Cervezas Premium: Armando un NegocioPremium Beers: Brewing up a Business

16 Marzo 2010

En el 2003, Kevin Szot se asentó en Chile con su esposa chilena y sus cuatro hijos. Tras 18 años trabajando en el grupo financiero estadounidense Citibank, estaba buscando hacer algo diferente cuando recordó las microcervecerías de su juventud en California.


Si bien el vino chileno había mejorado a pasos agigantados en la década que había transcurrido desde que había vivido por última vez en el país y se había diversificado en una deslumbrante colección de variedades de uvas, viñas y valles, la cerveza en Chile estaba confinada a un puñado de marcas nacionales con poco que las distinguiera.


“La cerveza aún correspondía básicamente a lagers industriales como Cristal (…) y se me ocurrió que Chile se encontraba en un momento en el que (abrir una microcervecería) sería un negocio interesante”.


Las microcervecerías despegaron hace unos 30 años en Estados Unidos y el Reino Unido a medida que los fanáticos de la cervezas tipo ale comenzaron a producir, en pequeña escala, sus propias cervezas con sabores más desafiantes e interesantes que las delgadas y burbujeantes lagers producidas por las gigantes cervecerías globales que llegaron a dominar la industria.


La producción cervecera en Chile está dominada por Compañía Cervecerías Unidas (CCU), empresa que cotiza acciones en la Bolsa de Comercio de Santiago y que vendió más del 80% de los 600 millones de litros de cerveza consumidos aquí el año pasado, a través de marcas importantes como Cristal, Escudo, Royal Guard y Heineken.


El consumo de cerveza ha crecido rápidamente en Chile durante la última década, en parte gracias a la fuerte publicidad de CCU, y hoy en día supera al pisco y al vino como la bebida alcohólica favorita de los chilenos.


Pero el consumo de 36 litros per capita en el 2008 está muy lejos del de otros países en la región incluidos Venezuela, Brasil y México o de los campeones en materia de consumo de cerveza como son la República Checa, Irlanda y Alemania, cuyos habitantes beben más de 100 litros al año por persona.


Sin haber producido cerveza nunca antes, Szot instaló un set de 100 litros en el patio de su casa para descubrir cómo hacer cerveza a su gusto.


Después de haber afinado la receta, la familia compró una planta cervecera de segunda mano fabricada en Bélgica y comenzó a producir las primeras botellas de cerveza Szot a fines del 2006.


No fue el único. En los últimos cinco años, se ha registrado un auge en la elaboración de cerveza artesanal en Chile a tal punto que Szot estima que hoy en día hay entre 50 y 90 microcervecerías activas en el país, las que van desde cervecerías que operan en los patios de las casas de sus dueños hasta operaciones mucho más grandes como la suya.


Pero no todas ellas están prosperando.


Muchas encontraron dificultades para mantener los estándares de calidad cuando incrementaron los volúmenes de producción o se dieron cuenta de que su cerveza no perduraba de buena forma en las estanterías, lo que causó dolores de cabeza a los supermercados.


Comercial Peumo, la rama de distribución de Concha y Toro, la viña más grande de Chile, originalmente reclutó a seis de estas nuevas microcervecerías, incluida Szot, pero apenas un par de años después, sólo tres siguen estando en sus registros.


Szot señala que la parte más difícil no es hacer cerveza que le guste a uno, sino que mantener el producto igual mientras se expande el negocio.


“La mayoría de los negocios son manejables ya sea que uno elabore cerveza, pan o pinturas, la parte compleja se da a medida que uno crece”, sostiene.


Un error en la receta durante la expansión podría costar a una pequeña cervecería su reputación justo cuando tiene la mayor parte de su dinero atada a costosa maquinaria nueva.


“En este negocio, el crecimiento rápido probablemente puede matarte más rápido que el no crecer en lo más mínimo”, afirma Szot.


Szot ha tratado de aprender de las lecciones de las microcervecerías que admira en Estados Unidos, muchas de las cuales producen ahora a una escala casi industrial con algunos procesos automatizados.


Otra dificultad que enfrentan las microcervecerías de Chile ha sido encontrar espacio para sus productos en un mercado dominado por un par de grandes distribuidores, un puñado de supermercados y una enorme compañía cervecera.


Cuando Szot y su esposa Karin comenzaron a comercializar su cerveza, se dieron cuenta que miles de restaurantes, bares y pubs habían firmado contratos con marcas importantes, lo que significaba que no podían vender cerveza producida por nadie más.


“Cuando comenzamos, tratamos de colocar nuestras cervezas en el (centro comercial de Santiago) Parque Arauco, pero todos habían suscritos acuerdos de exclusividad”, recuerda.


Después de una investigación realizada por las autoridades de competencia, las grandes firmas cerveceras acordaron detener dicha práctica lo que abrió el camino para que las microcervecerías aparecieran en miles de establecimientos a lo largo del país.


La demanda por la nueva generación de cervezas premium ha crecido casi tan rápidamente como las microcervecerías pueden producir la bebida y los productores dependen de la publicidad boca a boca y la cobertura en la prensa para atraer nuevos consumidores y no de fuertes gastos en publicidad.


Las ventas han estado subiendo a una tasa cercana al 60% anual, pero cifras del mercado sugieren que a la industria aún le queda mucho por crecer.


Las cervezas artesanales premium correspondieron a poco más del 0,4% de todas las cervezas vendidas en Chile el año pasado, mientras que en Estados Unidos, donde la industria de la microcervecería ya lleva cuatro décadas, la cifra es cercana al 6%.


Tras crecer a una tasa del 250% al 300% por año, Szot ahora está planificando aumentar las ventas anuales de los poco más de 150.000 litros que produce en la actualidad a cerca de 400.000 litros de lagers, ales y stouts dentro de los próximos 18 meses.


Debido a los problemas iniciales para convencer a los bares y restaurantes de comprar su cerveza, la empresa vende cerca del 70% de sus productos a través de supermercados, pero está planeando producir cervezas en barril, para venta en pubs, desde 2011.


Szot también comenzó a exportar cerveza y envío varias cajas a Dinamarca el año pasado.


“No los buscamos. Ellos nos contactaron tras leer una crítica en Internet que nos calificaba como la mejor cerveza de Sudamérica”, dice Szot.


Más pedidos han llegado desde Brasil y Canadá.


No obstante, dadas las dificultades que implica diferenciarse en los mercados maduros de cerveza en Europa y América del Norte, la atención de la empresa sigue estando puesta en el mercado local.


“Nuestras cervezas pueden destacarse en Chile, pero en el Reino Unido, ¿qué es otra pale ale?”.


Una respuesta podría ser tratar de añadir ingredientes locales, como la quínoa o el amaranto, dos granos andinos. La quínoa o el amaranto dan sabores únicos a sus cervezas, tal como las cervecerías sudafricanas añaden sorgo a sus lagers.


Sin embargo, las leyes chilenas de cerveza, diseñadas teniendo en mente la elaboración industrial de cerveza, impide que los productores de cerveza usen maíz o arroz como alternativas a la cebada en su cerveza.


Szot ahora espera poder persuadir a la industria cervecera en su conjunto para presionar por un cambio en la legislación.


Si bien operar una microcervecería está a un mundo de distancia de su trabajo en una multinacional, Szot señala que su carrera en el sector bancario le entregó habilidades que le han ayudado a tener éxito.


En Citibank, Szot estaba acostumbrado a manejar campañas de ventas y a gestionar productos, la única diferencia ahora es que está desarrollando lagers en vez de créditos.


La banca también le enseñó a ser conservador en términos financieros y a mantener su atención puesta en cuándo llega el dinero: eso es crucial en un negocio en que los pagos a menudo se postergan en 30 días y los impuestos a las ventas se comen más de un tercio de los ingresos.


Las cosas sólo se pusieron más difíciles con la desaceleración de la economía global, dado que tanto los consumidores como las empresas están menos dispuestos a arriesgarse con nuevos productos.


Pero para aquellas microcervecerías que ya lo estaban haciendo bien, Szot afirma que la crisis ha sido una bendición.


“Creo que la recesión nos ayudó: en lugar de comprar un vino costoso, la gente prefiere comprar una cerveza de la mejor calidad, que les cueste mucho menos”.


Tom Azzopardi se desempeña como periodista freelance en Santiago

In 2003, Kevin Szot settled in Chile with his Chilean wife and four children. After 18 years with U.S. financial group Citibank, he was looking to do something different when he remembered the microbreweries of his youth in California.


While Chilean wine had improved in leaps and bounds in the decade since he had last lived in the country, diversifying into a dazzling array of grape varieties, wineries and valleys, beer in Chile was confined to a handful of national brands with little to tell them apart.


“Beer was still basically industrial lagers like Cristal… and I thought Chile was at a moment where [opening a microbrewery] would be an interesting business.”


Microbreweries took off around 30 years ago in the U.S. and U.K. as ale fans began to produce, on a small scale, their own beers with more challenging and interesting flavors than the thin, fizzy lagers produced by the global brewing giants that have come to dominate the industry.


Brewing in Chile is dominated by Santiago-listed Compañía Cervecerías Unidas (CCU), which sold more than 80% of the 600 million liters of beer consumed here last year, through major brands such as Cristal, Escudo, Royal Guard and Heineken.


Beer consumption has grown rapidly in Chile over the last decade, part in thanks to heavy advertising by CCU, and today outsells pisco and wine as Chileans’ favorite tipple.


But consumption of 36 liters per capita in 2008 lies a long way behind that of other countries in the region including Venezuela, Brazil and Mexico or champion beer drinkers like the Czech Republic, Ireland and Germany whose inhabitants each put away more than 100 liters a year.


Having never brewed before, Szot set up a one-hundred liter set in his backyard to find how to make beer to his taste.


After getting the recipe down, the family purchased a second-hand Belgian-built brewing plant and began to produce the first bottles of Szot beer in late 2006.


He was not alone. The last five years have seen a boom in artisanal beer-making in Chile so that today Szot estimates there are anywhere between 50 and 90 microbreweries active in the country, ranging from backyard businesses to much larger operations like his own.


But not all of these are prospering.


Many encountered difficulties maintaining quality standards when they increased production volumes or found their beer did not last well on the shelf, causing headaches for supermarkets.


Comercial Peumo, the distribution arm of Chile’s largest winemaker Concha y Toro, originally signed up six of these new microbreweries, including Szot, but just a couple of years later, only three are still on its books.


Szot says the hardest part is not making beer you like but keeping the product the same while expanding the business.


“Most businesses are manageable whether you are making beer, bread or paint, the complexity comes as you grow,” he says.


A mistake in the recipe during expansion could cost a small brewery its reputation just as it has most of its money tied up in expensive new machinery.


“In this business, rapid growth can probably kill you quicker than no growth at all,” says Szot.


He has tried to learn lessons from the microbreweries he admires in the U.S., many of which now produce on a near-industrial scale with some automated processes.


Another difficulty facing Chile’s microbreweries has been finding room for their product in a market dominated by a couple of big distributors, a handful of supermarkets and one enormous brewing giant.


When Szot and wife Karin began marketing their beer, they found thousands of restaurants, bars and pubs had signed deals with major brands which meant that they could not sell beer produced by anyone else.


“When we started we tried to get our beers into [Santiago shopping mall] Parque Arauco – but everyone had signed exclusivity agreements,” he recalls.


Following a probe by competition authorities, the big breweries agreed to halt the practice opening the way for microbrewers to appear in thousands of establishments throughout the country.


Demand for the new generation of premium beers has grown almost as fast as the microbrewers can produce it, with producers relying on word-of-mouth and press coverage to attract new consumers rather than heavy spending on advertising.


Sales have been rising at the rate of around 60% a year – but market data suggests the industry still has a lot of growing to do.


Premium artisanal beers accounted for just 0.4% of all the beer sold in Chile last year while in the U.S., where the micro-brewing industry is into its fourth decade, the figure is closer to 6%.


After growing at 250%-300% a year, Szot is now planning to increase annual sales to around 400,000 liters of lagers, ales and stouts within the next 18 months from just over 150,000 liters currently.


Due to initial problems convincing bars and restaurants to take on its beer, the company sells around 70% of its product through supermarkets but is planning to produce draught beer, for sale in pubs, from 2011.


Szot has also begun to export beer, shipping several cases to Denmark last year.
“We did not seek it. They contacted us after reading an online review rating us as the best beer in South America,” said Szot.


More orders have followed from Brazil and Canada.


But given the difficulties in differentiating themselves in the mature beer markets of Europe and North America, the company’s focus remains on the domestic market.


“Our beers may stand out in Chile, but in the U.K. what’s another pale ale?”


One answer may be to try adding local ingredients, like Andean grains quinoa or amaranth to give unique flavors to their beers, just as South African brewers add sorghum to their lagers.


But Chilean beer laws, designed with industrial beer-making in mind, restrict brewers to using corn and rice as alternatives to barley in their beer.


Szot now hopes he can persuade the beer industry as a whole to push for a change in the legislation.


Although running a microbrewery is a world away from his job in a multinational, Szot says his career in banking provided him with skills that have helped him to succeed.


At Citibank he was used to running sales campaigns and managing products, the only difference now is that he’s pushing lagers rather than loans.


Banking also taught him to be financially conservative and keep his focus on when the money is coming: that’s crucial in a business where payment is often delayed by 30 days and sales taxes swallow up more than a third of revenue.


Things have only got harder with the slowdown in the global economy, since consumers and businesses are less willing to risk new products.


But for those microbreweries that were already doing well, Szot says the downturn has been a blessing.


“I think the recession has helped us: instead of buying an expensive wine, people prefer to buy a top quality beer, which costs them a lot less.”


Tom Azzopardi is a freelance journalist based in Santiago

Compartir