El mensaje del Gobierno ha sido fuerte y claro: Chile está tan bien protegido como podría contra los efectos negativos de la crisis crediticia internacional y la recesión que se prevé para muchas de las principales economías del mundo, incluido Estados Unidos.
Eso, por supuesto, es lo que los Gobiernos siempre dicen. Fue lo que el Gobierno del presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle dijo justo antes de que la crisis financiera asiática llevara a Chile a una recesión que redujo en un 0,8% el PIB del país en 1999.
Pero, en la situación actual, el ministro de Hacienda Andrés Velasco tiene de su lado algunas cifras bastante impresionantes. La deuda externa del Gobierno ahora se sitúa en torno al 4% del PIB, una disminución frente al 14% en que se encontraba al momento de la crisis asiática, y desde el 2006, los excedentes del cobre se han usado para crear dos fondos soberanos que ahora tienen un valor combinado de US$ 22.000 millones, o cerca del 11% del PIB.
En otras palabras, en lugar de necesitar créditos, el Gobierno chileno es un acreedor neto por primera vez en su historia reciente. Y el Banco Central de Chile tiene otro 13% del PIB -US$ 25.000 millones- en reservas internacionales para entregar la liquidez que el mercado local podría requerir.
Eso fue lo que hizo cuando, a comienzos de octubre, los bancos del país vieron crecer sus líneas internacionales de crédito y comenzaron a retener su efectivo, llevando a Chile a su propia crisis de liquidez. El Ministerio de Hacienda ayudó también al ingresar al país US$ 1.000 millones de sus ahorros en el extranjero y depositarlos en cuatro bancos locales.
Fue un momento difícil que amenazó con paralizar el crédito interbancario y repetir en Chile una de las causas clave de la agitación observada en los mercados internacionales. Pero los bancos chilenos pronto comenzaron nuevamente a otorgarse préstamos unos a otros, señala Alejandro Alarcón, gerente general de la Asociación de Bancos e Instituciones Financieras (ABIF).
Hoy en día, el sistema bancario de Chile tiene un nivel de liquidez bastante satisfactorio, sostiene. Cierto, depende de líneas de crédito de corto plazo avaluadas en unos US$ 3.000 millones para financiar las actividades de comercio exterior de los clientes y, cuando venzan, algunas de estas líneas podrían no ser renovadas.
Después de todo, se estima que la mitad de ellas eran de Wachovia, banco estadounidense que entró en sus propias dificultades. No obstante, con Chile acumulando cerca de US$ 50.000 millones en reservas fiscales o del Banco Central, eso difícilmente puede describirse como una crisis de liquidez, afirma Alarcón.
Indicadores de Solvencia
Sin embargo, las empresas chilenas no sólo recurren a los mercados internacionales de crédito a través de sus bancos locales, también lo hacen directamente y, según el Banco Central, tienen préstamos internacionales pendientes por US$ 47.000 millones, un alza frente a los US$ 38.000 millones de fines del año pasado. Esa cifra representa el 70% de la deuda externa total del país.
Alrededor de US$ 14.000 millones de este financiamiento -ya sea como créditos bancarios o crédito de proveedores- comenzarán a vencer en los próximos 12 meses. No obstante, como demostró recientemente la empresa eléctrica AES Gener al sellar un crédito sindicado de US$ 1.000 millones para una propuesta de nueva central de generación a carbón en el norte de Chile, los bancos internacionales no han cerrado del todo la tienda de créditos.
También se ha informado que hay algunas empresas chilenas más que están en camino a renegociar pasivos de corto plazo. Pero si se suma la estrechez de los mercados internacionales a las condiciones más estrictas que están imponiendo los bancos locales -a los que las compañías chilenas deben cerca de US$ 80.000 millones-, no es de extrañar que los gerentes de finanzas estén siendo consultados respecto de si sus empresas tienen suficiente efectivo para superar la crisis.
Y eso sin considerar la posibilidad de una caída en las ganancias del próximo año. Pero, según Larraín Vial, firma de corretaje líder a nivel local, la mayoría de las grandes empresas chilenas están en una muy buena posición para hacer frente a la tormenta.
De hecho, medidos según estándares históricos, sus indicadores de solvencia son “excepcionalmente buenos”, concluyó Larraín Vial en un reciente informe. A una relación justo por debajo de 1 a 1, relativa a patrimonio / deuda total de las empresas que conforman el IPSA –el índice de precios de las acciones líderes de la bolsa local- ésta se sitúa en un nivel saludablemente bajo, destaca el subgerente de estudios de Larraín Vial, Diego Grünwald.
Cierto, ha aumentado desde la relación de apenas 0,8 a 1 de hace un par de años, pero aún está muy por debajo del nivel que registraba durante la crisis asiática. Más aún, destaca Grünwald, las empresas que conforman el IPSA demorarían sólo dos años en pagar la totalidad de sus deudas a partir de su flujo de efectivo medido según la Ebidta (la ganancia antes de intereses, impuestos, depreciación y amortización) y algunas, como la empresa de bebidas Andina, podrían lograrlo -de hecho- con la Ebitda de apenas medio año.
Pero esas son sólo las grandes empresas. ¿Qué ocurre con las pequeñas y medianas empresas (Pymes) que emplean según se estima a ocho de cada diez trabajadores chilenos?
Dado que las Pymes tradicionalmente viven mucho más al día que las grandes compañías, se quejan de que están recibiendo la peor parte de la crisis financiera y que, en algunos casos, podrían llegar a quebrar. El Gobierno está muy al tanto del problema y ha anunciado una serie de medidas para protegerlas, incluyendo más recientemente una capitalización de US$500 millones del estatal BancoEstado con el fin de permitirle incrementar el otorgamiento de préstamos a las Pymes.
Sin embargo, las propias Pymes se muestran escépticas sobre los fondos que se canalizarán a través del sistema bancario. “Una cosa es entregar dinero a los bancos; otra muy distinta es que realmente lo veamos”, destacó un emprendedor local.
Sectores Vulnerables
De hecho, a medida que ajustan las condiciones crediticias, los bancos de Chile están tratando de encontrar un término medio entre controlar su exposición al riesgo y provocar precisamente la quiebra de empresas, lo que reduciría sus posibilidades de que se paguen los créditos otorgados. Inicialmente, señalan fuentes de mercado, comenzaron a reducir las líneas de crédito de manera generalizada, pero desde entonces se han vuelto más cuidadosos y selectivos.
Pero el punto donde es necesario trazar es línea dependerá de cuánto se desacelere la economía y, a su vez, de la profundidad y extensión de la recesión en ciernes en las principales economías del mundo. En la Asociación de Bancos, Alejandro Alarcón está relativamente optimista.
Si bien reconoce que es aún es muy pronto para tener una opinión definitiva, cree que los efectos de la crisis financiera sobre la economía real no serán tan grandes como se temió en un principio y actualmente anticipa un crecimiento del PIB del 3%, o levemente inferior, en Chile el próximo año. Sin embargo, Larraín Vial es menos visceral y proyecta una expansión del 1,8%.
No obstante, hay consenso en cuanto a que la situación variará de sector en sector. La industria de la construcción está en el ojo del huracán, no sólo porque se ha visto afectada por el alza de este año a las tasas de interés y su impacto sobre los créditos hipotecarios, sino que también porque muchas empresas constructoras dependen fuertemente de los préstamos, más que del patrimonio, para su capital de trabajo.
De hecho, una constructora ya quebró y la desaceleración de la industria y los resultantes despidos son uno de los principales mecanismos a través de los que las condiciones financieras más ajustadas se transmitirán a otros sectores de la economía. El mayor desempleo, a su vez, vuelve al sector minorista vulnerable a un mayor riesgo de incumplimiento de los créditos de tarjetas de tiendas además de a menores ventas.
Otro sector que se vería duramente afectado es el factoring. Debido a la naturaleza de su negocio, está altamente apalancado y depende casi exclusivamente de créditos bancarios, mercado que ahora ha encontrado virtualmente cerrado.
Los exportadores de bienes básicos, por cierto, han enfrentado una caída en los precios internacionales, pero están menos expuestos. Las mineras privadas -aunque no Codelco, la cuprífera estatal chilena, cuyos ingresos se destinan al Gobierno- aún cuentan con muchos recursos gracias al flujo de efectivo de los últimos tres años de precios récord del cobre, mientras los productores de celulosa del país recientemente concluyeron importantes planes de expansión y, por tanto, tendrán una menor necesidad de recaudar financiamiento.
Por supuesto, los exportadores de bienes no básicos están sonriendo. En el lado positivo de la crisis financiera, la depreciación del peso frente al dólar los liberó de la fortaleza de la moneda local, generada por los precios récord del cobre, lo que había estado afectando sus márgenes.
La excepción de este panorama es la industria salmonera, destaca Axel Christensen, gerente general de Cruz del Sur Inversiones. Ese sector es un fuerte usuario del apalancamiento a corto plazo, afirma, pero su problema real es que “sus activos se están muriendo”.
Literalmente, de hecho. La industria está luchando con un brote de virus de anemia infecciosa del salmón (ISA, por su sigla en inglés) y eso ayuda a explicar por qué, por ejemplo, Larraín Vial identifica a Multiexport Foods, productor líder de salmón, como una de las empresas más vulnerables del país en términos financieros.
En los sectores vulnerables, las quiebras de algunas empresas no se pueden descartar, mientras que otras podrían verse forzadas a realizar fusiones y los proyectos de inversión se verán afectados, aunque Christensen destaca que los anuncios hasta ahora sugieren postergaciones, más que cancelaciones.
Sin embargo, también será un tiempo de oportunidades para adquirir activos a precios atractivos, para mejorar la infraestructura de la empresa a un menor costo o simplemente para surgir como una operación más eficiente. Después de todo, las crisis anteriores que ha sufrido Chile -ya sea la crisis bancaria de principios de la década de los 80, que significó una mejor regulación financiera, o la crisis asiática, que forzó a las empresas a volverse más productivas- las han dejado en una mejor posición para aprovechar el repunte que en definitiva siempre traen consigo.
Ruth Bradley es la editora general de bUSiness CHILE. Además se desempeña como corresponsal en Santiago de The Economist.