Theodore White, el elogiado escritor estadounidense dedicado a la política presidencial, dijo “No hay emoción en ninguna parte del mundo, a excepción de la guerra, que se compare con la emoción de la campaña presidencial estadounidense”.
Este 4 de julio, Estados Unidos, una vez más, está próximo a comprometerse en el ritual de elegir a su presidente, vicepresidente, un tercio del Senado y al 100% de los 435 miembros de la Cámara de Representantes. El proceso está bien encaminado. Con las primarias cerradas, los dos principales candidatos a la Presidencia ya se conocen y avanzamos hacia la “batalla” final de la elección general.
La televisión, la radio y los medios escritos nos han estado bombardeando desde noviembre pasado con un sinfín de comentarios, opiniones y proyecciones diseñados para hacernos saber, antes de la elección, quién ganará y por qué. Se han estrechado miles de manos de trabajadores en la entrada de fábricas e incontables bebés han sido besados… todo bajo la atenta mirada de las cámaras. Este bombardeo sólo aumentará en intensidad cuando nos presenten el espectáculo de las decepcionantes convenciones de los partidos políticos .
Más allá de esta atmósfera “festiva”, el proceso eleccionario en Estados Unidos es un proceso de renovación única que da a todos, independientemente de la nacionalidad, la oportunidad de tener un efecto sobre lo que está sucediendo. Llegado enero del 2009, veremos un nuevo ocupante de la Casa Blanca. Surgirán nuevas políticas, nueva retórica, nuevos enfoques hacia la resolución de temas nacionales. Estamos siendo testigos del traspaso de poder, -el traspaso pacífico del poder, no apunta de pistola o de fuerza bruta de parte de los actuales gobernantes, sino por la voluntad del electorado-, que ejerce un derecho protegido por la Constitución para escoger a quién gobernará.
Cuando George Washington fue convencido para ir por un segundo período como el primer presidente de Estados Unidos, aceptó a regañadientes y señaló que, cualquiera fuera la circunstancia, se rehusaría a ir por un tercer mandato. El rey Jorge III comentó: “Si lo hace, señor, él será el hombre más grande del mundo”. La historia confirma que, de hecho, no fue tras un tercer período. El país estaba severamente dividido y se necesitaron 36 votaciones en la Cámara de Representantes y casi una guerra civil antes de que John Adams, el rival político de Washington, fuera elegido. Las consecuencias fueron importantes.
Cuando Estados Unidos celebra el aniversario número 232 de su Independencia, nuestro enfoque debiera concentrarse en la renovada oportunidad que el proceso de elección nos entrega a todos y cada uno de nosotros. Que no nos deje cometer el error de dar por sentado las libertades y derechos garantizados por la Constitución que hoy disfrutamos: libertad de culto, libertad de expresión o de prensa, el derecho de la gente a reunirse pacíficamente y a solicitar al Gobierno la indemnización de agravios.
El momento actual en la historia nos presenta desafíos únicos: desde la amenaza a la vida y a la libertad que representa el terrorismo internacional, hasta la necesidad de ayudar a sacar a una parte significativa de la población del mundo de las garras de la pobreza. Esto nos obligará a encontrar el equilibrio correcto de los derechos universales individuales mientras que, al mismo tiempo, abordamos la seguridad y las necesidades de la sociedad como un todo.
Este 4 de julio, celebramos el renovado proceso de elección democrática que es ahora, afortunadamente, la norma a nivel internacional. Es un proceso para la transmisión del mando que nos ha servido bien.
Los invitamos a todos, independientemente de su nacionalidad o país de origen, a aprovechar la oportunidad para reflexionar sobre la importancia de construir una sociedad mejor, más justa y más segura. ¡Feliz 4 de julio!