Reproduzco una columna publicada en El Mercurio el 28 de septiembre 2011, escrita por los investigadores Susana Jiménez Economista Senior Libertad y Desarrollo. Rafael Vicuña Profesor Pontificia Universidad Católica de Chile y Consejero Libertad y Desarrollo:
Hay prejuicios que permean con facilidad la opinión pública, aún cuando carecen de toda evidencia empírica o sustento científico. Es el caso de los cultivos transgénicos: mientras la academia se manifiesta a favor, la percepción general parece sólo recoger las voces alarmistas e infundadas que se levantan en su contra. ¿Por qué hay tanta dificultad en apreciar las enormes opciones que abre la ingeniería genética de vegetales? Plantas transgénicas resistentes a ciertos insectos y otras tolerantes a algunos herbicidas han permitido optimizar las prácticas agrícolas aumentando su productividad. Alimentos transgénicos con mayor valor nutricional como una soja con alto contenido de omega-3, un arroz enriquecido en vitamina A o un trigo apto para celiacos, se encuentran ad portas de ser aprobados para consumo humano en distintas partes del mundo. Asimismo, para el próximo año se espera comercializar plantas transgénicas tolerantes a la sequía. Y la maravilla no termina ahí: proteínas producidas en plantas transgénicas que sirven de alimento al ser humano podrían ser usadas como vacunas orales para prevenir ciertas enfermedades. El mundo ya sabe de estos beneficios. En el año 2010 se plantaron 148 millones de hectáreas con cultivos transgénicos, siendo 29 los países que ya los han adoptado. Incluso en la Unión Europea, históricamente más reticente, aumentaron a ocho los países que han incorporado estos cultivos. En Chile está permitida la siembra de transgénicos sólo con fines de producción y exportación de semillas, pero no así la producción del grano o producto final a partir de esa semilla. Lo paradójico es que luego Chile importa los productos que generan estas semillas (granos) y también los ingredientes obtenidos a partir de esos productos. En la temporada 2009-2010 se sembraron unas 20 mil hectáreas con cultivos transgénicos, lo que generó ventas al exterior por US$ 370 millones. Esto ubicó a Chile como principal productor y exportador de semillas transgénicas del hemisferio sur y como quinto exportador mundial de semillas, considerando transgénicas y no transgénicas. Una industria floreciente y, sin duda, con gran potencial. Sin embargo, no todos ven esta situación con buenos ojos. Los cultivos genéticamente modificados han sido fuertemente cuestionados por grupos ambientalistas en todo el mundo, quienes sostienen que los alimentos transgénicos serían tóxicos y que generarían alergias, además de afectar la biodiversidad. Pero, contrario a lo que se plantea, a la fecha no existe evidencia científica que demuestre que haya habido daño alguno a la salud humana o de animales por parte de los cultivos o alimentos transgénicos disponibles comercialmente, en tanto que los experimentos que incubaron estos prejuicios probaron ser científicamente objetables o francamente errados. Es más, numerosas agencias y academias de ciencias han dado su respaldo a los transgénicos y han cuestionado la subjetividad de las críticas en su contra. Entre estos pronunciamientos se pueden citar la declaración conjunta de las Academias de Ciencias de los EE.UU., Brasil, China, India, México, Reino Unido y Tercer Mundo (2000); las declaraciones de la Academia Pontificia de Ciencias (2001) y de la Academia Chilena de Ciencias (2004), y el informe publicado por The National Research Council de los EE.UU. (2010). La disociación entre el mundo científico y la opinión pública es particularmente preocupante cuando amenaza con plasmarse en una legislación inadecuada. Chile no es la excepción. Actualmente, se encuentran en trámite en el Congreso varios proyectos de ley en esta materia y llama la atención el prejuicio negativo con que se aborda el tema. Proyectos de ley que se basan en prejuicios infundados pueden tener consecuencias nefastas sobre la inversión y desarrollo de nuestra actividad agrícola, forestal, acuícola y minera. Lo anterior no quiere decir que se deba avanzar sin cautela. El criterio debiera ser tratar a una planta transgénica como cualquiera nueva variedad de planta mejorada con la genética tradicional. La falta de voluntad política para apoyar los cultivos transgénicos puede poner en riesgo la oportunidad que tiene Chile de participar de esta revolución de la agricultura moderna y relegarnos en forma permanente a una situación no competitiva, esto es, de menor productividad de nuestros cultivos. Por su parte, la opinión pública merece ser objetivamente informada acerca de los alimentos transgénicos, los que por lo demás se vienen consumiendo a diario desde 1996.