El crecimiento económico de Chile atraviesa una fase de debilidad persistente. No se trata de un tropiezo coyuntural, sino de una desaceleración estructural que lleva años incubándose y que, de acuerdo con el Banco Mundial, amenaza con volverse crónica si no se abordan sus causas de fondo. Esa fue la advertencia central de Jean-Marc Arbogast, gerente país del Grupo Banco Mundial en Chile, durante un conversatorio realizado en las oficinas de la Cámara Chilena Norteamericana de Comercio, AmCham Chile, donde analizó los factores que explican el estancamiento y las oportunidades para retomar una senda de crecimiento sostenido.
El diagnóstico fue claro: la productividad y la inversión —los dos motores de largo plazo de la economía— han perdido fuerza. En la última década, la Productividad Total de Factores (PTF) —que mide cuán eficientemente un país utiliza su capital y su trabajo para generar valor— creció por debajo del promedio de los veinticinco años anteriores, reflejando un agotamiento de los impulsos que alguna vez distinguieron a Chile en la región. En paralelo, la inversión como proporción del PIB se estancó: tras escalar del 15% en los años ochenta a cerca del 25% en los 2000, el país no ha logrado romper ese techo desde entonces.
“La caída de la productividad y la inversión no es un síntoma de un año difícil, sino de un modelo que dejó de transformarse con la misma velocidad que su entorno”, advirtió Arbogast. “Chile creció durante décadas gracias a estabilidad, apertura y disciplina fiscal, pero hoy necesita una nueva fuente de dinamismo que combine innovación, inclusión y capital humano”.
El informe del Banco Mundial no se limita a la macroeconomía. Los datos sociales también delinean una presión adicional: el 17% de la población enfrenta pobreza multidimensional, con carencias que van desde educación y salud hasta vivienda, entorno y cohesión social. Esa desigualdad persistente, señaló Arbogast, es uno de los mayores frenos para el desarrollo, porque mina la legitimidad de las reformas y reduce el impacto de la inversión.
Entre los desafíos operativos más urgentes, el Banco Mundial identifica la seguridad hídrica como un riesgo país de primera magnitud. En 37 cuencas —donde vive cerca del 70% de la población— la demanda de agua supera la oferta durante la mitad del tiempo, y en 23 de ellas el déficit alcanza el 85%. “La escasez de agua dejó de ser un problema ambiental para convertirse en una variable económica central”, explicó Arbogast. “No hay inversión sostenible si no se incorpora el riesgo hídrico en el costo de capital y en la gestión de proyectos”.
El segundo gran frente es la transición energética, donde Chile muestra avances, pero aún con una matriz dominada en un 68% por combustibles fósiles. La expansión de las energías renovables enfrenta barreras de integración, almacenamiento y estabilidad regulatoria. “Chile tiene una oportunidad real de liderazgo en energía limpia, pero requiere reglas claras y mecanismos financieros que reduzcan la incertidumbre”, afirmó el representante del Banco Mundial.
El portafolio actual del organismo en Chile asciende a US$ 750 millones en préstamos y US$ 44 millones en asistencia técnica, con énfasis en agua, salud, protección social y energía. Entre los proyectos más destacados figura el programa de Transición Hídrica, orientado a mejorar la gobernanza de cuencas y promover resiliencia climática, y la iniciativa de Hidrógeno Verde, la primera del Banco Mundial a nivel global diseñada para acelerar la inversión en esta industria.
A través de la Corporación Financiera Internacional (IFC), el brazo del grupo enfocado en el sector privado, la institución mantiene una cartera de más de US$ 2.300 millones, movilizando inversiones en áreas como electromovilidad, crédito a pymes y eficiencia energética. Iniciativas como el financiamiento de buses eléctricos, las garantías parciales para ampliar el crédito verde o los programas de eficiencia en agroindustria buscan un objetivo común: reducir las asimetrías de riesgo que limitan la acción del capital privado.
La presentación de Arbogast subrayó que la productividad no se logra solo con innovación tecnológica, sino también con marcos regulatorios previsibles, talento actualizado y una logística eficiente. Al mismo tiempo, la inclusión social deja de ser un desafío moral para transformarse en una condición económica: sin cohesión, las reformas pierden estabilidad.
“El crecimiento inclusivo es, al final, el único crecimiento que dura”, afirmó el ejecutivo del Banco Mundial. “Chile tiene las condiciones para volver a liderar, pero eso requiere instituciones sólidas, inversiones de largo plazo y una visión compartida del desarrollo”.
En la conversación posterior con los socios de AmCham Chile, la gerente general de la Cámara, Paula Estévez, destacó la relevancia de estos análisis para el mundo empresarial. “El diálogo entre el sector privado y organismos multilaterales es clave para identificar soluciones prácticas y acelerar los procesos de crecimiento sostenible. Chile cuenta con las capacidades y la experiencia, pero necesita reactivar la confianza para invertir y seguir avanzando”, señaló.
La discusión cerró con un consenso: Chile tiene los fundamentos, pero le falta impulso. Recuperarlo exigirá decisiones valientes, políticas públicas efectivas y un sector privado dispuesto a volver a apostar por el futuro.