Llévame al Juego de BéisbolTake Me Out to the Ball Game

01 Octubre 2013

Hace poco pasé dos semanas en Estados Unidos con mi hermana y en el viaje desde el aeropuerto de Logan Airport hasta su hogar en las afueras de Boston pasamos por Fenway Park, sede del equipo de béisbol Boston Red Sox. Me giré hacia Priscilla y le dije: “Tenemos que ir a un partido, no hay casi nada más estadounidense”.

Tomando una copa de vino esa noche revisamos el horario y como era de esperar los Red Sox estaban en la ciudad esa semana para jugar contra los Baltimore Orioles. Nos conectamos y compramos las entradas por Internet. Y eso fue todo, al miércoles siguiente tendríamos nuestra noche en la cancha de béisbol.

Fue hace 25 años que llevé a mi hijo a Chicago por el fin de semana a ver jugar dos partidos a los Cubs, por lo que esto iba a ser un verdadero gusto.

Llegó el miércoles, salimos de casa a las 5:30 p.m. y condujimos hasta el tren “T” (parte de la Autoridad de Transporte de la Bahía de Massachusetts), estacionamos y viajamos hasta Fenway, ¡todo muy fácil! Llegar a Fenway fue como llegar a Disneylandia. La multitud se estaba agrupando y se dirigía a las puertas de acceso. Había gente de todos los tamaños y formas vestida en cada combinación imaginable de artículos de los Red Sox.

La amósfera era electrizante, el tiempo bueno y una excusa para gastar dinero aparecía ante ti casi en cada metro que te acercabas al estadio. A poco más de un kilómetro y medio de Fenway un hombre estaba vendiendo agua a un dólar la botella; compramos dos. Una vez adentro, la inflación había elevado el precio a US$4,50.

Encontramos nuestros asientos en un lugar detrás de Primera Base solo para que una gentil acomodadora nos moviera a nuestros verdaderos asientos. El espectáculo antes del partido fue todo magnificencia, patriotismo y filantropía: una escolta armada para el himno de Estados Unidos cantado por un sobreviviente del cáncer de la fundación Jimmy Fund, la familia de un policía fallecido en las explosiones de la maratón de Boston Marathon hizo el primer lanzamiento, jóvenes víctimas del cáncer anunciaron la alineación de los bateadores; mucha emoción y muy bien manejada.

Luego los vendedores de comida comenzaron su interminable e increíblemente energética cruzada. Estábamos en la Sección 13, una pequeña área de quizás 100 asientos con cuatro de cada lado de un pasillo, y había un interminable suministro de hot dogs, salchichas italianas, cerveza, limonada, agua, pretzels, Crackerjacks (cabritas y maní cubiertos de caramelo), pizza, maní, helado y luego helado italiano. Los olores nunca fueron desagradables y también se podía comprar cualquiera de los anteriores, más charqui de res y otras variadas delicias en el pasillo alrededor del estadio.

Todos hicimos la ola, ¡hartas veces! Al “final” de la séptima entrada todos nos paramos y nos estiramos y cantamos “Take Me Out to the Ball Game” [“Llévame al juego de béisbol”], ¡que fue escrita en 1908! Tuvimos la fortuna detener detrás de nosotros a cuatro hombres muy extrovertidos, uno de los cuales era el experto local de todo lo relacionado con el béisbol y en especial de todo lo relacionado con los Red Sox. Con una voz estruendosa hizo que sus vecinos, el “pitcher” visitante y todo el equipo de los Red Sox supiera sus opiniones, y ¡tenía hartas!

Esta fue una “noche estadounidense”, Estados Unidos en el juego. Imaginé la misma escena desarrollándose en muchos otros estadios de béisbol. Había más de 33.000 personas, todas sentadas, la mayoría bebiendo cerveza y nunca un asomo de violencia. Tan bien orquestado estaba todo el evento que simplemente no dolía que los dólares se alejaran de ti.

¡Ay, el partido! Bueno, entre los vendedores sí pudimos tener atizbos de hombres vestidos de blanco, envolvernos en la emoción de las “foul balls” (las pelotas que se salen de los límites), pifiamos los “strikeouts” y cantamos de corazón hasta que nos fuimos al término de la octava entrada, para evitar la multitud, lo que no conseguimos.

Leímos en el diario al día siguiente que Boston ganó 4 a 3 y ¡habíamos estado ahí!

Sigo emocionado de haber sido parte de algo tan esencialmente estadounidense y aún siento el sabor de las cebollas de mi salchicha italiana más de una semana después…

Santiago Eneldo.

I recently spent two weeks in the US staying with my sister and on the journey from Logan Airport to her home outside Boston we drove past Fenway Park, the home of the Boston Red Sox baseball team. I turned to Priscilla and said: “We have to go to a game – there is almost nothing more American”.

Over a glass of wine that evening we checked the schedule and sure enough the Sox were in town later that week to play the Baltimore Orioles. We went online and bought tickets. So that was it, the following Wednesday we would have our night at the ballpark.

It was 25 years ago I took my son to Chicago for the weekend to watch the Cubs play two matches and so this was to be a real treat.

Come Wednesday, we left home at 5:30pm and drove to the “T” train (part of the MBTA), parked and rode to Fenway – all very easy! Arriving at Fenway was akin to arriving at Disneyland. The crowd was assembling and heading for the gates. There were all shapes and sizes, clothed in every imaginable combination of Sox-ware.

The atmosphere was electric, the weather good and an excuse to spend money was brought to your attention every yard you got closer to the stadium. One mile from Fenway a man was selling water at one dollar a bottle; we bought two. Once inside, inflation had raised the price to $4.50.

We found our seats somewhere behind First Base only to be moved to our real seats by a nice steward. The pre-game show was all pageantry, patriotism and philanthropy: an armed escort for the Flag, Stars and Stripes sung by a cancer survivor for the Jimmy Fund, the family of a policeman who was killed by the Boston Marathon bombers threw out the first pitch, young cancer victims announced the batting line up; much emotion and very well managed.

Then the food vendors began their incredibly energetic and never-ending crusade. We were in Section 13, a small area of perhaps 100 seats with four on each side of a passageway, and there was an endless supply of Fenway Franks, Italian Sausage, Beer, Lemonade, Water, Pretzels, Crackerjacks, Pizza, Peanuts, Ice Cream, and then Italian Ice Cream. The smells were never unpleasant and you could also buy any of the above, plus beef jerky and other assorted delicacies in the passageways around the “park”.

We all did the Mexican Wave – quite a few times! At the “bottom” of the 7thinning we all stood and stretched and sang “Take Me Out to the Ball Game”, which was written in 1908! We were fortunate to have behind us four very outspoken men, one of whom was the resident expert on all things baseball and especially all things Red Sox. With a thunderous voice he let his neighbors, the visiting “pitcher” and the whole Red Sox team know his opinions – and he had many!

This was “an American evening” – America at play. I imagined the same scene being played out in many other ballparks. There were over 33,000 people, all seated, mostly drinking beer and never a hint of violence. So well orchestrated was the whole event that your dollars just slipped painlessly away from you.

Oh, the game! Well, between the vendors we did catch glimpses of men in white, got caught up in the excitement of “foul balls” (balls that go out of bounds, NOT bad smelling…), jeered the “strikeouts” and sang heartily until we left at the bottom of the 8thinning – to avoid the crowd, which we did not.

We read in the paper the next day that Boston won 4–3 and we had been there!

I remain, thrilled to have been part of something so quintessentially American and still tasting the onions from the Italian Sausage over a week later…

Santiago Eneldo.

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