“El margen para la vida aquí es tan frágil como lo fuerte que es el viento”, proclama el actor británico Jeremy Irons al comienzo de Eden at the End of the World [El Edén al Final del Mundo], una nueva serie documental de televisión sobre la Patagonia producida por National Geographic para el servicio de televisión pública de Estados Unidos.
Con su voz, Irons podría derretir al corazón más duro, eso es claro. Pero está en lo cierto cuando advierte que la vida silvestre de la Patagonia enfrenta una constante batalla por la sobrevivencia y no sólo en contra de los elementos o de los depredadores, sino que también en contra del hombre.
La Patagonia puede estar muy distante, pero sus habitantes silvestres son acechados por peligros que van desde la extinción de áreas de pastoreo debido al pastoreo excesivo de ovejas hasta la tala de sus bosques. “Si vamos a crear áreas protegidas, mejor lo hacemos dentro de los próximos cinco a diez años”, señala Claudio Campagna, biólogo que estudia elefantes marinos en Argentina para la Wildlife Conservation Society (WCS), entidad que tiene sede en Nueva York.
Y eso es precisamente lo que ha ocurrido en otra parte de la Patagonia -en el lado chileno de la gran isla de Tierra del Fuego- donde, en el 2004, el banco de inversión Goldman Sachs donó un terreno de unas 270.000 hectáreas a la WCS para su conservación.
El resultado fue Karukinka, una reserva que contiene las muestras más australes del mundo de bosque nativo y una de sus mayores extensiones de turberas. Fue producto de una alianza con la WCS, que National Geographic hizo su programa sobre la Patagonia, el que también recibió respaldo financiero de Goldman Sachs. “Queríamos tener un registro visual de lo que ocurre en Karukinka y… para la gente que nunca ha estado ahí logre percibir lo particular de su paisaje”, señala el presidente y gerente general de la WCS, Steven Sanderson.
No obstante, no es sólo el paisaje lo que es único en Karukinka. Así también -al menos en América Latina- es la forma en que está siendo conservada a través de una alianza entre empresas y una ONG. “Para nosotros, esta película es una forma de crear más conciencia entre las personas sobre las oportunidades que tienen las empresas de colaborar con organizaciones ambientales y de hacer cosas importantes”, sostiene Mark Tercek, titular de Goldman Sachs Center for Environmental Markets.
En una región que aún entrega sólo un precario marco legal para la conservación privada de tierras, la WCS y Goldman Sachs esperan que Karukinka sirva como un modelo para otros. O, en palabras de Jeremy Irons, que “señale el camino hacia un futuro de esperanza”.
Más que Dinero
En términos financieros, el camino de Karukinka hacia el futuro es bastante seguro. Además de donar el terreno, Goldman Sachs también entregó para partir US$1,5 millones con el fin de ayudar a la reserva durante sus tres primeros años y después de eso entregó una donación que, junto con fondos recaudados por la WCS, asegurarán la sustentabilidad financiera de Karukinka a perpetuidad, afirma Sanderson.
Una pequeña cantidad adicional de ingresos se generará a partir de actividades turísticas de bajo impacto, tales como trekking -para lo cual se están haciendo los senderos gradualmente- y algo de pesca. Más a futuro, también hay planes de permitir que pasajeros de cruceros desembarquen en botes Zodiac para visitar parte de la reserva.
Pero un innovador proyecto de este tipo requiere ser sustentable en términos sociales además de financieros o, dicho de otra forma, contar con la aceptación de la comunidad en la que opera. Tanto para la WCS como para Goldman Sachs, conseguir esa aceptación fue uno de sus objetivos clave desde el comienzo.
Tierra del Fuego puede ser el lugar más remoto de Chile, pero –al no estar lejos de tres pequeñas islas sobre las que Chile y Argentina casi fueron a guerra a fines de la década de los setenta- es un lugar delicado en términos geopolíticos y, debido a que la conservación privada de tierras aún es un fenómeno poco común, fácilmente puede despertar sospechas. Más aún, si bien la WCS ha trabajado en Chile por cerca de 40 años, ha estado comprometida en proyectos de bajo perfil y no era muy conocida a nivel local en el 2004.
Una medida clave en la apuesta de Karukinka para asegurar la aceptación fue crear un consejo asesor que incluyera a científicos y empresarios locales. Y, además de abrir la reserva a universidades chilenas para proyectos de investigación, ofrece una serie de becas para que estudiantes locales realicen sus tesis de pre y posgrado ahí.
Pero la sustentabilidad de la reserva -y el “futuro de esperanza” de Jeremy Irons- también depende de hacer retroceder el reloj y restituirlo a su estado original. Esto no es cuestión de mera nostalgia, sino que surge por la destrucción causada por una especie no nativa del área: el castor.
Introducido a la isla en la década de los 40 en una apuesta por establecer un industria de comercialización de pieles, el castor proliferó en ausencia de depredadores naturales. Ahora se estima que hay unos 100.000 en Tierra del Fuego, señala Sanderson, y que varios miles cruzaron el Estrecho de Magallanes hacia el continente, presentando una amenaza para la industria forestal ahí.
En Eden at the End of the World, las vistas aéreas de canales bloqueados ilustran el daño que generan los castores botando árboles y haciendo represas en los ríos. De hecho, como resultado de su creciente número y laboriosidad, grandes áreas de Karukinka que alguna vez estuvieron cubiertas por bosques de lenga, una especie de haya que sólo se da en el sur de Chile y Argentina, ahora están bajo el agua.
Como parte de sus esfuerzos por restituir el estado natural de la reserva, Karukinka también está permitiendo que antiguos caminos de conexión se deterioren de modo que el acceso al bosque sea más limitado. También se manejará la población de guanacos -pariente sudamericano del camello- de modo facilitar la regeneración natural del bosque.
Después de todo, son esos bosques de lenga los que protegen parte de la diversidad que la bióloga Bárbara Saavedra, coordinadora chilena de la WCS, identifica como la característica más sobresaliente de Karukinka. Buscando larvas entre estos árboles, por ejemplo, hay pájaros carpinteros magallánicos -de cabeza roja- y un raro halcón chileno que recién se está comenzando a estudiar.
Lecciones Compartidas
Goldman Sachs “tropezó” con Karukinka -que antes fuera el emplazamiento de un fallido proyecto de tala de árboles- cuando la adquirió en el curso de su negocio normal como parte de un paquete de atribulados activos, recuerda Tercek. Pero la propiedad terminó teniendo un impacto totalmente inesperado sobre el banco de inversión.
“A medida que tratábamos de ver cómo manejarla de la forma correcta y hablamos con personas en la comunidad conservacionista, organizaciones de medio ambiente y académicos, nos dimos cuenta de cuánto podríamos aprender de ellos, incluso de los activistas que, como sabe, son considerados problemáticos”, sostiene. “Nos desafiaron a adaptar las capacidades de nuestra empresa a los problemas ambientales”.
La adquisición accidental fue, de hecho, el catalizador para la decisión de Goldman Sachs de elaborar la política ambiental que anunció en el 2005 cuando tales empresas aún eran inusuales entre las firmas de Wall Street. Guiado por su política, el banco de inversión pretende lograr buenos resultados ambientales al tiempo que también entrega buenos rendimientos comerciales a sus accionistas, afirma Tercek.
Un hito para esa política fue la compra en el 2007 por parte de Goldman Sachs -con dos de las más grandes firmas de capital privado de Estados Unidos- de TXU. importante generadora eléctrica de Texas. TXU era el enemigo público número 1, rememora Tercek, pero Goldman Sachs pensó que había una forma de hacer el negocio desde “un punto de vista ambiental propio, positivo, progresista y bien informado” y como resultado se logró que TXU redujera de 11 a 3 sus previstas centrales eléctricas a carbón.
Pero, además de aprender de su experiencia, los socios en Karukinka también están compartiendo la lección con otros. Tanto Sanderson como Tercek participaron recientemente en un seminario en Santiago, organizado por el Centro de Estudios Públicos, sobre el posible rol del sector privado en la conservación de tierras, tema sobre el que hay un creciente interés, que se ha generado en parte por proyectos como la nueva reserva.
Además de la falta de un marco legal claro, América Latina, en general, aún carece de los incentivos tributarios para la conservación privada de tierras que existen en muchas naciones industrializadas. Sin embargo, algunos países, incluido Chile, ya están analizando la posibilidad de crear un sistema de derechos de servidumbre para la conservación como los que hay en Estados Unidos y que permiten a los terratenientes celebrar un acuerdo legal vinculante para conservar parte o la totalidad de una propiedad y, a cambio, calificar para una reducción de impuestos.
Otros ejemplos del aporte que Karukinka puede hacer son más comunes. Por ejemplo, está colaborando con el Ministerio de Obras Públicas de Chile en un estudio piloto para minimizar el impacto ambiental de los caminos rurales a través de medidas simples como la eliminación de los canales de desagüe abiertos y la reforestación de las talas hechas para los nuevos caminos.
Sin embargo, además de ayudar a construir caminos, también está construyendo nuevos puentes. Chile y Argentina han reconocido ampliamente la amenaza impuesta por los castores y se dieron cuenta de que ninguno de los dos países por sí solo podía abordar el problema de manera exitosa, sino que los avances eran limitados.
Ahora, tras un taller organizado por la WCS y el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) de Chile en diciembre del 2006, se estableció un comité binacional, que reúne a la WCS y a las autoridades chilenas con autoridades federales y locales de Argentina para aunar recursos y encontrar soluciones efectivas.
“No sólo en Karukinka, sino que alrededor del mundo, una de las cosas que hemos concluido es que la conservación funciona como buena diplomacia de baja tensión”, comenta Sanderson. “Trabajamos en una serie de áreas transfronterizas en parte porque vemos cosas como especies exóticas, enfermedades o migraciones cruzan las fronteras”.
De hecho, los animales no saben nada de fronteras tal como demostró triunfante una elefanta marina rastreada por satélite, que monitorea la WCS, con un extraordinario viaje de ocho meses desde Península Valdés en Argentina, hasta las Islas Malvinas, bordeando el Cabo de Hornos hasta Karukinka y luego de vuelta hacia el Estrecho de Magallanes. Es “una tremenda embajadora”, asevera Sanderson.
Ruth Bradley es la editora general de bUSiness CHILE además de corresponsal en Santiago para The Economist.