David Gallagher
El Mercurio, Viernes 28 de Enero de 2011
Decimos mucho que para depender menos del cobre, deberíamos volcarnos hacia una economía de servicios. Una economía del conocimiento, para la cual -y lo repetimos como mantra- urge mejorar nuestro sistema de educación.
Sin embargo experiencias recientes me han hecho pensar que primero habría que mejorar nuestros servicios más primarios, aquellos que apenas necesitan conocimiento.
Partamos con el correo. Es notoriamente imprevisible, sobre todo cuando se trata de correspondencia del exterior. Les he pedido a mis amigos extranjeros que no me escriban más cartas (sí, hay gente que todavía lo hace), y he cancelado mis suscripciones a revistas foráneas. A veces me llegaban varios números juntos después de tres meses de sequía. Muchos más se perdían para siempre en el camino.
Algunos de nuestros servicios básicos fallan porque funciona mal su rudimentaria tecnología.
Por ejemplo hace poco traté de comprar entradas para Santiago a Mil. Después de unos intentos fallidos en la página web, me fui al Parque Arauco, donde hay un Ticketmaster. Está en el tercer piso de Falabella, en el sector colchones. Consiste en una pequeña mesa, frente a la que se sienta un joven.
Le di una lista de los espectáculos a los que quería asistir. La miró con interés, pero me dijo que estaba sin sistema. "Puede demorar de quince minutos a tres horas en volver", me explicó. De reojo observé los colchones, pensando esperar acostado en uno de ellos, con un buen libro. Pero volví al estacionamiento. Para mi alivio la máquina aceptó mi dinero, pero el ticket que me devolvió no abrió la barrera. Había un timbre para pedir ayuda, pero nadie respondió. Me costó un mundo encontrar a alguien responsable.
La verdad es que los estacionamientos, por lo menos los que yo frecuento, son malos en Santiago. En la misma semana, en Providencia con Lyon, la máquina me tragó 4 mil pesos, para un cobro de dos mil cinco pesos. No me quiso dar vuelto. "Si quiere, le escribe a la compañía", me aconsejaron. Esa noche, en el Teatro Municipal de las Condes, un señor no encuentra su ticket para salir del estacionamiento. Va a la caja para ver si lo dejó allá, pero la caja está lejos. Se forma una larga cola de autos detrás de él. Cuando finalmente vuelve con su ticket , descubre que está vencido. También lo están los de los autos detrás. Cuesta mucho encontrar a alguien que asuma responsabilidad.
Otro problema de los servicios básicos en Chile es que el mal llamado cliente suele ser muy mal tratado. Basta con una mínima distracción en el pago de la cuenta de teléfono para que corten el servicio. Para qué hablar de los misteriosos cargos de la banca o las tarjetas de crédito. En Chile, los proveedores de servicios se aprovechan de la extrema docilidad de la gente.
Para colmo me tocó almorzar esta semana con un amigo argentino que venía llegando del sur. Había entrado al país por Peulla, y tras arrendar un auto, se había dirigido hacia Santiago, probando nuestra hotelería en el camino. "¿Cómo te fue?", le pregunto, esperando complaciente sus elogios. "Chile no está preparado para recibir a turistas", me sentencia. Y me pregunta por qué no nos interesa desarrollar el turismo y, en general, una economía de servicios en el país. Aparte de los pésimos hoteles, lo que más le impresionó fue la lentitud del paso fronterizo, y el hecho de tener que hacer una denuncia en la policía cuando una piedra le trizó el vidrio del auto.
Son casos, estos últimos, de lo que se podría llamar una economía de servicios negativos que tenemos en Chile, donde hay gente empleada para hacerle la vida difícil a los demás. Por eso somos tantos los que repetimos, también como mantra, que nos urge una reforma de la burocracia.