, afirma.
Los consumidores chilenos, en particular los jóvenes, están cada vez más interesados en dónde y cómo se produjeron sus alimentos, argumenta. “Mire la comida orgánica”, señala. “Nadie hablaba de ella en Chile hace 15 o 20 años, pero ahora sí; el nivel de conciencia sobre estos temas está creciendo día a día”.
Gideon Long se desempeña como periodista freelance en Santiago y además trabaja para la BBC.