Recesión en Estados Unidos: Phelps sí, Stiglitz no

25 Marzo 2008
Ya no se discute que EE.UU. está en recesión. Sin embargo, debería ser un ciclo más bien corto, y hacia fines de año podríamos ver una salida. Asi encabeza Felipe Larraín, su columna "De Puño y Letra" en Economía y Negocios de El Mercurio.



Lucha de gigantes. Así podría llamarse el enfrentamiento entre dos premios Nobel de Economía, Edmund Phelps y Joseph Stiglitz, quienes muestran visiones totalmente distintas sobre la recesión actual en EE.UU. El punto central del debate no es si hay o no recesión; antes de tener los datos duros que la confirmen, todos parecen aceptarla. El punto es, primero, su magnitud y extensión; luego, cuál será su efecto en el resto del mundo y, en particular, en los países emergentes y en Chile. Partamos con los Nobel.


Según Stiglitz, la economía mundial enfrenta el peor problema financiero desde la Gran Depresión. Sólo comparar la actual crisis a la de los años 30, aunque sea como techo, resulta pavoroso. Phelps tiene una visión marcadamente menos pesimista, y considera que la recesión actual será menos dramática que aquella de la primera mitad de los setenta (que es la segunda peor desde los años 30).


La Gran Depresión fue la peor crisis sufrida por EE.UU. (y el mundo) en los últimos 150 años, con una disminución del producto nacional de 27% entre 1929 y 1933 y un aumento del desempleo hasta casi 25%. La recesión posterior que le sigue en intensidad (noviembre de 1973 a marzo de 1975) resultó en una disminución de sólo 3,1% del PIB. Las siguientes recesiones fueron cada vez más tenues, hasta la de 2001, que significó una caída de apenas 0,4% del PIB. En verdad, los ciclos se han vuelto cada vez más benignos: las expansiones más largas y las recesiones más cortas. Así, la visión de Phelps parece mucho más cercana a la realidad del ciclo de la posguerra en EE.UU. Si Stiglitz tiene razón, no sólo estaríamos ad portas de un cataclismo económico, sino que habríamos aprendido poco o nada de los gruesos errores de política macroeconómica que cometió EE.UU. en los treinta.


Crisis y soluciones

El problema actual es, sin duda, muy serio. La crisis inmobiliaria, su punto de partida, comenzó en los albores de 2006, cuando las cifras de construcción y venta de viviendas empezaron a caer. Sin embargo, sus precios se comenzaron a ajustar sólo hace algunos meses, en un clásico comportamiento de mercado inmobiliario. La crisis deterioró la cartera de los bancos e instituciones financieras especializadas, y las pérdidas ya van en los cientos de miles de millones de dólares. Pero nadie sabe a ciencia cierta cuánto son: la incertidumbre sobre el monto de las pérdidas y el valor de los activos exacerba el problema y alimenta el pánico.


Por otro lado, el sector manufacturero comenzó a tambalear. El índice ISM, que representa las perspectivas económicas del sector, marcó 48,3 puntos en febrero, en circunstancias que una lectura por debajo de 50 indica señales de contracción. Tanto el sector construcción como el manufacturero y el financiero han protagonizado caídas continuas en la creación de empleo desde mediados de 2007, que se han agravado en los últimos meses. Ello se ha traducido en pérdidas de empleo para EE.UU. como un todo en los últimos dos meses. Este ambiente negativo es percibido por los agentes económicos, y la confianza del consumidor ha caído a niveles mínimos.

EE.UU. está en recesión casi con seguridad en el actual trimestre, y posiblemente (con las revisiones de cifras) desde el último trimestre de 2007, en que preliminarmente apuntó una escuálida expansión del PIB de sólo 0,6%. La salida vendrá probablemente en la segunda mitad de este año, basada en cuatro elementos principales. Primero, la política monetaria marcadamente expansiva: la FED ha proveído liquidez generosamente y ha rebajado la tasa de fondos federales en 300 puntos base desde septiembre del año pasado -hoy está en 2,25%, y es claramente negativa en términos reales-, y continuará reduciéndola. Segundo, el paquete de estímulo fiscal ya aprobado, que inyectará recursos a la economía en una magnitud cercana a 1% del PIB. Tercero, la depreciación del dólar, que se ha traducido en una enorme ganancia de competitividad para las empresas de EE.UU., cuyas exportaciones crecen hoy a tasas cercanas al 12%. Por último, la capacidad de ajuste de la economía de EE.UU., que se refleja en su alto grado de movilidad laboral y su posibilidad de capitalizar rápidamente las instituciones financieras en problemas. La caída de Bear Stearns, por ejemplo, es una muy mala noticia para sus accionistas, pero si JP Morgan (u otro "white knight") lo compra, ello le da continuidad a la empresa y minimiza el perjuicio social. Por supuesto, la estrategia de la Fed tiene riesgos. Bajar la tasa y aumentar agresivamente la liquidez no garantiza que aumente el crédito en la economía, porque ello depende de la disposición a prestar de las instituciones financieras y a endeudarse de personas y empresas; ambas se han visto fuertemente debilitadas. A su vez, se corre el riesgo de aumentar la inflación y debilitar adicionalmente el dólar. Con todo, la Fed no tenía muchas opciones.


Si bien la recesión de EE.UU. afectará a las economías emergentes, el impacto será más acotado que antes. Muchas de estas economías presentan fundamentos macroeconómicos bastante sólidos en términos de balance fiscal, deuda pública, deuda externa y reservas internacionales. A ello se suma la bonanza en sus términos de intercambio, debido a los altos precios de los commodities. Ésta se mantendrá mientras el dinamismo de Asia -principalmente de China- se mantenga. Del total mundial, China consume 25% en cobre y un tercio en acero, aunque sólo 8% del petróleo. La gran pregunta es cómo pueden mantenerse tan elevados los precios de las materias primas con la recesión en EE.UU. China seguirá creciendo fuerte, pero se desacelerará entre 1 y 2 puntos respecto de 2007. En este escenario, Chile sobresale por su solidez macroeconómica y sus ganancias de términos de intercambio, que desde 2000 han aumentado más que los de cualquier otro país latinoamericano, excepto Venezuela. Y con estas condiciones excepcionales, bien cabe preguntarse por qué Chile crece tan poco. Pero eso es materia de una futura columna.
Ya no se discute que EE.UU. está en recesión. Sin embargo, debería ser un ciclo más bien corto, y hacia fines de año podríamos ver una salida. Asi encabeza Felipe Larraín, su columna "De Puño y Letra" en Economía y Negocios de El Mercurio.



Lucha de gigantes. Así podría llamarse el enfrentamiento entre dos premios Nobel de Economía, Edmund Phelps y Joseph Stiglitz, quienes muestran visiones totalmente distintas sobre la recesión actual en EE.UU. El punto central del debate no es si hay o no recesión; antes de tener los datos duros que la confirmen, todos parecen aceptarla. El punto es, primero, su magnitud y extensión; luego, cuál será su efecto en el resto del mundo y, en particular, en los países emergentes y en Chile. Partamos con los Nobel.


Según Stiglitz, la economía mundial enfrenta el peor problema financiero desde la Gran Depresión. Sólo comparar la actual crisis a la de los años 30, aunque sea como techo, resulta pavoroso. Phelps tiene una visión marcadamente menos pesimista, y considera que la recesión actual será menos dramática que aquella de la primera mitad de los setenta (que es la segunda peor desde los años 30).


La Gran Depresión fue la peor crisis sufrida por EE.UU. (y el mundo) en los últimos 150 años, con una disminución del producto nacional de 27% entre 1929 y 1933 y un aumento del desempleo hasta casi 25%. La recesión posterior que le sigue en intensidad (noviembre de 1973 a marzo de 1975) resultó en una disminución de sólo 3,1% del PIB. Las siguientes recesiones fueron cada vez más tenues, hasta la de 2001, que significó una caída de apenas 0,4% del PIB. En verdad, los ciclos se han vuelto cada vez más benignos: las expansiones más largas y las recesiones más cortas. Así, la visión de Phelps parece mucho más cercana a la realidad del ciclo de la posguerra en EE.UU. Si Stiglitz tiene razón, no sólo estaríamos ad portas de un cataclismo económico, sino que habríamos aprendido poco o nada de los gruesos errores de política macroeconómica que cometió EE.UU. en los treinta.


Crisis y soluciones

El problema actual es, sin duda, muy serio. La crisis inmobiliaria, su punto de partida, comenzó en los albores de 2006, cuando las cifras de construcción y venta de viviendas empezaron a caer. Sin embargo, sus precios se comenzaron a ajustar sólo hace algunos meses, en un clásico comportamiento de mercado inmobiliario. La crisis deterioró la cartera de los bancos e instituciones financieras especializadas, y las pérdidas ya van en los cientos de miles de millones de dólares. Pero nadie sabe a ciencia cierta cuánto son: la incertidumbre sobre el monto de las pérdidas y el valor de los activos exacerba el problema y alimenta el pánico.


Por otro lado, el sector manufacturero comenzó a tambalear. El índice ISM, que representa las perspectivas económicas del sector, marcó 48,3 puntos en febrero, en circunstancias que una lectura por debajo de 50 indica señales de contracción. Tanto el sector construcción como el manufacturero y el financiero han protagonizado caídas continuas en la creación de empleo desde mediados de 2007, que se han agravado en los últimos meses. Ello se ha traducido en pérdidas de empleo para EE.UU. como un todo en los últimos dos meses. Este ambiente negativo es percibido por los agentes económicos, y la confianza del consumidor ha caído a niveles mínimos.

EE.UU. está en recesión casi con seguridad en el actual trimestre, y posiblemente (con las revisiones de cifras) desde el último trimestre de 2007, en que preliminarmente apuntó una escuálida expansión del PIB de sólo 0,6%. La salida vendrá probablemente en la segunda mitad de este año, basada en cuatro elementos principales. Primero, la política monetaria marcadamente expansiva: la FED ha proveído liquidez generosamente y ha rebajado la tasa de fondos federales en 300 puntos base desde septiembre del año pasado -hoy está en 2,25%, y es claramente negativa en términos reales-, y continuará reduciéndola. Segundo, el paquete de estímulo fiscal ya aprobado, que inyectará recursos a la economía en una magnitud cercana a 1% del PIB. Tercero, la depreciación del dólar, que se ha traducido en una enorme ganancia de competitividad para las empresas de EE.UU., cuyas exportaciones crecen hoy a tasas cercanas al 12%. Por último, la capacidad de ajuste de la economía de EE.UU., que se refleja en su alto grado de movilidad laboral y su posibilidad de capitalizar rápidamente las instituciones financieras en problemas. La caída de Bear Stearns, por ejemplo, es una muy mala noticia para sus accionistas, pero si JP Morgan (u otro "white knight") lo compra, ello le da continuidad a la empresa y minimiza el perjuicio social. Por supuesto, la estrategia de la Fed tiene riesgos. Bajar la tasa y aumentar agresivamente la liquidez no garantiza que aumente el crédito en la economía, porque ello depende de la disposición a prestar de las instituciones financieras y a endeudarse de personas y empresas; ambas se han visto fuertemente debilitadas. A su vez, se corre el riesgo de aumentar la inflación y debilitar adicionalmente el dólar. Con todo, la Fed no tenía muchas opciones.


Si bien la recesión de EE.UU. afectará a las economías emergentes, el impacto será más acotado que antes. Muchas de estas economías presentan fundamentos macroeconómicos bastante sólidos en términos de balance fiscal, deuda pública, deuda externa y reservas internacionales. A ello se suma la bonanza en sus términos de intercambio, debido a los altos precios de los commodities. Ésta se mantendrá mientras el dinamismo de Asia -principalmente de China- se mantenga. Del total mundial, China consume 25% en cobre y un tercio en acero, aunque sólo 8% del petróleo. La gran pregunta es cómo pueden mantenerse tan elevados los precios de las materias primas con la recesión en EE.UU. China seguirá creciendo fuerte, pero se desacelerará entre 1 y 2 puntos respecto de 2007. En este escenario, Chile sobresale por su solidez macroeconómica y sus ganancias de términos de intercambio, que desde 2000 han aumentado más que los de cualquier otro país latinoamericano, excepto Venezuela. Y con estas condiciones excepcionales, bien cabe preguntarse por qué Chile crece tan poco. Pero eso es materia de una futura columna.
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