Empresarios Chilenos Triunfan En Estados UnidosChilean Entrepreneurs Triumph in U.S.
Desafiando lo que generalmente es visto como un débil desempeño de Chile en materia de innovación, un invento chileno recientemente logró el primer lugar en un importante concurso tecnológico en Estados Unidos frente a rivales que contaban con un respaldo financiero mucho mayor.
Hace cinco años, Felipe Camposano, quien entonces tenía 23 años, invitó a un amigo de su universidad, Andrés Leschot, a quedarse en el campo de su familia durante la cosecha de manzanas. No lo sabían en ese entonces, pero la visita terminó siendo el comienzo de un viaje que, a comienzos de este año, llevó a los dos amigos y a un tercer chileno, Álvaro Olivera, a ocupar el primer lugar del World's Best Technologies Showcase, evento que reúne nuevas tecnologías de importantes universidades con instituciones de investigación de todo el mundo.
En el 2001, la cosecha de manzanas en el fundo de los Camposano cerca de Curicó, en el sur de Chile, fue particularmente dañada por el sol. La mayoría de la fruta tuvo que botarse debido a manchas café-amarillas en la cáscara de las manzanas causadas por la radiación solar y una tarde de domingo, descansando en la piscina después de la cosecha del sabado, Felipe le sugirió a Andrés, estudiante de bioquímica, que desarrollara una solución científica para controlar el problema.
Fue una sugerencia a la ligera que difícilmente tomó en cuenta que en todo el mundo numerosos investigadores estaban trabajando exactamente en el mismo tema. Pero los dos amigos se ocuparon del desafío y pronto se les unió Olivera, un ingeniero químico.
Para la próxima cosecha, habían extraído una sustancia de las propias manzanas que, al rociarla de nuevo como concentrado sobre la fruta, disminuiría el daño, esperaban. Pero para su enorme sorpresa, no sólo redujo el daño del sol, sino que mejoró además el color de las manzanas, haciéndolo más brillante y uniforme. “No podíamos creerlo”, dice Leschot, “aunque había una explicación bioquímica lógica”.
Su asombro inicial se acrecentó al darse cuenta de que aparentemente nadie más había hecho el mismo descubrimiento. “Pensamos que teníamos una solución”, añade Olivera, “pero también pensamos que alguien más debía tenerla”. Aventuraron una respuesta que otros investigadores habían pasado por alto porque estaban muy ocupados buscando soluciones de ingeniería genética más complejas.
El control del daño que produce el sol era en sí mismo un importante avance. En Chile, el 30% de las manzanas se queman por el sol, reduciendo su valor de mercado en hasta un 80%, pero una vez que los jóvenes científicos comprendieron que literalmente podían instruir a las células de las plantas para que produjeran más moléculas que protegieran la fruta contra la radiación solar y más moléculas que mejoraran el color, se dieron cuenta de que podían hacer lo mismo con efectos beneficiosos para la salud, desarrollando fruta con -digamos- el doble de antioxidantes.
“Este tipo de alimentos con propiedades beneficiosos para la salud están creciendo rápidamente hoy en día”, dice Camposano, que tiene una visión más comercial y ahora es ingeniero industrial. Los huevos con Omega-3 y los yoghurts biolácteos son sólo dos ejemplos de esta tendencia, destaca.
“Básicamente, descubrimos que las plantas pueden responder a señales esparcidas sobre ellas desde el exterior”, dice Olivera. Y los posibles usos para esta tecnología son casi interminables y abarcan no sólo las manzanas, sino que todo tipo de frutas y verduras.
“Fue por eso que ganamos en Estados Unidos”, señala Leschot, “debido a las ramificaciones de lo que descubrimos”.
De Curicó a Texas
Desde el año 2001 en adelante, los amigos volvieron al fundo de los Camposano en la época de la cosecha para probar nuevas fórmulas. Era una época reservada y emocionante en la que recuerdan haber vivido sobre manzanas, comiendo todos los productos sobre los que habían experimentado; no le dijeron a nadie en qué estaban trabajando.
Luego, el año pasado, decidieron ingresar a ChileInventa 2005, un concurso para patentar invenciones organizado por la Pontificia Universidad Católica en Santiago y patrocinado por el Gobierno de Chile como parte de su Programa Bicentenario de Ciencia y Tecnología. El primer premio en ese concurso -además de ayudar en el financiamiento del proceso de obtención de patentes y asesoría sobre los planes de negocios y comercialización- era la oportunidad de competir en el World’s Best Technologies Showcase que se realizaría en marzo del 2006 en Arlington, Texas.
Tras ocupar el primer lugar entre 25 finalistas de ChileInventa, el trío se puso a trabajar en su solicitud de patentes. La tarea duró seis meses y -finalmente- presentaron su solicitud justo dos días antes de viajar a Arlington.
“Ésta fue la primera vez que realmente vimos el mercado que teníamos y quedamos impresionados”, dice Olivera. “Era casi demasiado grande para nuestra imaginación”. Fue también un tiempo agitado durante el cual, recuerdan, AmCham -auspiciador de ChileInventa- ayudó a Leschot a obtener su visa para Estados Unidos.
A su llegada a Arlington, se encontraron con tecnologías de punta de todo tipo participando en una competencia diseñada como muestra para inversionistas de capital de riesgo y buscadores de nuevas patentes tecnológicas de empresas pertenecientes al Fortune 500. Muchos proyectos, tales como los auspiciados por la NASA o el Departamento de Defensa de Estados Unidos, tenían presupuestos de millones de dólares detrás.
La mayoría de los participantes provenía de Estados Unidos y otros de países como Canadá, Israel, España, China y Japón. De las 75 tecnologías seleccionadas para participar del concurso, sólo a un tercio tuvo la oportunidad de realizar una presentación de 10 minutos. “Estaba optimista”, dice Leschot, “pero era un sueño”.
En general, los tres chilenos, con su recién bautizada empresa Lucien Biotechnologies, estaban contentos con sólo estar ahí. Había oportunidades para mostrar su tecnología y conversar con inversionistas, aunque se mantuvieron cautamente vagos sobre los detalles de su invención.
Camposano, con un mejor inglés y una visión más comercial, fue escogido para hacer la presentación. Desde el momento en que terminó, su “cabina” fue visitada por gente de una ecléctica gama de campos interesada en su descubrimiento.
La entrega de premios incluía una cena formal y sobres cerrados. El tercer lugar fue para un software para imágenes computacionales en tres dimensiones y el segundo, para un invento de purificación de agua. Ambas eran tecnologías impresionantes, recuerdan los chilenos.
“Cuando comenzaron a describir nuestra empresa y nos dimos cuenta que habíamos ganado, simplemente nos quedamos sin palabras”, dice Olivera. “No podíamos reaccionar”.
Incluso hoy, el momento de la victoria sigue siendo una nebulosa para los tres: ninguno es capaz de recordar los detalles del discurso espontáneo en que recibieron el premio y que pronunció Camposano.
Pero ahora, de vuelta en Chile, los desafíos que enfrentan son mayores que nunca. “Tenemos que comercializar el producto”, sostiene Camposano. “Tenemos que producirlo de manera masiva a un bajo costo”.
Con este objetivo, se unieron a un gran exportador chileno de frutas y están evaluando ofertas de capital de riesgo. “Tenemos que ver si podemos financiar la próxima etapa por nuestra cuenta y así asumir el control total”, dice Camposano. Hasta ahora, ninguno de los tres socios está trabajando tiempo completo en Lucien Biotechnologies.
El segundo desafío implica mayor investigación científica de la tecnología, en especial, trabajo continuo para mejorar el valor nutricional de la fruta y más investigación sobre otras frutas, como uvas y berries, en un comienzo.
No obstante, el triunfo en Texas sirvió para aumentar tanto la ansiedad como las expectativas, dicen los empresarios. Después de todo, demostró cuán masivo podía ser su descubrimiento y -si todo sale bien- cuán lejos podría llevarlos desde la cosecha de manzanas de hace cinco años en Curicó.
Sophie Harrison trabaja como periodista freelance en Santiago.
Defying what is generally seen as Chile’s weak performance on innovation, a Chilean invention recently took first place in an important U.S. technology contest against rivals with far more substantial financial backing.
Five years ago, Felipe Camposano, then aged 23, invited a university friend, Andrés Leschot, to stay at his family’s farm during the apple harvest. They didn’t know it then but the visit was to prove the start of a journey that, earlier this year, took the two friends and a third Chilean, Alvaro Olivera, to first place in the World's Best Technologies Showcase, an event that brings together new technologies from top universities and research institutions around the world.
In 2001, the apple harvest on the Camposano’s farm near Curicó in southern Chile suffered particularly bad sun damage. Much of the fruit was wasted because of yellow-brown spots on the apples’ skin caused by solar radiation and, one Sunday afternoon, relaxing by the pool after Saturday’s harvest, Felipe suggested that Andrés, a biochemistry student, develop a scientific potion to control the problem.
It was a light-hearted suggestion which hardly considered the fact that around the world numerous researchers were working on the very same issue. But the two friends busied themselves with the challenge and were soon joined by Olivera, a chemical engineer.
By the next harvest, they had extracted a substance from the apples themselves which, when sprayed back on to the fruit in concentrated form, would - they hoped - lessen the damage. But to their considerable surprise, not only was the sun damage reduced but the color of the apples also improved, becoming brighter and more uniform. “We just couldn’t believe it,” says Leschot, “although there was a logical biochemical explanation.”
Their initial astonishment was magnified as it became apparent that nobody else had made the same discovery. “We thought we had a solution,” adds Olivera, “but we also thought someone else must already have it.” They hazard a guess that other researchers missed it because they were too busy looking for more complex genetic-engineering solutions.
Controlling sun damage was in itself an important advance. In Chile, 30% of apples are burnt by the sun, reducing their market value by as much as 80%, but once the young scientists understood they could literally instruct the plant cells to produce more molecules to protect the fruit against solar radiation and more molecules to improve color, they found they could do the same with health-giving effects, developing fruit with, say, double the usual amount of antioxidants.
“These types of health-giving functional foods are growing so fast today,” says the more commercially-minded Camposano, now an industrial engineer. Omega-3 eggs and bio-yoghurts are, he points out, just two examples of this trend.
“Basically, we discovered that plants can respond to signals spread on them from the outside,” says Olivera. And the possible uses for this technology are almost endless, encompassing not just apples but all types of fruit and vegetables.
“This is why we won in the United States,” says Leschot, “because of the ramifications of what we had discovered.”
From Curicó to Texas
Each year from 2001 onwards, the friends returned to the Camposano’s farm at harvest time to try out new formulas. It was a secretive, exciting time - during which they recall living on apples, consuming all the produce they had experimented on - and they told nobody what they were working on.
Then, last year, they decided to enter ChileInventa 2005, a patenting competition organized by the Catholic University in Santiago and supported by the Chilean government as part of its bicentenary science and technology program. The first prize in this contest - along with help financing the patenting process and advice on marketing and business plans - was the opportunity to compete in the World’s Best Technologies Showcase competition to be held in March 2006 in Arlington, Texas.
After taking first place out of the 25 finalists in ChileInventa, the threesome set to work on their patent application. It was a job that took six months and they finally filed the application just two days before their departure to Arlington.
“This was the first time that we really saw the market we had and we were astonished,” says Olivera. “It was almost too big for our imagination.” It was also a hectic time during which, they recall, AmCham, a sponsor of ChileInventa, helped by assisting Leschot to obtain his U.S. visa.
On arrival in Arlington, they found cutting-edge technologies of all types taking part in a competition designed as a showcase for venture capital investors and licensing scouts from Fortune 500 companies. Many projects, such as those sponsored by NASA or the U.S. Defense Department, had million-dollar budgets behind them.
The majority of entrants came from the United States and others from countries that included Canada, Israel, Spain, China and Japan. Of the 75 technologies selected to take part in the contest, only one third were given the opportunity to make a ten-minute presentation. “I was always optimistic,” says Leschot, “but it was a dream.”
On the whole, the three Chileans, with their recently named Lucien Biotechnologies company, were happy just to be there. There were opportunities to show off their technology and talk to investors, although they remained cautiously vague about the details of the invention.
Camposano, with better English and a more commercial approach, was chosen to make the presentation. From the moment he finished, their “booth” was besieged by people from an eclectic range of fields interested in their achievement.
The prize-giving itself involved a formal dinner and sealed envelopes. Third place went to a software invention for three-dimensional computer images and second place to a water purification invention. Both, the Chileans remember, were impressive technologies.
“When they started to describe our company and we realized we had won, we were just speechless,” says Olivera. “We couldn’t react.”
Even today, the moment of victory remains a blur for all three - none are able to remember details of the spur-of-the-moment acceptance speech made by Camposano.
But now, back home in Chile, the challenges they face are bigger than ever. “We have to commercialize the product,” says Camposano. “We have to produce it massively in a low-cost way.”
With this aim, they have linked up with a big Chilean fruit exporter and are considering offers of venture capital. “We have to see if we can fund the next stage ourselves and so take full control,” says Camposano. As yet, none of the three partners are working full-time for Lucien Biotechnologies.
The second challenge involves further scientific investigation of the technology, especially continued work on increasing the fruit’s nutritional value and more research into other fruits - initially grapes and berries.
The triumph in Texas has, however, served to heighten anxiety as well as expectations, say the entrepreneurs. It has, after all, demonstrated just how massive their discovery could be and - if all goes well - how far it could take them from the apple harvest in Curicó five years ago.