Protestas Sociales en la Era de FacebookSocial Protest in the Facebook Age

22 Julio 2011

Los habitantes de Plaza Italia, el tradicional lugar de encuentro en Santiago para todo desde celebraciones de fútbol y elecciones hasta marchas de protesta, lo están pasando mal. La frecuencia de las protestas -algunas pequeñas, otras masivas- han aumentado de manera pronunciada este año y, según los corredores de propiedades, los arriendos han caído en un 15 por ciento o más.


Sin embargo, si se dejan a un lado las interrupciones a su vida diaria, los residentes de Plaza Italia se encuentran en una posición privilegiada. Tienen una visión panorámica de lo que algunos dirían es un cambio en la forma en que el poder se distribuye no sólo en Chile, sino que también en el mundo.


A primera vista, no hay mucho en común entre lo que está sucediendo en Plaza Italia y la primavera árabe o el movimiento de los indignados en España. Los manifestantes chilenos no están luchando por la democracia o quejándose sobre el desempleo.


Pero hay un nexo común: la tecnología en forma de redes sociales tales como Facebook, Twitter y YouTube.


La tecnología de las comunicaciones como un catalizador del cambio político ha sido una constante a través de la historia, destaca Fernando García, cientista político de la Universidad Diego Portales. “Cada vez que ha habido un cambio en los dispositivos que usamos para relacionarnos con los otros (…) el sistema político también ha cambiado”.


El nacimiento de las repúblicas de América Latina a comienzos del siglo XIX, por ejemplo, estuvo acompañado por la llegada de los primeros diarios como la Aurora de Chile. “Lo que hicieron los diarios fue conectar a personas que no estaban físicamente en el mismo lugar, lo que les permitió crear un mundo compartido”, afirma García.


Para pertenecer a ese mundo, tenían -por supuesto- que ser capaces de leer. Pero, después, con la radio y la televisión, eso también cambió.


Y, ahora, con las redes sociales, está cambiando de nuevo y más rápidamente que antes. Hace apenas cinco años, cuando los estudiantes secundarios sorprendieron a Chile con la llamada Revolución de los Pingüinos, las manifestaciones en demanda de una mejor educación estatal, estaban dando a los teléfonos móviles un nuevo uso.


Pero los teléfonos móviles en ese entonces eran comunicaciones uno a uno y hoy en día los manifestantes se relacionan entre ellos como una red, enfatiza García. “Eso no tiene precedentes en la historia y, si nos relacionamos de manera diferente, entonces también nos imaginamos el mundo y el poder de manera distinta”.


El Coro, Un Paso Adelante


Las redes sociales -parte ininterrumpida de las vidas de los jóvenes de una manera en que es difícil de apreciar para sus mayores- claramente tienen un efecto práctico en facilitar la organización de manifestaciones. Sólo unos pocos clics ahora bastan, mientras que antes tenían que imprimirse y distribuirse volantes o panfletos, y con ellos se alcanza un público mucho más amplio de manera instantánea.


Sin embargo, donde las opiniones difieren es en si son solamente una herramienta útil o mucho más que eso. Según Luis Mariano Rendón, uno de los líderes de las recientes protestas en contra del proyecto hidroeléctrico HidroAysén, su importancia no debería sobreestimarse. “Había muchas protestas antes de que existieran [las redes sociales]”, destaca.


Pero García no concuerda. “El apoyo -en este caso, la red- condiciona el mensaje”, afirma.


Los signos de la importancia de las redes sociales están en todas partes, incluso en los medios de comunicación tradicionales. En su boletín noticioso de la hora de almuerzo, CNN Chile ahora tiene una sección sobre lo que está pasando en las redes sociales, algunas veces son hechos triviales -como videos de lindos gatitos subidos por sus dueños a YouTube- pero otras veces reflejan cómo los hechos “reales” se reflejan en estas redes.


Ya no son sólo los periodistas profesionales quienes informan sobre el quehacer de las empresas y los políticos. Hoy en día, cualquiera -los denominados reporteros ciudadanos– puede hacerlo a través de posteos en un blog, Facebook o en una serie de otros lugares.


El resultado es que las empresas o los políticos que hagan cosas reprochables o simplemente tontas ya no pueden contar con los acuerdos tácitos que a veces existen con los medios de comunicación tradicionales. Incluso las personas comunes que se comportan mal -como el chileno cuya pataleta con un empleado de LAN Airlines fue popular por poco tiempo en YouTube - se arriesgan a la exposición pública.


Lo que ha ocurrido ya había sido previsto en la década de los 80 por José Nun, cientista político argentino, en un artículo titulado “La Rebelión del Coro”. Usando la analogía de las tragedias griegas, predijo que el coro daría un paso al frente hacia el centro del escenario -el espacio antes reservado para los héroes, con su supuestamente divina fuente de conocimiento- o, en términos de hoy en día, los representantes elegidos en cuya sabiduría el coro delega sus decisiones.


Si bien algunos países, como Egipto en enero, han bloqueado Internet, esta es una medida desesperada que atrae incluso más atención internacional. Y, aún de cara a la más dura de las represiones, usualmente siempre hay formas de hacer que la información salga del país.


Por supuesto, los políticos han tratado de usar las redes sociales a su favor. Algunos, como el presidente Barack Obama en su campaña electoral, han tenido mucho éxito, pero -en general- las han encontrado complicadas. Los usuarios de las redes sociales son muy sensibles a cualquier cosa que parezca interferencia como quedó de manifiesto recientemente en Chile cuando el plan del Gobierno para hacer un monitoreo de las redes sociales fue interpretado como espionaje aun cuando la información ya era pública, por definición.


¿Qué Hay en un Proyecto Hidroeléctrico?


De todos modos, muchas personas se sorprendieron este año cuando el proyecto HidroAysén en la Patagonia chilena “se volvió viral” o, en otras palabras, se volvió un tema álgido en las redes sociales. ¿Por qué, se preguntaban, había tanta gente preocupada por un proyecto en una zona remota del país donde nunca habían estado y donde quizás nunca estarían?


Y ¿por qué marchaban por ella en Santiago? ¿Por qué no, digamos, sobre la contaminación del aire en la ciudad u otros temas más cercanos a casa?


El hecho de que HidroAysén se convirtiera en una “causa” se debe en parte a una efectiva campaña por parte de sus opositores, señala Francisco Javier Díaz, abogado y cientista político que fue asesor de la ex presidenta chilena, Michelle Bachelet. Con los años, con un marketing astuto y bien financiado, la campaña gradualmente conformó una base de opinión en contra del proyecto.


Y, según Rendón, si no fuera HidroAysén, habría sido otra cosa. “La gente no está marchando sólo contra HidroAysén, está marchando por un Chile mejor, diferente”, afirma.


Podría haber sido la propuesta central eléctrica a carbón Barrancones, en el norte de Chile, sugiere. Dos marchas en contra del proyecto, próximo a un área marina protegida, se habían llevado a cabo, destaca Rendón, antes de ser cortado de raíz por el presidente Sebastián Piñera y su controversial decisión -que indirectamente podría haber ayudado a impulsar las protestas en contra de HidroAysén- de solicitar a sus desarrolladores, GDF Suez, que no persistieran con el proyecto aun cuando este había recibido la aprobación ambiental del Gobierno.


Las protestas en contra de proyectos energéticos, en todo caso, no son nada nuevo. En la década de los 90, también hubo manifestaciones en Santiago en contra de la construcción de la central hidroeléctrica Ralco en la Región del Bío Bío, en el sur de Chile, destacó Ena von Baer en una entrevista concedida cuando aún era la vocera de Gobierno. “Las organizaciones en contra de HidroAysén son básicamente las mismas que las que estaban en contra de Ralco, con la diferencia que han aprendido mucho desde entonces”, sostuvo.


Tampoco son nada nuevo las recientes protestas de los estudiantes universitarios y secundarios. Ellas tienen su raíz en las amplias diferencias que, pese a algunas recientes mejoras, existen en los logros de los alumnos de colegios estatales y privados, que las familias más adineradas del país prefieren.


Y, si bien este año han sido más grandes que lo usual -de hecho, una marcha realizada en Santiago el 30 de junio habría sido la más grande desde el regreso de la democracia en 1990- se han convertido en un evento regular en los últimos años. De hecho, tienen un claro patrón estacional, destaca Díaz, tendiendo a comenzar en mayo o junio, después del comienzo del año escolar y universitario en marzo, y extendiéndose hasta agosto o septiembre cuando los exámenes de fin de año comienzan a asomarse.


Pero ha habido un cambio, admite von Baer. “La gente hoy en día claramente está más dispuesta a marchar y creo que continuarán habiendo manifestaciones todo el tiempo, al menos por un tiempo, y tendremos que acostumbrarnos a eso”.


Las protestas tienden a venir en ciclos internacionales, destaca, como también ocurrió, por ejemplo, en la década de los 60. No obstante, también hay factores internos detrás del actual brote en Chile.


En contraste con el movimiento de los indignados en España, estas incluyen el sólido crecimiento económico. Los manifestantes adultos -a diferencia de los estudiantes- tienden a ser de una clase media que, con sus necesidades económicas básicas resueltas, están volcando cada vez más su atención hacia temas cualitativos como el medio ambiente o -el motivo de otra reciente manifestación- los derechos de los homosexuales.


Y, como en las manifestaciones de los pingüinos en el 2006, los altos precios del cobre, la principal exportación de Chile, también son un factor, al impulsar la presión por un mayor gasto público en educación. “Los precios del cobre por el cielo, la educación por el suelo”, se leía en una pancarta fuera de una reciente toma escolar en Santiago.


“Lo que estamos viendo es un país en la adolescencia”, dijo von Baer. “Chile aún tiene sólo un ingreso medio, pero tiene las aspiraciones de un país desarrollado, muy parecido a los quinceañeros que sueñan con ser algo que aún no son”.


¿Dónde Chile?


Según Rendón, otro factor clave en la reciente ola de manifestaciones es el cambio de Gobierno que se llevó a cabo en marzo del año pasado cando el presidente Sebastián Piñera, el candidato de la coalición de centro derecha Alianza por Chile, asumió el mando de la nación. Durante los 20 años previos, cuatro gobiernos sucesivos de la coalición de centro izquierda Concertación habían “anestesiado” a la sociedad civil en Chile, afirma.


Las protestas de la década de los 80 que culminaron con la salida del poder el General Augusto Pinochet en un plebiscito celebrado en 1988 pronto desaparecieron con el restablecimiento de la democracia. Eso se debió en parte a que muchos de sus líderes asumieron cargos de Gobierno y, en cualquier caso, la gente estaba cansada, pero también había un pacto tácito de creciente prosperidad a cambio de tranquilidad social, afirma Francisco Javier Díaz.


“Ahora, con la Concertación en la oposición, el anestesista está en huelga y algunos de sus políticos están alentando de manera activa las protestas”, sostiene Rendón. Aunque, añade, no son necesariamente bienvenidos.


La elección de Piñera, ex empresario, también aumentó la percepción de que el poder -las empresas, los medios de comunicación tradicionales y, ahora, el Gobierno- está concentrado en las manos de un grupo relativamente pequeño. O, como dice un estudiante universitario: “Chile es una mafia controlada por un puñado de familias”.


Ese no es un comentario justo, contravino von Baer. “El poder en Chile está cada vez menos concentrado”.


En la década de los 60, dos de cada diez alumnos que salían del colegio iban a la universidad, hoy son cinco de cada diez, destacó. “Ese es un tremendo cambio en una generación y la creciente competencia hará más difícil alcanzar una posición de poder”.


Pero la gente claramente está ansiosa por una mayor voz en las decisiones que afectan sus vidas. Michelle Bachelet abordó ese tema durante su campaña electoral en el 2005 al prometer un estilo más participativo de Gobierno, una promesa que, sin embargo, pronto fue abandonada luego que los escolares, cobrándole su palabra, montaran las protestas de los pingüinos.


No obstante, ayudado por las redes sociales, el coro griego desde entonces se ha vuelto más vociferante. Y, si se dejan a un lado los ciclos de protestas, parece probable que siga así en el futuro cercano.


Después de todo, está conformado de manera predominante por gente joven. A menudo, acusados de apatía política y, de hecho, mayoritariamente sin estar registrados para votar, de todos modos exigen expresar su opinión, si bien no de la forma en que los adultos habrían anticipado.


Tienen poca fe en los canales tradicionales de expresión y, en particular, en los partidos políticos, a los que les tienen poca estima. Pero el desafío que imponen, después de todo, para los partidos políticos -los elementos fundamentales de la democracia representativa como la conocemos hoy- y su capacidad para canalizar la a menudo caótica energía del coro y coreógrafiarlo de manera constructiva.


Ruth Bradley se desempeña como periodista freelance en Santiago y es ex editora de bUSiness CHILE.

Residents of Plaza Italia, the traditional gathering place in Santiago for everything from football and election celebrations to protest marches, are having a bad time. The frequency of protests - some tiny, others massive - has increased sharply this year and, according to realtors, rents have dropped by 15 percent or more.


But, the disruption of their daily lives apart, the residents of Plaza Italia are in a privileged position. They have a grandstand view of what some would argue is a shift in the way power is distributed not only in Chile but also around the world.


At first sight, there isn’t much in common between what’s been happening in Plaza Italia and the Arab spring or the indignados movement in Spain. Chilean demonstrators aren’t fighting for democracy or complaining about unemployment.


But there is a common link - technology in the form of social media like Facebook, Twitter and YouTube.


Communications technology as a catalyst for political change has been a constant throughout history, points out Fernando García, a political scientist at the Diego Portales University. “Every time there’s been a change in the devices we use to relate to each other… the political system has changed too.”


The birth of Latin America’s republics at the beginning of the 19th century was, for example, accompanied by the advent of the first newspapers like Aurora in Chile. “What newspapers did was connect people who weren’t physically in the same place, enabling them to create a shared world,” says García.


To belong to that world, they had, of course, to be able to read. But, then, with radio and television, that changed too.


And, now, with social networking, it is changing again, and more quickly than ever before. Just five years ago, when secondary schoolchildren surprised Chile with the so-called pingüino protests in demand for better state education, they were putting mobile phones to a new use.


But mobile phones were then one-to-one communication and today’s protestors are relating to each other as a network, points out García. “That’s without precedent in history and, if we relate differently, then we also imagine the world and power differently too.”


Chorus, step forward


Social media - a seamless part of the lives of young people in a way that it is difficult for their elders to appreciate - clearly have a practical effect in making it easier to organize demonstrations. Just a few clicks now suffice where once leaflets had to be printed and distributed, and they reach a much larger audience instantaneously.


But where opinions differ is whether they are just a useful tool or far more than that. According to Luis Mariano Rendón, one of the leaders of recent protests against the HidroAysén hydroelectric project, their importance shouldn’t be overestimated. “There were plenty of protests before they existed,” he notes.


But García disagrees. “The support - in this case, the network - conditions the message,” he says.


Signs of the importance of social media are everywhere, even in the traditional media. In its lunchtime news bulletin, CNN Chile now has a section on happenings in the social media, sometimes trivial - like videos of cute kittens posted by their owners on YouTube - but sometimes reflecting how ´real’ events reverberate in these networks.


It is no longer just professional journalists who report on the doings of companies and politicians. Today, anyone - the so-called citizen journalists – can do so through posts on a blog, Facebook or any other number of places.


The result is that companies or politicians who do reprehensible or just merely silly things can no longer rely on the tacit agreements that sometimes exist with traditional media. Even private individuals who behave badly - like the Chilean man whose tantrum with an employee of LAN Airlines was briefly popular on YouTube - risk public exposure.


What has happened was already foreseen in the 1980s by José Nun, an Argentine political scientist, in an article entitled “The Rebellion of the Chorus”. Using the analogy of Greek plays, he predicted that the chorus would step forward to center-stage, the space previously reserved for the heroes, with their supposedly divine source of knowledge, or, in today’s terms, the elected representative to whose wisdom the chorus delegates decisions.


Although some countries, like Egypt in January, have blacked out Internet, it is a desperate measure that attracts even more international attention. And, even in the face of the harshest repression, there are usually ways to get information out of a country. 


Politicians have, of course, tried to use social media to their advantage. Some, like President Barack Obama in his election campaign, have been very successful but, in general, they have found it tricky. Users of social media are highly sensitive to anything that smacks of interference as seen recently in Chile when the government’s plan to monitor social media was interpreted as spying even though the information was already, by definition, public. 


What’s in a hydroelectric project?


Still, many people were surprised earlier this year when the HidroAysén project in Chilean Patagonia “went viral” or, in other words, became the hot topic on social media. Why, they wondered, were so many people worried about a project in a remote part of the country they have never visited and perhaps never will?
 
And why are they marching about it in Santiago? Why not, say, about the city’s air pollution or other issues closer to home?


The fact that HidroAysén became a ‘cause’ is partly due to an effective campaign by its opponents, says Francisco Javier Díaz, a lawyer and political scientist who was an advisor to Chile’s previous president, Michelle Bachelet. Over the years, with astute and well-financed marketing, the campaign has gradually built up a body of opinion against the project.


And, according to Rendón, if it wasn’t HidroAysén, it would have been something else. “People aren’t only marching against HidroAysén, they’re marching for a better, different Chile,” he says.


It could, he suggests, have been the proposed Barrancones coal-fired power plant in northern Chile. Two marches against the project, close to a protected marine area, had already taken place, notes Rendón, before being nipped in the bud by President Sebastián Piñera and his controversial decision - which may indirectly have helped to boost anti-HidroAysén protests - to ask its developers, GDF Suez, not to persist with the project even though it had received government environmental approval.


Protests against energy projects are, in any case, nothing new. Back in the 1990s, there were also protests in Santiago against construction of the Ralco hydroelectric plant in southern Chile’s Biobío Region, pointed out Ena von Baer in an interview while still government spokesperson. “The organizations against HidroAysén are basically the same as against Ralco with the difference that they’ve learned a lot since then,” she said.


Nor are recent protests by university students and secondary schoolchildren anything new. They have their root in the wide differences that, despite some recent improvement, exist in pupil attainment between state schools and the private schools preferred by the country’s better-off families.


And, although larger than usual this year - indeed, a march in Santiago on June 30 was reportedly the largest since the return of democracy in 1990 - they have become a regular event in recent years. In fact, they have a clear seasonal pattern, points out Díaz, tending to begin in May or June, after the start of the school and university year in March, and lasting until August or September when year-end exams start to loom.


But there has been a change, admitted von Baer. “People today are clearly more willing to march and I think there’ll continue to be demonstrations all the time, at least for a while, and we’ll have to get used to that.”


Protests tend to come in international cycles, she pointed out, as also occurred, for example, in the 1960s. There are, however, also domestic factors behind the current outbreak in Chile.


In contrast to Spain’s indignados movement, these include strong economic growth. Adult - as opposed to student - demonstrators tend to be from a middle class that, with its basic economic needs resolved, is increasingly turning its attention to qualitative issues like the environment or - the subject of another recent demonstration - gay rights.


And, as in the pingüino demonstrations of 2006, high prices for copper, Chile’s main export, are also a factor, boosting pressure for increased public spending on education. “Copper prices in the sky, education down on the floor,” read one banner outside a recent school sit-in in Santiago.


“What we’re seeing is a country in adolescence,” said von Baer. “Chile is still only middle-income but it has the aspirations of a developed country, much like 15-year-olds dream of being something they aren’t yet.”


Where Chile?


According to Rendón, another key factor in the recent wave of demonstrations is the change of government that occurred in March last year with the election of President Sebastián Piñera, the candidate of the center-right Alianza por Chile coalition. For the previous 20 years, four successive governments of the center-left Concertación coalition had “anesthetized” civil society in Chile, he says.


The protests of the 1980s that culminated in the defeat of General Augusto Pinochet in a referendum in 1988 soon disappeared with reestablishment of democracy. That was partly because many of their leaders took government posts and, in any case, people were tired, but there was also a tacit pact of increased prosperity in exchange for social peace, says Francisco Javier Díaz.


“Now, with the Concertación in opposition, the anesthetist is on strike and some of its politicians are actively fanning the protests,” says Rendón. Although, he adds, they are not necessarily welcome.


The election of Piñera, a former businessman, has also increased the perception that power - business, the traditional media and, now, government - is concentrated in the hands of a relatively small group. Or, as one university student put it, “Chile is a mafia controlled by a handful of families”.


That’s not a fair comment, countered von Baer. “Power in Chile is ever less concentrated.”


In the 1960s, two in ten school leavers went on to university, now it’s five in ten, she pointed out. “That’s a tremendous shift within the space of a generation and the increased competition will make reaching a position of power more difficult.”


But people are clearly eager for a greater say in decisions that affect their lives. Michelle Bachelet tapped into that during her election campaign in 2005 by promising a more participative style of government - a promise that was, however, soon abandoned after schoolchildren, taking her at her word, mounted the pingüino protests.


But, helped by the social media, the Greek chorus has since become ever more vociferous. And, cycles of protests apart, it seems likely to remain so in the foreseeable future.


It is, after all, formed predominantly by young people. Often accused of political apathy and, in fact, mostly not registered to vote, they are, nonetheless, increasingly demanding their say, albeit not quite in the way their elders would have anticipated.


They have little faith in traditional channels of expression and, particularly, political parties which they hold in low esteem. But the challenge they pose is, above all, for the political parties - the building blocks of representative democracy as we know it today - and their ability to channel the often chaotic energy of the chorus and choreograph it constructively.  


Ruth Bradley is a freelance journalist based in Santiago and a former editor of bUSiness CHILE.

Compartir