Preservando la PatagoniaPreserving Patagonia

01 Abril 2008

“El margen para la vida aquí es tan frágil como lo fuerte que es el viento”, proclama el actor británico Jeremy Irons al comienzo de Eden at the End of the World [El Edén al Final del Mundo], una nueva serie documental de televisión sobre la Patagonia producida por National Geographic para el servicio de televisión pública de Estados Unidos.


Con su voz, Irons podría derretir al corazón más duro, eso es claro. Pero está en lo cierto cuando advierte que la vida silvestre de la Patagonia enfrenta una constante batalla por la sobrevivencia y no sólo en contra de los elementos o de los depredadores, sino que también en contra del hombre.


La Patagonia puede estar muy distante, pero sus habitantes silvestres son acechados por peligros que van desde la extinción de áreas de pastoreo debido al pastoreo excesivo de ovejas hasta la tala de sus bosques. “Si vamos a crear áreas protegidas, mejor lo hacemos dentro de los próximos cinco a diez años”, señala Claudio Campagna, biólogo que estudia elefantes marinos en Argentina para la Wildlife Conservation Society (WCS), entidad que tiene sede en Nueva York.


Y eso es precisamente lo que ha ocurrido en otra parte de la Patagonia -en el lado chileno de la gran isla de Tierra del Fuego- donde, en el 2004, el banco de inversión Goldman Sachs donó un terreno de unas 270.000 hectáreas a la WCS para su conservación.


El resultado fue Karukinka, una reserva que contiene las muestras más australes del mundo de bosque nativo y una de sus mayores extensiones de turberas. Fue producto de una alianza con la WCS, que National Geographic hizo su programa sobre la Patagonia, el que también recibió respaldo financiero de Goldman Sachs. “Queríamos tener un registro visual de lo que ocurre en Karukinka y… para la gente que nunca ha estado ahí logre percibir lo particular de su paisaje”, señala el presidente y gerente general de la WCS, Steven Sanderson.


No obstante, no es sólo el paisaje lo que es único en Karukinka. Así también -al menos en América Latina- es la forma en que está siendo conservada a través de una alianza entre empresas y una ONG. “Para nosotros, esta película es una forma de crear más conciencia entre las personas sobre las oportunidades que tienen las empresas de colaborar con organizaciones ambientales y de hacer cosas importantes”, sostiene Mark Tercek, titular de Goldman Sachs Center for Environmental Markets.


En una región que aún entrega sólo un precario marco legal para la conservación privada de tierras, la WCS y Goldman Sachs esperan que Karukinka sirva como un modelo para otros. O, en palabras de Jeremy Irons, que “señale el camino hacia un futuro de esperanza”.


Más que Dinero


En términos financieros, el camino de Karukinka hacia el futuro es bastante seguro. Además de donar el terreno, Goldman Sachs también entregó para partir US$1,5 millones con el fin de ayudar a la reserva durante sus tres primeros años y después de eso entregó una donación que, junto con fondos recaudados por la WCS, asegurarán la sustentabilidad financiera de Karukinka a perpetuidad, afirma Sanderson.


Una pequeña cantidad adicional de ingresos se generará a partir de actividades turísticas de bajo impacto, tales como trekking -para lo cual se están haciendo los senderos gradualmente- y algo de pesca. Más a futuro, también hay planes de permitir que pasajeros de cruceros desembarquen en botes Zodiac para visitar parte de la reserva.


Pero un innovador proyecto de este tipo requiere ser sustentable en términos sociales además de financieros o, dicho de otra forma, contar con la aceptación de la comunidad en la que opera. Tanto para la WCS como para Goldman Sachs, conseguir esa aceptación fue uno de sus objetivos clave desde el comienzo.


Tierra del Fuego puede ser el lugar más remoto de Chile, pero –al no estar lejos de tres pequeñas islas sobre las que Chile y Argentina casi fueron a guerra a fines de la década de los setenta- es un lugar delicado en términos geopolíticos y, debido a que la conservación privada de tierras aún es un fenómeno poco común, fácilmente puede despertar sospechas. Más aún, si bien la WCS ha trabajado en Chile por cerca de 40 años, ha estado comprometida en proyectos de bajo perfil y no era muy conocida a nivel local en el 2004.


Una medida clave en la apuesta de Karukinka para asegurar la aceptación fue crear un consejo asesor que incluyera a científicos y empresarios locales. Y, además de abrir la reserva a universidades chilenas para proyectos de investigación, ofrece una serie de becas para que estudiantes locales realicen sus tesis de pre y posgrado ahí.


Pero la sustentabilidad de la reserva -y el “futuro de esperanza” de Jeremy Irons- también depende de hacer retroceder el reloj y restituirlo a su estado original. Esto no es cuestión de mera nostalgia, sino que surge por la destrucción causada por una especie no nativa del área: el castor.


Introducido a la isla en la década de los 40 en una apuesta por establecer un industria de comercialización de pieles, el castor proliferó en ausencia de depredadores naturales. Ahora se estima que hay unos 100.000 en Tierra del Fuego, señala Sanderson, y que varios miles cruzaron el Estrecho de Magallanes hacia el continente, presentando una amenaza para la industria forestal ahí.


En Eden at the End of the World, las vistas aéreas de canales bloqueados ilustran el daño que generan los castores botando árboles y haciendo represas en los ríos. De hecho, como resultado de su creciente número y laboriosidad, grandes áreas de Karukinka que alguna vez estuvieron cubiertas por bosques de lenga, una especie de haya que sólo se da en el sur de Chile y Argentina, ahora están bajo el agua.


Como parte de sus esfuerzos por restituir el estado natural de la reserva, Karukinka también está permitiendo que antiguos caminos de conexión se deterioren de modo que el acceso al bosque sea más limitado. También se manejará la población de guanacos -pariente sudamericano del camello- de modo facilitar la regeneración natural del bosque.


Después de todo, son esos bosques de lenga los que protegen parte de la diversidad que la bióloga Bárbara Saavedra, coordinadora chilena de la WCS, identifica como la característica más sobresaliente de Karukinka. Buscando larvas entre estos árboles, por ejemplo, hay pájaros carpinteros magallánicos -de cabeza roja- y un raro halcón chileno que recién se está comenzando a estudiar.


Lecciones Compartidas


Goldman Sachs “tropezó” con Karukinka -que antes fuera el emplazamiento de un fallido proyecto de tala de árboles- cuando la adquirió en el curso de su negocio normal como parte de un paquete de atribulados activos, recuerda Tercek. Pero la propiedad terminó teniendo un impacto totalmente inesperado sobre el banco de inversión.


“A medida que tratábamos de ver cómo manejarla de la forma correcta y hablamos con personas en la comunidad conservacionista, organizaciones de medio ambiente y académicos, nos dimos cuenta de cuánto podríamos aprender de ellos, incluso de los activistas que, como sabe, son considerados problemáticos”, sostiene. “Nos desafiaron a adaptar las capacidades de nuestra empresa a los problemas ambientales”.


La adquisición accidental fue, de hecho, el catalizador para la decisión de Goldman Sachs de elaborar la política ambiental que anunció en el 2005 cuando tales empresas aún eran inusuales entre las firmas de Wall Street. Guiado por su política, el banco de inversión pretende lograr buenos resultados ambientales al tiempo que también entrega buenos rendimientos comerciales a sus accionistas, afirma Tercek.


Un hito para esa política fue la compra en el 2007 por parte de Goldman Sachs -con dos de las más grandes firmas de capital privado de Estados Unidos- de TXU. importante generadora eléctrica de Texas. TXU era el enemigo público número 1, rememora Tercek, pero Goldman Sachs pensó que había una forma de hacer el negocio desde “un punto de vista ambiental propio, positivo, progresista y bien informado” y como resultado se logró que TXU redujera de 11 a 3 sus previstas centrales eléctricas a carbón.


Pero, además de aprender de su experiencia, los socios en Karukinka también están compartiendo la lección con otros. Tanto Sanderson como Tercek participaron recientemente en un seminario en Santiago, organizado por el Centro de Estudios Públicos, sobre el posible rol del sector privado en la conservación de tierras, tema sobre el que hay un creciente interés, que se ha generado en parte por proyectos como la nueva reserva.


Además de la falta de un marco legal claro, América Latina, en general, aún carece de los incentivos tributarios para la conservación privada de tierras que existen en muchas naciones industrializadas. Sin embargo, algunos países, incluido Chile, ya están analizando la posibilidad de crear un sistema de derechos de servidumbre para la conservación como los que hay en Estados Unidos y que permiten a los terratenientes celebrar un acuerdo legal vinculante para conservar parte o la totalidad de una propiedad y, a cambio, calificar para una reducción de impuestos.


Otros ejemplos del aporte que Karukinka puede hacer son más comunes. Por ejemplo, está colaborando con el Ministerio de Obras Públicas de Chile en un estudio piloto para minimizar el impacto ambiental de los caminos rurales a través de medidas simples como la eliminación de los canales de desagüe abiertos y la reforestación de las talas hechas para los nuevos caminos.


Sin embargo, además de ayudar a construir caminos, también está construyendo nuevos puentes. Chile y Argentina han reconocido ampliamente la amenaza impuesta por los castores y se dieron cuenta de que ninguno de los dos países por sí solo podía abordar el problema de manera exitosa, sino que los avances eran limitados.


Ahora, tras un taller organizado por la WCS y el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) de Chile en diciembre del 2006, se estableció un comité binacional, que reúne a la WCS y a las autoridades chilenas con autoridades federales y locales de Argentina para aunar recursos y encontrar soluciones efectivas.


“No sólo en Karukinka, sino que alrededor del mundo, una de las cosas que hemos concluido es que la conservación funciona como buena diplomacia de baja tensión”, comenta Sanderson. “Trabajamos en una serie de áreas transfronterizas en parte porque vemos cosas como especies exóticas, enfermedades o migraciones cruzan las fronteras”.


De hecho, los animales no saben nada de fronteras tal como demostró triunfante una elefanta marina rastreada por satélite, que monitorea la WCS, con un extraordinario viaje de ocho meses desde Península Valdés en Argentina, hasta las Islas Malvinas, bordeando el Cabo de Hornos hasta Karukinka y luego de vuelta hacia el Estrecho de Magallanes. Es “una tremenda embajadora”, asevera Sanderson.


Ruth Bradley es la editora general de bUSiness CHILE además de corresponsal en Santiago para The Economist.



A new documentary, just released on American television, highlights the work of a pioneering project in Chile, developed by the Wildlife Conservation Society and Goldman Sachs, in pointing the way to the preservation of Patagonia’s beautiful but fragile ecosystems.

“The margin for life here is as thin as the wind is sharp,” proclaims British actor Jeremy Irons at the start of Eden at the End of the World, a new television documentary about Patagonia produced by National Geographic for the U.S. Public Broadcasting Service.

With his voice, Irons could, of course, melt the hardest heart. But he is right when he warns that the wildlife of Patagonia faces a constant battle for survival - and not only against the elements or predators, but also against man.

Patagonia may be remote but its wildlife habitats are threatened by perils that range from overgrazing by sheep to the logging of its forests. “If we're going to create protected areas, we'd better do it within the next five to ten years,” says Claudio Campagna, a biologist who studies elephant seals in Argentina for the New York-based Wildlife Conservation Society (WCS).

And that is precisely what has happened in another part of Patagonia - the Chilean side of the main Tierra del Fuego island - where, in 2004, investment bank Goldman Sachs donated a tract of some 270,000 hectares to the WCS for conservation. The result was Karukinka, a reserve that contains the world's southernmost stands of old-growth forest and one of its largest expanses of peat bog.

It was as a result of a partnership with the WCS that National Geographic made its Patagonia program, which also received financial support from Goldman Sachs. “We wanted to have a visual record of what’s going on in Karukinka and…for people who’ve never been there to get a sense of its unique landscape,” says WCS president and CEO, Steven Sanderson.

But it is not only the landscape that is unique in Karukinka. So too - at least in Latin America - is the way in which it is being conserved through an alliance between business and an NGO. “For us, this movie is a way to make more people aware of the opportunities for companies to collaborate with environmental organizations and make important things happen,” says Mark Tercek, head of the Goldman Sachs Center for Environmental Markets.

In a region that still offers only a precarious legal framework for private land conservation, the WCS and Goldman Sachs hope that Karukinka will serve as a model for others. Or, in the words of Jeremy Irons, that it will “point the way to a future of hope”.

More than money

Financially, Karukinka’s road to the future is pretty secure. As well as donating the land, Goldman Sachs also kicked in with US$1.5 million to help the reserve over its first three years and followed that with an endowment that, together with funds raised by the WCS, will ensure Karukinka’s financial sustainability in perpetuity, says Sanderson.

A small amount of additional income will be generated by low-impact tourist activities, such as trekking - for which trails are gradually being laid down - and some fishing. Further down the line, there are also plans to allow cruise ship passengers to disembark in Zodiac boats to visit part of the reserve.

But an innovative project of this kind requires social as well as financial sustainability or, in other words, the acceptance of the community in which it operates. For both the WCS and Goldman Sachs, gaining that acceptance was one of their key objectives from the very beginning.

Tierra del Fuego may be the outpost of Chile but - not far from the three small islands over which Chile and Argentina almost went to war in the late 1970s - it is geopolitically sensitive and, because private land conservation is still an unfamiliar phenomenon, it can easily raise suspicion. Moreover, although the WCS has worked in Chile for some 40 years, it has been engaged in low-profile projects and was not well-known locally back in 2004.

One key move in Karukinka’s bid to ensure acceptance was the creation of an advisory council that includes leading local businesspeople and scientists. And, as well as opening the reserve to Chilean universities for research projects, it offers a number of grants to local students to do their undergraduate or postgraduate thesis there.

But the reserve’s sustainability - and Jeremy Iron’s “future of hope” - also depends on turning the clock back and restoring it to its original state. This is not a matter of mere nostalgia but of stemming the havoc wrought by a species not native to the area - the beaver.

Introduced into the island in the 1940s in a bid to establish a fur trade, the beaver has proliferated in the absence of natural predators. There are now an estimated 100,000 on Tierra del Fuego, reports Sanderson, and several thousand are believed to have crossed the Magellan Strait to the mainland, posing a threat to the forestry industry there.

In Eden at the End of the World, aerial views of blocked waterways illustrate the damage beavers do by felling trees and damming rivers. Indeed, as a result of their swelling numbers and industriousness, large areas of Karukinka that were once covered by forests of lenga, a species of beech that occurs only in southern Chile and Argentina, are now under water.

As part of its efforts to restore the reserve to its natural state, Karukinka is also allowing old logging roads to fall into disrepair so that access to the forest is more limited. The population of guanacos - a South American relative of the camel - will be managed too in such a way as to facilitate the forest’s natural regeneration.

It is, after all, those lenga forests that shelter part of the diversity that biologist Bárbara Saavedra, the Chilean coordinator of the WCS, identifies as Karukinka’s outstanding feature. Seeking for grubs among the trees are, for example, red-crested Magellanic woodpeckers and the rare Chilean hawk that is only just beginning to be studied.

Shared lessons

Goldman Sachs “stumbled” into Karukinka - formerly the site of a failed logging project - when it acquired it in the course of its normal business as part of a package of distressed assets, recalls Tercek. But the property went on to have a totally unexpected impact on the investment bank.

“As we tried to figure out how to deal with it in the right way and spoke to people in the conservation community, environmental organizations and academics, we realized how much we could learn from them - even activists who, you know, are considered troublemakers,” he says. “They challenged us to harness our firm’s capabilities to environmental problems.”

The accidental acquisition was, in fact, the catalyst for Goldman Sachs’s decision to draw up the environmental policy it announced in 2005 when such concerns were still unusual among Wall Street firms. Guided by this policy, the investment bank seeks to achieve good environmental outcomes while also providing good business returns for its shareholders, says Tercek.
A landmark for that policy was the buyout by Goldman Sachs, together with two of the largest U.S. private equity firms, of TXU, Texas's main power generator, in 2007. TXU was public enemy Nº 1, recalls Tercek, but Goldman Sachs thought there was a way to do the deal from “a positive, forward-looking, enlightened self-interest environmental point of view” and the result was that TXU cut back its planned coal-fired power stations from 11 to three.

But, as well as learning from their experience, Karukinka’s partners are also sharing the lessons with others. Both Sanderson and Tercek recently participated in a seminar in Santiago, hosted by the Centro de Estudios Públicos, on the private sector’s potential role in land conservation, a subject in which there is growing interest, sparked partly by projects like the new reserve.

As well as a clear legal framework, Latin America, in general, still lacks the tax incentives for private conservation that exist in many industrialized countries. However, some countries, including Chile, are already discussing the possibility of creating a system of conservation easements like those of the United States which allow landowners to enter into a legally-binding agreement to conserve part or all of a property and, in return, qualify for a tax deduction.

Other examples of the contribution that Karukinka can make are more pedestrian. It is, for example, collaborating with Chile’s Ministry of Public Works in a pilot study to minimize the environmental impact of rural roads through simple measures such as eliminating open drainage channels and reforesting the cuttings made for new roads.

But, as well as helping to build roads, it is also building new bridges. Chile and Argentina have both long recognized the threat posed by beavers and knew that neither individually could tackle the problem successfully but progress was limited.

Now, following a workshop convened by the WCS and Chile’s Agricultural Inspection Service (SAG) in December 2006, a bi-national committee has been established, bringing together the WCS and the Chilean authorities with federal and local authorities from Argentina, to pool resources and find effective solutions.

“Not just in Karukinka but around the world, one of the things we have found is that conservation is good, low-tension diplomacy,” says Sanderson. “We work in a lot of trans-boundary areas partly because we see things like exotic species, diseases or migrations crossing boundaries.”

Indeed, animals know no boundaries as one satellite-tagged elephant seal, monitored by the WCS, triumphantly demonstrated with an extraordinary eight-month journey from Peninsula Valdés in Argentina, out to the Falklands, round Cape Horn to Karukinka and back through the Magellan Strait. She is, says Sanderson, “a tremendous ambassador”.

Ruth Bradley is general editor of bUSiness CHILE. She is also the Santiago correspondent for The Economist.
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