Distancia no recomendada

09 Abril 2010
Reproduzco una columna de Susan Kaufman Purcell, Directora, Centro de Política Hemisférica, Universidad de Miami, en America Economía en el número de abril 2010, relacionado con la política de EEUU hacia América Latina y las tendencias de acuerdo con su perspectiva, que se están produciendo en la región, que explican cierto alejamiento del área de influencia de EEUU.

 

Pulling Away

By Susan Kaufman Purcell
Director, Center for Hemispheric Policy, University of Miami.

Secretary of State Hillary Clinton’s recent trip to Latin America did not turn out as she had hoped. She failed to get Brazil to support sanctions against Iran for its efforts to develop nuclear power. Nor could she persuade Latin American countries that opposed the “traditional military coup” in Honduras to resume normal relations with the newly-elected government in that country. And the absence of any announcement of a new, big U.S. initiative focusing on the region was disappointing to many Latin Americans.

Latin America’s less-than-enthusiastic response to Secretary Clinton’s initiatives is not surprising. President Barak Obama’s participation in last year’s Summit of the Americas raised expectations that he would break with the policies of his predecessors, end the alleged neglect by Washington of the region and support multilateral approaches to the solutions of hemispheric problems. Apparently, many Latin American governments understood Obama’s embrace of multilateralism as meaning that Washington would support the Latin American consensus on regional issues. They were wrong. Instead, the United States continued to enforce the embargo against Cuba, entered into an agreement with Colombia that would allow it to use the latter’s military bases for its anti-drug policies and, after initially joining Latin America in criticizing the military coup in Honduras, reversed its position, recognized the new president and restored U.S. economic aid.

Latin America’s disappointment with U.S. behavior and policies toward the region is not, however, the only explanation for the difficulties encountered by the U.S. Secretary of State during her visit. Also important is the fact that throughout much of Latin America, the United States is increasingly viewed as a declining global power, a belief that is causing many Latin American governments to challenge U.S. authority and to distance themselves from Washington while drawing closer to countries that they classify as rising powers, such as China, India and Russia. The increasingly assertive role being played by Brazil, both within the region and on the global stage, reflects its membership in this group of “rising” developing countries.

There are several problems with Latin America’s views of the United States and of itself. First, although the U.S. economy constitutes a smaller share of the global economy than in the past, together with Canada, it still accounts for 90% of the hemisphere’s economy. Therefore, Latin America’s efforts to distance itself from the United States, for example, by forming new regional organizations that exclude the United States (and Canada), will harm Latin America more than the United States.  At a time when Latin America’s economic competitiveness continues to decline vis a vis other regions of the world, it is hard to understand how distancing themselves from the largest market in the world is a good thing. Second, the economic benefits reaped by South America’s commodity export boom have not, with few exceptions, been used to diversify and modernize the region’s economies. This will limit the future global influence of the region. Third, the fact that Latin American countries vote similarly in their regional organizations, especially when criticism of the United States is involved, cannot change the reality that the region is seriously divided into two competing groups – the ALBA countries led by Venezuelan President Hugo Chávez, and the market-based democracies – that disagree on politics, foreign policy and economic development strategy. Brazil, which many people expected to be the leader of the latter group, has chosen instead to straddle the two groups in an effort not to lose influence with either and to reap benefits from both.

In his eloquent farewell speech at the recent Cancún summit, President Oscar Arias of Costa Rica dealt precisely with these issues. He argued that “despite the speeches and the applause,” Latin America “has made little progress in recent decades” and that in certain areas, the region was going backwards, running the risk of “adding to its amazing collection of lost generations,” and wasting again the opportunities it has to move forward. He criticized the region’s failure to build democratic institutions, strengthen the rule of law, and fight “poverty, ignorance and rampant crime,” and questioned its attraction to populist demagogues. He also said that Latin Americans must stop playing the victim and stop complaining about poverty while engaging in a multi-billion dollar arms race.

Perhaps the recent election of new presidents in Uruguay, Chile and Costa Rica, as well as the decline in the fortunes of Hugo Chávez in Venezuela, will move the region closer to Arias’ desired goals of democracy, development and peace. Also needed, however, are more people like President Arias who are willing to speak honestly about what is really going on in Latin America.

 

Distancia no recomendada

El reciente viaje de Hillary Clinton a América Latina no fue lo que ella esperaba. La secretaria de Estado de EE.UU. no logró que Brasil apoyara las sanciones contra Irán por sus esfuerzos en desarrollar su poder nuclear. Tampoco pudo persuadir a los países latinoamericanos que se opusieron al golpe militar de Honduras para que reanudaran sus relaciones con el gobierno recientemente electo en esa nación. Y la ausencia de anuncios sobre una nueva y mayor iniciativa estadounidense enfocada en la región desilusionó a muchos latinoamericanos.

La respuesta poco entusiasta de América Latina a las iniciativas de Clinton no es sorprendente. La participación del presidente Barak Obama en la Cumbre de las Américas el año pasado elevó las expectativas de que discontinuaría las políticas de sus predecesores, terminaría con la presunta negligencia de parte de Washington hacia la región y apoyaría soluciones multilaterales a los problemas del hemisferio.

Aparentemente, muchos gobiernos latinoamericanos interpretaron el abrazo de Obama al multilateralismo como una promesa por parte de Washington a apoyar el consenso latinoamericano en los temas regionales. Se equivocaron. Estados Unidos continuó con el embargo contra Cuba, llegó a un acuerdo con Colombia paras usar bases militares para sus políticas antidrogas, y, después de unirse a las críticas latinoamericanas al golpe militar de Honduras, revirtió su posición, reconoció a su nuevo presidente y restableció la ayuda económica de Estados Unidos.

Pero esta desilusión no es la única explicación para las dificultades con que se topó la secretaria de Estado de Estados Unidos durante su visita. También es importante el hecho de que en gran parte de la región Estados Unidos es visto cada vez más como un poder global en declive, una creencia que está llevando a muchos gobiernos latinoamericanos a desafiar la autoridad estadounidense y a distanciarse de Washington mientras se acercan a países que clasifican como poderes emergentes, como China, India y Rusia. El creciente rol enérgico que ha estado jugando Brasil en la región y el mundo, refleja su pertenencia a este grupo de países. Hay varios problemas con las visiones que existen en América Latina de sí misma y de Estados Unidos. Primero, aunque la economía estadounidense constituye hoy una parte más pequeña de la economía global, junto con Canadá representa el 90% de la economía del hemisferio. Por eso, los esfuerzos de América Latina por distanciarse de Estados Unidos (y de Canadá), formando nuevas organizaciones regionales que lo excluyen, por ejemplo, dañarán más a la propia región que a su vecino del norte. En momentos en que la competitividad de América Latina continúa en declive vis a vis otras regiones del mundo, es difícil entender cómo autodistanciarse de la mayor economía del globo puede ser bueno. Segundo, los beneficios económicos cosechados por el boom exportador sudamericano, salvo contadas excepciones, no han sido aprovechados para modernizar las economías. Esto limitará la futura influencia de la región en el mundo. Tercero, el hecho de que los países latinoamericanos votan de una manera semejante en sus organizaciones regionales – especialmente cuando hay involucradas críticas a Estados Unidos– no cambia el hecho de que la región está seriamente dividida en dos grupos: los países del ALBA, liderados por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez y las democracias basadas en los mercados. Ambos disienten en sus políticas internas, focos internacionales y la estrategia de desarrollo económico. Brasil, que para muchos debería ser el líder de este grupo, ha escogido una posición para no perder influencia en ninguno de los dos: obtener beneficios de ambos.

En su elocuente discurso de despedida, en la última cumbre de Cancún, el presidente de Costa Rica, Óscar Arias, habló de esto. Dijo que “a pesar de los discursos y los aplausos”, América Latina “ha avanzado poco en las últimas décadas”, y que en ciertas áreas la región ha retrocedido, corriendo el riesgo de hacer crecer “su insólita colección de generaciones perdidas”, desperdiciado oportunidades deavanzar. Criticó los fracasos en construir instituciones democráticas, en fortalecer el cumplimiento de la ley y combatir la “pobreza, la ignorancia y la inseguridad ciudadana”, y cuestionó su atracción a los demagogos populistas. También dijo que los latinoamericanos deben dejar de jugar el rol de víctimas y dejar de quejarse de la pobreza mientras gastan miles de millones de dólares en su carrera armamentista.

Quizá las elecciones presidenciales en Uruguay, Chile y Costa Rica, así como la disminución en la suerte de Hugo Chávez, moverán a la región más cerca de los deseos de Arias en torno a la democracia, el desarrollo y la paz. Sin embargo, para ello se necesitan más personas como el presidente Arias, que muestra voluntad de hablar honestamente acerca de lo que realmente ocurre en América Latina.

Reproduzco una columna de Susan Kaufman Purcell, Directora, Centro de Política Hemisférica, Universidad de Miami, en America Economía en el número de abril 2010, relacionado con la política de EEUU hacia América Latina y las tendencias de acuerdo con su perspectiva, que se están produciendo en la región, que explican cierto alejamiento del área de influencia de EEUU.


 


Pulling Away


By Susan Kaufman Purcell
Director, Center for Hemispheric Policy, University of Miami.


Secretary of State Hillary Clinton’s recent trip to Latin America did not turn out as she had hoped. She failed to get Brazil to support sanctions against Iran for its efforts to develop nuclear power. Nor could she persuade Latin American countries that opposed the “traditional military coup” in Honduras to resume normal relations with the newly-elected government in that country. And the absence of any announcement of a new, big U.S. initiative focusing on the region was disappointing to many Latin Americans.


Latin America’s less-than-enthusiastic response to Secretary Clinton’s initiatives is not surprising. President Barak Obama’s participation in last year’s Summit of the Americas raised expectations that he would break with the policies of his predecessors, end the alleged neglect by Washington of the region and support multilateral approaches to the solutions of hemispheric problems. Apparently, many Latin American governments understood Obama’s embrace of multilateralism as meaning that Washington would support the Latin American consensus on regional issues. They were wrong. Instead, the United States continued to enforce the embargo against Cuba, entered into an agreement with Colombia that would allow it to use the latter’s military bases for its anti-drug policies and, after initially joining Latin America in criticizing the military coup in Honduras, reversed its position, recognized the new president and restored U.S. economic aid.


Latin America’s disappointment with U.S. behavior and policies toward the region is not, however, the only explanation for the difficulties encountered by the U.S. Secretary of State during her visit. Also important is the fact that throughout much of Latin America, the United States is increasingly viewed as a declining global power, a belief that is causing many Latin American governments to challenge U.S. authority and to distance themselves from Washington while drawing closer to countries that they classify as rising powers, such as China, India and Russia. The increasingly assertive role being played by Brazil, both within the region and on the global stage, reflects its membership in this group of “rising” developing countries.


There are several problems with Latin America’s views of the United States and of itself. First, although the U.S. economy constitutes a smaller share of the global economy than in the past, together with Canada, it still accounts for 90% of the hemisphere’s economy. Therefore, Latin America’s efforts to distance itself from the United States, for example, by forming new regional organizations that exclude the United States (and Canada), will harm Latin America more than the United States.  At a time when Latin America’s economic competitiveness continues to decline vis a vis other regions of the world, it is hard to understand how distancing themselves from the largest market in the world is a good thing. Second, the economic benefits reaped by South America’s commodity export boom have not, with few exceptions, been used to diversify and modernize the region’s economies. This will limit the future global influence of the region. Third, the fact that Latin American countries vote similarly in their regional organizations, especially when criticism of the United States is involved, cannot change the reality that the region is seriously divided into two competing groups – the ALBA countries led by Venezuelan President Hugo Chávez, and the market-based democracies – that disagree on politics, foreign policy and economic development strategy. Brazil, which many people expected to be the leader of the latter group, has chosen instead to straddle the two groups in an effort not to lose influence with either and to reap benefits from both.


In his eloquent farewell speech at the recent Cancún summit, President Oscar Arias of Costa Rica dealt precisely with these issues. He argued that “despite the speeches and the applause,” Latin America “has made little progress in recent decades” and that in certain areas, the region was going backwards, running the risk of “adding to its amazing collection of lost generations,” and wasting again the opportunities it has to move forward. He criticized the region’s failure to build democratic institutions, strengthen the rule of law, and fight “poverty, ignorance and rampant crime,” and questioned its attraction to populist demagogues. He also said that Latin Americans must stop playing the victim and stop complaining about poverty while engaging in a multi-billion dollar arms race.


Perhaps the recent election of new presidents in Uruguay, Chile and Costa Rica, as well as the decline in the fortunes of Hugo Chávez in Venezuela, will move the region closer to Arias’ desired goals of democracy, development and peace. Also needed, however, are more people like President Arias who are willing to speak honestly about what is really going on in Latin America.


 


Distancia no recomendada


El reciente viaje de Hillary Clinton a América Latina no fue lo que ella esperaba. La secretaria de Estado de EE.UU. no logró que Brasil apoyara las sanciones contra Irán por sus esfuerzos en desarrollar su poder nuclear. Tampoco pudo persuadir a los países latinoamericanos que se opusieron al golpe militar de Honduras para que reanudaran sus relaciones con el gobierno recientemente electo en esa nación. Y la ausencia de anuncios sobre una nueva y mayor iniciativa estadounidense enfocada en la región desilusionó a muchos latinoamericanos.


La respuesta poco entusiasta de América Latina a las iniciativas de Clinton no es sorprendente. La participación del presidente Barak Obama en la Cumbre de las Américas el año pasado elevó las expectativas de que discontinuaría las políticas de sus predecesores, terminaría con la presunta negligencia de parte de Washington hacia la región y apoyaría soluciones multilaterales a los problemas del hemisferio.


Aparentemente, muchos gobiernos latinoamericanos interpretaron el abrazo de Obama al multilateralismo como una promesa por parte de Washington a apoyar el consenso latinoamericano en los temas regionales. Se equivocaron. Estados Unidos continuó con el embargo contra Cuba, llegó a un acuerdo con Colombia paras usar bases militares para sus políticas antidrogas, y, después de unirse a las críticas latinoamericanas al golpe militar de Honduras, revirtió su posición, reconoció a su nuevo presidente y restableció la ayuda económica de Estados Unidos.


Pero esta desilusión no es la única explicación para las dificultades con que se topó la secretaria de Estado de Estados Unidos durante su visita. También es importante el hecho de que en gran parte de la región Estados Unidos es visto cada vez más como un poder global en declive, una creencia que está llevando a muchos gobiernos latinoamericanos a desafiar la autoridad estadounidense y a distanciarse de Washington mientras se acercan a países que clasifican como poderes emergentes, como China, India y Rusia. El creciente rol enérgico que ha estado jugando Brasil en la región y el mundo, refleja su pertenencia a este grupo de países. Hay varios problemas con las visiones que existen en América Latina de sí misma y de Estados Unidos. Primero, aunque la economía estadounidense constituye hoy una parte más pequeña de la economía global, junto con Canadá representa el 90% de la economía del hemisferio. Por eso, los esfuerzos de América Latina por distanciarse de Estados Unidos (y de Canadá), formando nuevas organizaciones regionales que lo excluyen, por ejemplo, dañarán más a la propia región que a su vecino del norte. En momentos en que la competitividad de América Latina continúa en declive vis a vis otras regiones del mundo, es difícil entender cómo autodistanciarse de la mayor economía del globo puede ser bueno. Segundo, los beneficios económicos cosechados por el boom exportador sudamericano, salvo contadas excepciones, no han sido aprovechados para modernizar las economías. Esto limitará la futura influencia de la región en el mundo. Tercero, el hecho de que los países latinoamericanos votan de una manera semejante en sus organizaciones regionales – especialmente cuando hay involucradas críticas a Estados Unidos– no cambia el hecho de que la región está seriamente dividida en dos grupos: los países del ALBA, liderados por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez y las democracias basadas en los mercados. Ambos disienten en sus políticas internas, focos internacionales y la estrategia de desarrollo económico. Brasil, que para muchos debería ser el líder de este grupo, ha escogido una posición para no perder influencia en ninguno de los dos: obtener beneficios de ambos.


En su elocuente discurso de despedida, en la última cumbre de Cancún, el presidente de Costa Rica, Óscar Arias, habló de esto. Dijo que “a pesar de los discursos y los aplausos”, América Latina “ha avanzado poco en las últimas décadas”, y que en ciertas áreas la región ha retrocedido, corriendo el riesgo de hacer crecer “su insólita colección de generaciones perdidas”, desperdiciado oportunidades deavanzar. Criticó los fracasos en construir instituciones democráticas, en fortalecer el cumplimiento de la ley y combatir la “pobreza, la ignorancia y la inseguridad ciudadana”, y cuestionó su atracción a los demagogos populistas. También dijo que los latinoamericanos deben dejar de jugar el rol de víctimas y dejar de quejarse de la pobreza mientras gastan miles de millones de dólares en su carrera armamentista.


Quizá las elecciones presidenciales en Uruguay, Chile y Costa Rica, así como la disminución en la suerte de Hugo Chávez, moverán a la región más cerca de los deseos de Arias en torno a la democracia, el desarrollo y la paz. Sin embargo, para ello se necesitan más personas como el presidente Arias, que muestra voluntad de hablar honestamente acerca de lo que realmente ocurre en América Latina.

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