La Industria de la Celulosa en ChileChile’s Wood Pulp Industry

01 Diciembre 2006


En los últimos cinco años, las empresas de celulosa de Chile han invertido fuertemente en nueva capacidad, pero mientras la industria y los árboles alcanzan la madurez, se presentan nuevos desafíos para seguir creciendo.

La industria forestal de Chile se basa en una ventaja comparativa permanente: el suelo y las condiciones climáticas favorables que implican un rápido crecimiento de los árboles y altos rendimientos. Pero no fue hasta la década de los ‘70 que las empresas locales, alentadas por un programa de subsidios gubernamentales e incentivos tributarios, comenzaron a plantar a gran escala el pino radiata, que ahora cubre vastas zonas del sur de Chile.

En 1995, Chile tenía 1,7 millones de hectáreas en plantaciones forestales, lo que se compara con las apenas 300.000 hectáreas de mediados de los ‘70. Y, a medida que estas plantaciones comenzaron a madurar, las plantas de celulosa siguieron el ejemplo, elevando la producción de 800.000 toneladas en 1990 a 2,6 millones de toneladas en el 2000 y a 3,2 millones de toneladas el año pasado.

Durante este período, Chile no estaba solo en el desarrollo de una industria forestal. Un fenómeno similar, también impulsado por el respaldo del Estado, se observaba en Brasil, que ahora es el mayor productor de celulosa de Sudamérica. La producción en ese país subió de 3 millones de toneladas, a principios de los ’80, a 6 millones de toneladas, a mediados de los 90 y a 10,4 millones de toneladas el año 2005.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), Brasil era el cuarto mayor exportador mundial de celulosa en el 2004, después de Canadá, Estados Unidos y Suecia. Y Chile ha llegado al quinto lugar. “Ése es un logro notable para un país pequeño como Chile”, señala Carlos Marx Carneiro, oficial principal forestal de la Oficina Regional de la FAO en Santiago.

También es un logro que ha ayudado a los ingresos por exportación de Chile. A diferencia de Brasil, donde cerca de la mitad de la producción de celulosa del país se consume a nivel nacional, Chile produce casi exclusivamente para exportar.

El año pasado, Chile exportó USD 1.200 millones en celulosa, cifra que a mediados de los ‘90 llegaba a la mitad. Y aún hay mucho espacio para crecer.

Incluso ahora Sudamérica representa sólo una décima parte de la producción internacional de celulosa. Como resultado, los productores de celulosa de Chile -a diferencia de las empresas cupríferas- pueden incrementar su producción sin preocuparse por el impacto sobre los precios internacionales.

Y eso es precisamente lo que las dos empresas de celulosa del país han estado haciendo. Celulosa Arauco y Constitución, la rama forestal del grupo industrial local Angelini, recientemente inició la producción de celulosa en su complejo industrial de USD 1.400 millones, llamado Nueva Aldea, en la VIII Región del sur de Chile, donde -una vez que la nueva planta alcance la plena capacidad a mediados del 2007- espera que la producción llegue a las 856.000 toneladas por año.

Asimismo, Empresas CMPC, controlada por el local Grupo Matte, se dispone a iniciar la operación de una nueva línea de producción de 780.000 toneladas en su planta Santa Fe, también en la VIII Región. Este proyecto, con un costo de USD 745 millones, es la mayor inversión jamás realizada por CMPC.

Juntas, estas inversiones elevarán la capacidad de celulosa de Chile en un 50%, a casi 4,8 millones de toneladas en el 2008. Y eso no es todo: la expansión también representa un importante cambio en el tipo de celulosa que tanto Arauco como CMPC están produciendo.

Tradicionalmente, Chile se ha concentrado en celulosa de fibra larga, hecha a partir de pino radiata, mientras que Brasil se ha especializado en la variedad de fibra corta, elaborada principalmente a partir de eucaliptos. Sin embargo, Chile ahora también se está diversificando a celulosa de fibra corta, debido en parte al crecimiento más rápido de los eucaliptos, que demoran la mitad del tiempo que el pino en alcanzar la madurez.

A fines de los ‘90, Arauco modificó una línea de producción en una de sus plantas a fin de poder usar eucaliptos, pero desde entonces ha ido un paso más allá. En su planta de Valdivia, que inició operaciones en febrero del 2004, un 40% de la capacidad total de la planta está dedicada a celulosa de fibra corta y, en Nueva Aldea, la proporción es de 50/50.

Más aún, la nueva línea de producción de CMPC en Santa Fe se dedicará completamente a celulosa de fibra corta. Como resultado, una vez que la línea de producción esté totalmente operativa, la matiz de la empresa cambiará de un 70% de fibra larga y un 30% de fibra corta en la actualidad a un 60% de fibra corta y un 40% de fibra larga, según André Bergoeing, analista senior de LarraínVial, banco de inversión local.

No Dar a Todos en el Gusto

Sin embargo, la expansión de la industria no ha estado exenta de obstáculos. Como ha demostrado recientemente la disputa de alto nivel entre Uruguay y Argentina, las plantas de celulosa y los supuestos efectos de sus efluentes en las vías fluviales pueden generar una férrea oposición pública.

Y Chile no ha sido la excepción. A fines del 2004, varios cientos de cisnes de cuello negro murieron en un santuario de aves, río abajo, de la recientemente inaugurada planta Valdivia, de Celulosa Arauco, y muchos más emigraron. Como resultado, la planta estuvo temporalmente cerrada y, hoy en día, aún está operando a un 80% de su capacidad, sujeta a un nuevo sistema de disposición de efluentes, posiblemente a través de un ducto hasta la costa.

Podrían pasar cuatro años antes de que la planta opere a plena capacidad, estima Bergoeing. En Arauco, Charles Kimber, director de marketing y asuntos corporativos, admite que la empresa se verá fuertemente presionada para presentar un nuevo estudio de impacto ambiental en el plazo acordado -abril del 2007- debido a que los intentos de la compañía por tomar las medidas necesarias se han topado con la violenta resistencia de los pescadores que trabajan justo en el lugar donde el ducto llegaría al mar.

De modo que, ¿están en lo correcto los ambientalistas de Chile y de otras zonas de Sudamérica al apuntar a la industria? En la FAO, Carneiro cree que no.

Las plantas de celulosa de Chile están entre las más avanzadas del mundo en lo que respecta a tecnología, sostiene. Emplean tratamiento terciario de efluentes que devuelven el agua a su fuente próxima en su estado original, colocándolas a la par de los estándares ambientales que prevalecen en Europa y Estados Unidos, afirma.

Carneiro además resta importancia a las denuncias de los ambientalistas, en cuanto a que las enormes plantaciones que abastecen a las plantas de celulosa de Chile tengan un impacto negativo sobre la biodiversidad y la calidad del suelo. Las plantaciones forestales no son más intensas o poco naturales que los campos de trigo o los huertos, señala y añade que en Chile algunos bosques nativos se talaron para dar paso a plantaciones, pero que la mayoría ocuparon tierras, erosionadas durante décadas, por cosechas agrícolas intensas.

Más aún, a fines del 2003, Arauco y CMPC suscribieron un acuerdo pionero con organismos ambientales locales y estadounidenses sobre la protección del bosque nativo. En virtud de este acuerdo, ambas empresas se comprometieron no sólo a proteger los bosques nativos que poseen, sino que a abstenerse también de adquirir tierras que se hubieran convertido de bosques nativos a plantaciones de pinos o eucaliptos después de 1994.

La industria de la celulosa también tiene un sólido historial en el uso de energía renovable, una prioridad para el gobierno chileno, atrapado entre los altos precios del petróleo y los decrecientes suministros de gas. Mediante la quema de material residual, Arauco, por ejemplo, es capaz de generar electricidad para sus plantas que consumen grandes cantidades de energía y vender 110 MW de electricidad al sistema interconectado local.

Según Bergoeing, los problemas ambientales de la industria son el resultado de un fracaso en materia de comunicación con las autoridades y comunidades locales. En Arauco, Kimber admite que fue eso lo que ocurrió con la planta Valdivia, pero afirma que la empresa aprendió la lección y está invirtiendo mucho más tiempo en las relaciones con la comunidad.

La Tierra es un Premio

No obstante, pese a los costos ambientales adicionales, la industria de celulosa de Chile sigue extremadamente competitiva. El pino radiata alcanza la madurez en apenas 20 a 24 años, comparados con los 50 a 100 años que demora en el Hemisferio Norte, incluido el sur de California, de donde la especie proviene originalmente, mientras que los eucaliptos están listos para su tala en 12 años, una fracción del tiempo que demoran sus equivalentes de madera dura en Canadá o el norte de Europa.

Hoy en día, la celulosa de fibra larga alcanza cerca de USD 700 por tonelada, en el norte de Europa, mientras que los costos directos en Chile bordean los USD 300 por tonelada, señala Kimber de Arauco. Como resultado, los productores locales disfrutan de márgenes operacionales muy saludables, mientras que sus competidores en el Hemisferio Norte luchan no sólo con las condiciones de crecimiento menos favorables, sino también con las viejas plantas.

Sin embargo, a pesar de sus ventajas, la industria de celulosa de Chile enfrenta una limitante a su futuro crecimiento: los árboles para abastecer sus plantas. Tras su reciente ola de inversiones, no se necesitarán nuevas plantas por otra década hasta que las nuevas plantaciones alcancen la madurez, afirma María Teresa Arana, gerente de estudios de la Corporación Chilena de la Madera, CORMA.

Esa visión es confirmada por Gonzalo García, secretario general de Empresas CMPC. Después de la ampliación de Santa Fe, CMPC se concentrará en mejorar el desempeño de sus actuales plantas, más que en incrementar significativamente la capacidad, relata.

Más aún, hay dudas en cuanto a si los productores de celulosa pueden, de hecho, expandir sustancialmente sus plantaciones en Chile. Según Bergoeing, tras la reciente compra de Arauco de 40.000 hectáreas de Forestal Bío-Bío, no hay más plantaciones importantes en el mercado y queda poco terreno disponible que sea apto para las plantaciones.

Las parcelas remanentes son muy inaccesibles o bien muy pequeñas, o se encuentran a mucha distancia del aserradero más cercano para ser consideradas en una industria que depende fuertemente de la proximidad de las plantaciones, las plantas de procesamiento y los puertos para mantener controlados los costos. Y otros sectores como las producción frutícola y, más al sur, la ganadería también están analizando expandirse, ejerciendo presión sobre una oferta limitada de terreno.

La remota y azotada por el viento Región de Aysén, en el extremo sur, podría representar una frontera final para la industria forestal del país, sugiere Bergoeing. Pero sigue sin estar claro si la delicada geografía de esa región y su gélido clima permitirían el desarrollo de las plantaciones.

El costo de la tierra también es una consideración importante, dice Carneiro. Las plantaciones en Chile cuestan ahora entre USD 1.500 y USD 2.000 por hectárea, frente a los USD 400 por hectárea que cuestan al otro lado de Los Andes, estima.

Expansión Regional

No es de sorprender entonces que muchos esperen que el próximo paso de las grandes forestales en Chile sea expandirse en otros países del Cono Sur. De hecho, ambas ya han establecido una presencia en el noreste de Argentina, donde un clima subtropical, explanadas y amplios ríos proporcionan las condiciones ideales para la industria celulosa.

En 1996, Arauco adquirió la empresa forestal Alto Paraná en la provincia de Misiones, que incluye una planta de celulosa de 350.000 toneladas y 233.000 hectáreas de plantaciones. Además, la compañía posee plantaciones en Uruguay y Brasil.

De igual modo, CMPC tiene cerca de 100.000 hectáreas de plantaciones en el noreste de Argentina y desde hace tiempo se ha informado que estaría considerando la construcción de una planta de celulosa en la zona. Sin embargo, hasta ahora ni CMPC ni Arauco han dado un paso decisivo para expandir sus inversiones en Argentina.

En Arauco, Charles Kimber dice que Argentina y Uruguay aún carecen de la red de plantas y aserraderos, que permitan a las empresas forestales explotar sus reservas con tanta eficiencia como en Chile. Pero, según André Bergoeing, tras sus vacilaciones yacen preocupaciones de orden político.

Especialmente en un negocio de largo plazo como el de la industria forestal, Argentina no inspira a los inversionistas con la confianza necesaria, sostiene. “¿Puede alguien decir que las reglas se mantendrán en un plazo de cinco años?”, se pregunta.

No obstante, las empresas de celulosa del hemisferio norte apuntan cada vez más a Sudamérica en una apuesta por reducir sus costos de producción. En mayo del año pasado, la empresa sueca-finlandesa Stora Enso se unió a Aracruz, el mayor productor de celulosa de Brasil, para iniciar operaciones en la planta Veracel, en el estado de Bahia, y los socios ahora están considerando sumar una nueva línea de producción a la instalación de 900.000 toneladas.

Uruguay también atrajo el interés de actores internacionales. Botnia, empresa de Finlandia que es la segunda mayor productora de celulosa de Europa, está construyendo la planta Orión, con una capacidad de producción de un millón de toneladas, en Fray Bentos, al Oeste de Uruguay. Stora Enso además ha manifestado interés en la construcción de una planta de celulosa en Uruguay y, aunque la española ENCE abandonó su plan original de una planta en Fray Bentos, ha señalado que buscará sitios alternativos dentro de Uruguay.

Por cierto, también son posible las empresas de riesgo entre productores de celulosa de Chile y firmas internacionales para desarrollar proyectos en el Cono Sur. En esta línea, Stora Enso y Arauco están en conversaciones sobre una posible empresa conjunta de las operaciones forestales y de aserradero de la empresa brasileña del rubro Arapoti, que Stora Enso adquirió recientemente de manos de la estadounidense International Paper, por unos USD 420 millones.

Pero, entretanto, cada vez está más claro que las ventajas naturales y los bajos costos de producción que han sustentado el crecimiento de la industria forestal de Sudamérica están en la mira internacional. Y eso presenta un desafío clave para los productores de celulosa de Chile si pretenden expandirse a países vecinos.

Over the past five years, Chile’s wood pulp companies have invested heavily in new capacity but, as both the industry and its trees reach maturity, new growth challenges are looming.

Chile’s forestry industry is built on an enduring comparative advantage - the favorable soil and climatic conditions that mean rapid tree growth and high yields. But it wasn’t until the 1970s that local companies, encouraged by a program of government grants and tax breaks, started large-scale planting of the radiata pine that now covers vast swathes of southern Chile.

By 1995, Chile had 1.7 million hectares under forest plantations, up from just 300,000 hectares in the mid-1970s. And, as these plantations began to mature, wood pulp plants followed, raising output from 800,000 tonnes in 1990 to 2.6 million tonnes by 2000 and 3.2 million tonnes last year.

Chile was not alone in developing a forestry industry during this period. A similar phenomenon, also boosted by state support, was seen in Brazil, which is now South America’s largest pulp producer. Output there climbed from three million tonnes in the early 1980s to six million tonnes in the mid-1990s and 10.4 million tonnes last year.

According to the UN Food and Agriculture Organization (FAO), Brazil was the world’s fourth largest pulp exporter by 2004, after Canada, the United States and Sweden. And Chile had reached fifth place. “That’s a remarkable achievement for a small country like Chile,” says Carlos Marx Carneiro, chief forestry officer at the FAO’s office in Santiago.

It is also an achievement that has served Chile’s export earnings well. Unlike Brazil, where around half of the country’s pulp output is consumed domestically, Chile produces almost exclusively for export.

Last year, Chile exported pulp worth US$1.2 billion, up from half that amount in the mid-1990s. And there is still plenty of room for growth.

Even now South America accounts for only around a tenth of international wood pulp output. As a result, Chile’s pulp producers - unlike its copper companies - can afford to increase their output without worrying about the impact on international prices.

And that is precisely what the country’s two pulp companies have been doing. Celulosa Arauco y Constitución, the forestry arm of the local Angelini industrial group, recently started pulp production at its US$1.4 billion Nueva Aldea industrial complex in southern Chile’s Region VIII where, once the new plant reaches full capacity in mid-2007, it expects output to reach 856,000 tonnes a year.

Similarly, Empresas CMPC, controlled by the local Matte group, is poised to start operation of a new 780,000-tonne production line at its Santa Fe plant, also in Region VIII. This project, with a cost of US$745 million, is the largest investment ever to be undertaken by CMPC.

Together, these investments will lift Chile’s pulp capacity by 50% to almost 4.8 million tonnes in 2008. And that is not all - the expansion also represents an important shift in the type of pulp that both Arauco and CMPC are producing.

Traditionally, Chile has focused on long-fiber pulp, made from radiata pine, while Brazil has specialized in the short-fiber variety, made mostly from eucalyptus. But Chile is now also diversifying into short-fiber pulp, due partly to the faster growth of eucalyptus trees which take half the time of pine to reach maturity.

In the late 1990s, Arauco modified a production line at one of its early plants so as to be able to use eucalyptus, but has since taken the process a stage further. At its Valdivia mill, which started operations in February 2004, 40% of the plant’s total capacity is devoted to short-fiber pulp and, at Nueva Aldea, the split is 50/50.

Moreover, CMPC’s new production line at Santa Fe will be devoted entirely to short-fiber pulp. As a result, once the production line is fully operative, the company’s mix will shift to 60% short-fiber and 40% long-fiber as compared to 70% long-fiber and 30% short-fiber at present, says André Bergoeing, a senior analyst at Larraín Vial, a local investment bank.

Not to Everyone’s Taste

But the industry’s expansion has not been an altogether smooth ride. As a high-profile dispute between Uruguay and Argentina has recently shown, pulp mills and the alleged affects of their effluent on waterways can raise fierce public opposition.

And Chile has been no exception. In late 2004, several hundred black-necked swans died in a bird sanctuary downstream from Arauco’s recently-inaugurated Valdivia plant, and many more emigrated. As a result, the plant was temporarily closed and, today, is still operating at 80% capacity, pending a new effluent-disposal system, possibly through a pipeline to the coast.

It could be four years before the plant is operating at maximum capacity, estimates Bergoeing. At Arauco, Charles Kimber, corporate affairs and marketing director, admits that the company will be hard pushed to present a new environmental impact study by the agreed deadline of April 2007 because the company’s attempts to take the necessary measurements have met with violent resistance from fishermen where the pipeline would reach the sea.

So are environmentalists in Chile and elsewhere in South America right to target the industry? At the FAO, Carneiro does not think so.

Chile’s pulp mills are among the most technologically advanced in the world, he says. They use tertiary effluent treatment that returns water to its source in close to its original state, putting them on a par with the environmental standards that prevail in Europe and the United States, he maintains.

Carneiro also dismisses environmentalists’ claims that the huge forestry plantations which feed Chile’s pulp mills have a negative impact on bio-diversity and soil quality. Forestry plantations are no more intensive or unnatural than wheat fields or fruit orchards, he argues, adding that, in Chile, some native forest was felled to make way for plantations but most occupied tracts of land eroded by decades of intensive crop-farming.

Moreover, in late 2003, Arauco and CMPC signed a pioneering agreement with local and U.S. environmental organizations on the protection of native forest. Under this agreement, both companies undertook not only to protect the native forests they own but also to refrain from acquiring land that was converted from native forest to pine or eucalyptus after 1994.

The pulp industry also has a strong track record on the use of renewable energy, a priority for the Chilean government, caught between high oil prices and dwindling gas supplies. By burning waste material, Arauco is, for example, able to power its energy-intensive plants and sell 110 MW of electricity to the local grid.

According to Bergoeing, the industry’s environmental problems are the result of a failure to communicate adequately with local authorities and communities. At Arauco, Kimber admits this was the case with the Valdivia plant, but says the company has learned its lesson and is spending a lot more time on community relations.

Land at a Premium

But, despite extra environmental costs, Chile’s pulp industry remains extremely competitive. Radiata pine reaches maturity in just 20 to 24 years, compared to between 50 and 100 years in the northern hemisphere, including southern California from where the species originally hails, while eucalyptus trees are ready for harvesting in 12 years, a fraction of the time of their hardwood equivalents in Canada or northern Europe.

Today, long-fiber pulp fetches close to US$700/tonne in northern Europe against cash costs in Chile of around US$300/tonne, says Arauco´s Kimber. As a result, local producers enjoy very healthy operating margins while their competitors in the northern hemisphere are struggling, due not only to less hospitable growing conditions but also to ageing plants.

But, despite its advantages, Chile’s pulp industry faces a constraint on its future growth - the trees to feed its plants. After its recent investment spurt, new pulp plants won’t be needed for another decade until new plantations reach maturity, says María Teresa Arana, head of research at the forestry industry association, CORMA.

That view is confirmed by Gonzalo García, secretary general of Empresas CMPC. Beyond the expansion at Santa Fe, CMPC will be concentrating on improving the performance of its existing plants, rather than boosting capacity significantly, he reports.

Moreover, doubts exist as to whether pulp producers can, in fact, substantially expand their plantations in Chile. According to Bergoeing, following Arauco´s recent purchase of 40,000 hectares from Forestal Bio Bio, there are no more major plantations on the market and little land left that is suitable for planting.

Remaining plots are either too inaccessible, too small or too distant from the nearest sawmill to be considered in an industry which relies heavily on the proximity of plantations, processing plants and ports to keep a lid on costs. And other sectors such as fruit growing and, further south, beef farming are also looking to expand, putting pressure on a limited supply of land.

The remote and wind-swept Aysén region of the far south could represent a final frontier for the country’s forestry industry, Bergoeing suggests. But it remains unclear whether that region’s tricky geography and icy climate would permit the development of plantations.

The cost of land is also an important consideration, says Carneiro. Plantations in Chile now cost US$1,500-US$2,000 per hectare against just US$400 a hectare on the other side of the Andes, he estimates.

Regional Expansion

It is not surprising then that many expect that the next step for Chile’s forestry giants will be to expand in other Southern Cone countries. Both have, in fact, already established a foothold in northeast Argentina where a subtropical climate, flat expanses of land and broad rivers provide ideal conditions for the pulp industry.

In 1996, Arauco acquired the Alto Paraná forestry company in the Misiones province, which includes a 350,000-tonne pulp mill and 233,000 hectares of plantations. In addition, the company owns plantations in Uruguay and Brazil.

Similarly, CMPC has around 100,000 hectares of plantations in northeast Argentina and has long been reported to be considering the construction of a pulp plant there. But so far neither CMPC nor Arauco has taken the plunge of expanding their investments in Argentina.

At Arauco, Charles Kimber says that both Argentina and Uruguay still lack the downstream network of mills and processing plants that allow forestry companies to exploit their reserves as efficiently as they do in Chile. But, according to André Bergoeing, political concerns lie behind their hesitancy.

Especially in a long-term business like the forestry industry, Argentina does not at present inspire investors with the necessary confidence, he argues. “Can anyone say what the rules are going to be even in five years´ time?” he wonders.

But northern hemisphere pulp companies are increasingly looking to South America in a bid to reduce their production costs. In May last year, Finnish-Swedish Stora Enso joined forces with Aracruz, Brazil’s largest pulp producer, to start operations at the Veracel plant in the state of Bahia, and the partners are now considering the addition of a new production line at the 900,000-tonne facility.

Uruguay has also attracted the interest of international players. Finland’s Botnia, Europe’s second largest pulp producer, is currently building the Orion mill, with a production capacity of one million tonnes, in Fray Bentos in western Uruguay. Stora Enso has also expressed interest in the construction of a pulp mill in Uruguay and, although Spain’s ENCE has abandoned its original plan for a plant in Fray Bentos, it has indicated that it will look for alternative sites within Uruguay.

Joint ventures between Chile’s pulp producers and international companies to develop projects in the Southern Cone are, of course, possible. Along these lines, Stora Enso and Arauco are currently talking about possible joint ownership of the saw mill and forest operations of Brazil’s Arapoti forestry company, which Stora Enso recently acquired from U.S.-based International Paper for some US$ 420 million.

But, meanwhile, it is becoming increasingly clear that the natural advantages and low production costs that underpinned the growth of South America’s forestry industry are up for international grabs. And that poses a key challenge for Chile’s pulp producers if they plan to expand in neighboring countries.
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