Cambio Climático en ChileClimate Change in Chile

01 Mayo 2009

Valdivia, en la zona sur de Chile, es una de las ciudades más hermosas del país. Pero, para fines de este siglo, ¿podría haber reemplazado a Santiago como la capital?


Esa posibilidad no se puede descartar, señala Joseluis Samaniego, director de la división de desarrollo sostenible y asentamientos humanos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) de Naciones Unidas. Tampoco es imposible que los santiaguinos se encuentren a futuro bebiendo agua de mar desalinizada, en lugar de agua dulce de las montañas de los Andes, añade.


Esas son apenas dos de los posibles efectos del cambio climático. Poner una fecha a los cambios es difícil; dependerá principalmente de lo que las economías industrializadas del mundo y países como China e India hagan respecto de sus emisiones de gases de efecto invernadero.


Pero, aun cuando la fecha es incierta, la tendencia resulta bastante clara. El clima de Chile se desplazará hacia el sur o, en otras palabras, el clima en Valdivia se parecerá más al que tiene Santiago ahora y el de Santiago se parecerá más al de ciudades de la zona norte del país, que es más seca.


El cambio climático no es meramente un tema ambiental, es un tema económico que cambiará las estructuras de producción, enfatiza Samaniego. Y eso es particularmente importante para Chile que, como un exportador de agronegocios, depende en gran medida del clima mediterráneo de su valle central en los alrededores de Santiago.


Más aún, cada vez hay más evidencia de que el calentamiento global está ocurriendo más rápidamente que lo que se preveía. Hace unos pocos años, los científicos predecían que el Ártico -el sistema de aire acondicionado del hemisferio norte- se quedaría sin hielo en el verano del 2080; ahora hay sugerencias de que esto podría ocurrir incluso en el 2013.


Más cerca de casa, el vasto bloque de hielo Wilkins se desprendió de la Antártica durante abril y se dividió en icebergs más pequeños. Esto no sólo es un signo del cambio climático; lo acelerará aún más porque el hielo refleja más calor que el agua de manera que el mismo hecho de que se derrita ayuda a elevar las temperaturas marinas.


Hay poco que Chile -un receptor, más que un artífice, del cambio climático- pueda hacer para prevenir o incluso frenar este proceso. Según el World Resources Institute, entidad con sede en Washington, Chile emitió 89,7 millones de toneladas de gases de efecto invernadero en el 2005, lo que representa apenas el 0,2% del total mundial.


Y no sólo es el pequeño tamaño de Chile lo que explica su baja participación. A una tasa de 5,5 toneladas, su nivel de emisiones per capita era un décimo de las de Qatar -el campeón mundial- y un cuarto de las de Estados Unidos, y estaba incluso en el segmento más bajo en lo que respecta a América Latina.


¿A Qué Precio el Agua?


La pregunta clave para Chile es cuán vulnerable física y económicamente está el país al calentamiento global. En la actualidad, esto está siendo evaluado por una serie de estudios coordinados por la Comisión Nacional de Medio Ambiente (CONAMA) como preparación para la presentación el próximo año del segundo informe nacional de Chile en virtud del Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC).


Un estudio regional -en el que está participando la Pontificia Universidad Católica (PUC) de Santiago a nombre de Chile- también está analizando el posible impacto económico del calentamiento global en América Latina. La idea, señala Francisco Meza, director del Centro de Cambio Global de la PUC, es seguir la metodología del Stern Review, publicado en Reino Unido en el 2006.


No se espera que este estudio esté listo hasta el próximo año, pero algunas de las noticias para Chile -buenas y malas- ya están bastante claras. Parte de la buena noticia es que Chile, debido a su geografía, es menos vulnerable que muchos otros países latinoamericanos a un aumento de los niveles marinos y a los eventos climáticos extremos.


Mientras el Caribe y las áreas bajas de América Central son extremadamente vulnerables a niveles más altos del mar, Chile es relativamente inmune. Eso se debe principalmente a que es un país tan escarpado, el que sube rápidamente desde la costa hasta las montañas de los Andes, dice Meza.


Las islas en el sur, como Chiloé, podrían verse afectadas, sostiene, así como también algunas de las ciudades ubicadas a baja altitud como Concepción y Valdivia (lo que sugiere que esta última podría no ser la mejor opción si Chile alguna vez necesita una nueva capital). Los ríos como una fuente de agua potable y de riego agrícola también podrían verse afectados de manera negativa por los mayores niveles de sal producto de la filtración de agua marina, advierte.


Sin embargo, esa es una preocupación relativamente menor debido a que, además de las sequías, son hechos climáticos extremos, al menos comparados con otras partes de la región. Chile está muy lejos de la franja de huracanes y esa es una ventaja clave.


Los costos de los eventos climáticos extremos son altos y ejercen una intensa presión sobre los presupuestos fiscales. El informe “Desarrollo con Menos Carbono: Respuestas Latinoamericanas al Desafío del Cambio Climático” publicado en diciembre por el Banco Mundial, estima que los desastres naturales significan una reducción real promedio del 0,6% en el PIB per capita del país afectado, sin tomar en cuenta la pérdida de vidas.


La noticia realmente mala para Chile, tal como para la mayoría de los demás países andinos, es el impacto del calentamiento global sobre el suministro de agua. Según Joseluis Samaniego, este es lejos el mayor riesgo para Chile.


Los ríos del sur del país, como el Bío-Bío y el Toltén, aún se usan un nivel inferior a su capacidad, lo que da algo de margen para una caída en su nivel. Pero más al norte, el Maipo, que abastece a Santiago, o el Limarí, por ejemplo, ya están al límite.


Y ese no es el único problema. En la actualidad, la nieve de las montañas se derrite convenientemente en el verano, justo cuando las lluvias están en su nivel más bajo y más se necesita el agua en las ciudades y en los campos para la agricultura. Sin embargo, a medida que las temperaturas suban, habrá menos nieve para derretirse y el proceso ocurrirá mucho antes en el año, señala Samaniego.


Más aún, a medida que los patrones climatológicos de Chile se inclinan hacia el sur, habrá menos lluvia en las zonas donde la agricultura está más disponible, añade. No sólo se volverá más seco el valle central, productor de frutas y vinos -las proyecciones sugieren una disminución de hasta un 40% en las lluvias en esa región-, sino que las áreas del sur de Chile dedicadas al cultivo de granos y a la ganadería también experimentarán lo mismo.


Obrando Bien


Pero Chile no será necesariamente un país más pobre como resultado del cambio climático, asegura Samaniego. Uno de los principales motores del crecimiento económico es la expansión urbana, señala, la que requiere inversión, por ejemplo, en infraestructura vial y de transporte.


Y si una ciudad -digamos, Santiago- llega a estar muy estresada en términos del suministro de agua, la inversión puede cambiarse a otra parte. También habrá mayores incentivos para la inversión en proyectos como embalses de riego, formas más limpias de transporte, fuentes de energía alternativa y el desarrollo de variedades de cultivo más adecuadas a las nuevas condiciones climáticas.


Sin embargo, entre las empresas posiblemente haya ganadores y perdedores, incluso dentro de un mismo sector. Las mayores temperaturas marinas serían una mala noticia para la industria productora de salmón, que depende del agua helada para mantener a raya las enfermedades, pero significarían un traslado hacia el sur de especies como las sardinas y las anchoas desde Perú a Chile, lo que promete un nuevo impulso para la industria de harina de pescado.


De igual manera, algunos cultivos, como los cereales en el sur de Chile y las plantaciones de cítricos, se disponen a beneficiarse de las temperaturas más altas. Se espera que el maíz, por otra parte, muestre menores rendimientos a menos que se desarrollen nuevas variedades o que las técnicas de cultivo cambien.


Sin embargo, muchas otras industrias enfrentan la posibilidad de un aumento en los costos sin una ventaja compensatoria. Por ejemplo, ahora la mayoría de los proyectos mineros nuevos en la zona norte de Chile, donde el agua es escasa, incluyen plantas de desalinización de agua marina, aunque esto puede aumentar significativamente su gasto de inversión.


Una industria que enfrenta una situación particularmente difícil en cuanto al cambio climático es la de la energía. La mayor parte de la hidroelectricidad de Chile se genera entre las regiones del Maule y del Bío-Bío, en el sur de Chile donde, según las actuales proyecciones, dejará de ser viable con el tiempo.


Más aún, si bien Chile, como una economía emergente, no cuenta en la actualidad con ningún compromiso de emisiones, la instalación de más centrales eléctricas a carbón no será vista con buenos ojos en un mundo cada vez más conciente respecto al uso del carbón. Según la Comisión Nacional de Energía (CNE), la generación a carbón podría cuadriplicar las emisiones de efecto invernadero de Chile para 2030.


Ello también se relaciona con otro importante riesgo económico para Chile, que surge no del costo directo del calentamiento global, sino que indirectamente a partir de la respuesta de países industrializados al cambio climático. En particular en Europa, los consumidores revisan cada vez con más detalle la huella de carbono de los productos que están en los estantes de los supermercados y esto depende en parte de cómo se generó la energía empleada para producirlos.


En cualquier caso, Chile se encuentra en una desventaja en términos de huella de carbono debido a lo distante que se encuentra desde sus principales mercados, lo que trae como consecuencia emisiones relacionadas con el transporte. Por lo tanto, se encontrará particularmente vulnerable a “barreras verdes” impuestas a las importaciones de productos generados a partir de altas emisiones de carbono y destinadas a proteger a las empresas locales de competidores de países emergentes no sujetos a los mismos estándares de emisiones.


Sacando Provecho Monetario


Pero, como Chile ha demostrado, también es posible aprovechar monetariamente el cambio climático mediante la venta de bonos de carbono. Durante mucho tiempo, Chile fue uno de los pioneros a nivel mundial en el uso de este mecanismo, señala Arturo Errázuriz, director regional de EcoSecurities, consultora y comercializadora internacional de reducciones de emisiones.


Entre el 2000 y el 2005, aún antes de que el Protocolo de Kioto entrara en vigencia, las empresas chilenas recaudaban dinero a través de bonos de carbono. Los ejemplos incluyen a generadoras hidroeléctricas como Guardia Vieja, la productora de carne de cerdo y pollo Agrosuper con sus emisiones de metano y la empresa forestal Arauco con su uso de desechos de madera para la generación de electricidad.


Según la CMNUCC, un total de 32 proyectos chilenos se han registrado hasta ahora para vender bonos de carbono. La cifra corresponde a más del doble de los proyectos registrados por Argentina y Colombia, y a casi el doble de los de Perú.


Sin embargo, esta también es una historia como la de la liebre y la tortuga. El temprano comienzo de Chile generó muchas expectativas, señala Errázuriz, pero significó que los grandes proyectos -de los que Chile, como un país pequeño, tiene sólo un número limitado- se agotaron rápidamente.


Según Errázuriz, Chile en la actualidad genera cerca de US$30 millones por año en bonos de carbono y la mayor parte de las futuras oportunidades radican en las energías renovables. Esto se produce luego de la introducción de una nueva legislación en 2008 según la cual las generadoras deben asegurar que, para el 2024, al menos un 10% de la energía que venden proviene de fuentes alternativas como la energía eólica, solar o biomasa.


No obstante, las reducciones de emisiones correspondientes a fuentes alternativas de energía -y los bonos de carbono que pueden vender- dependen de las emisiones de las generadoras que reemplazan. Por tanto, el financiamiento que pueden recaudar caerá a medida que la matriz energética de Chile se vuelva cada vez más limpia, destaca Errázuriz.


Los proyectos de eficiencia energética son otra opción, pero las reducciones que generan son difíciles de medir. Más aún, a medida que los proyectos se vuelven más complejos, los costos de transacción que implica colocar los bonos aumentan, lo que amenaza con consumir las posibles ganancias.


Un ejemplo de ese peligro es el sistema de transporte público Transantiago, lanzado en la capital de Chile en 2007. En un principio fue elogiado como candidato a emitir bonos de carbono, pero hacer un seguimiento de sus resultados habría sido extremadamente costoso, afirma Errázuriz; afortunadamente quizás dado que, después de todo, podría haber aumentado las emisiones al alentar a los usuarios a cambiarse al transporte privado.


En materia de bonos de carbono, hay un amplio consenso en cuanto a que Chile está haciendo lo que se puede esperar de manera razonable. Donde las opiniones difieren es si está donde debe estar en términos de conciencia sobre las implicancias del cambio climático y disposición política.


En diciembre, el Gobierno publicó su Plan de Acción Nacional de Cambio Climático. “Este insta a realizar estudios, pero no hay ninguna decisión”, critica Samaniego de la Cepal. “Chile está años luz detrás de Brasil en lo que se refiere a cambio climático”.


En la Pontificia Universidad Católica, sin embargo, Francisco Meza cree que el Gobierno está bastante bien encaminado en esta materia. “Son las empresas, no el Gobierno, las que están rezagadas”, señala.


La velocidad, por cierto, es relativa; y en el caso del cambio climático eso es aún más cierto. Puede que la dirección de los cambios esté clara, junto con los riesgos y las oportunidades, pero la pregunta es cuándo.


¿En la próxima década? ¿Durante esta vida o la próxima? Para las empresas, y ni hablar de los Gobiernos, esa es una gran diferencia.


Ruth Bradley es editora general de bUSiness CHILE además de corresponsal en Santiago de The Economist.




Few now doubt that climate change is for real, and that human activity has something to do with it. But what are the implications for Chile and its businesses?


Valdivia, in southern Chile, is one of the country’s loveliest cities. But, by later this century, could it have replaced Santiago as the capital?

That possibility can’t be ruled out, says Joseluis Samaniego, director of the sustainable development and human settlements division of the UN Economic Commission for Latin America and the Caribbean (ECLAC). Nor, he adds, is it impossible that santiaguinos will find themselves drinking desalinated seawater, rather than fresh water from the Andes Mountains.

Those are just two of the possible effects of climate change. Putting a date to the changes is difficult; it will depend mostly on what the world’s industrialized economies and countries like China and India do about their greenhouse gas emissions.

But, even if the date is uncertain, the trend is pretty clear. Chile’s climate will shift south or, in other words, the weather in Valdivia will become more like Santiago’s now, and Santiago’s more like that of cities in the dry north of the country.

Climate change isn’t merely an environmental issue, it’s an economic issue that will change production structures, emphasizes Samaniego. And that is particularly important for Chile which, as an agribusiness exporter, relies heavily on the Mediterranean climate of its central valley around Santiago.

There is, moreover, growing evidence that global warming is happening faster than expected. Only a few years ago, scientists were predicting that the Arctic - the northern hemisphere’s air conditioning system - would be ice-free in the summer by 2080; now there are suggestions that this could happen as early as 2013.

Closer to home, the vast Wilkins ice block broke off from the Antarctic during April to divide into smaller icebergs. This is not only a sign of climate change; it will also accelerate it further because ice reflects more heat than water so its melting in itself helps to raise sea temperatures.

There is little that Chile - a taker, rather than a maker, of climate change - can do to prevent or even stem this process. According to the Washington-based World Resources Institute, Chile emitted 89.7 million tonnes of greenhouse gases in 2005, representing just 0.2% of the world total.

And it is not just Chile’s small size that explains this low participation. At 5.5 tonnes, its per capita emissions were a tenth of those of Qatar - the world champion - and a quarter of those of the United States, and were even on the low side for Latin America.

What price water?

The key question for Chile is just how physically and economically vulnerable it is to global warming. This is currently being assessed by a number of studies coordinated by the National Commission for the Environment (CONAMA) in preparation for the presentation next year of Chile’s second national report under the United Nations Framework Convention on Climate Change (UNFCCC).

A regional study - in which the Catholic University (UC) in Santiago is participating on behalf of Chile - is also looking at the likely economic impact of global warming in Latin America. The idea, says Francisco Meza, director of the UC’s Center for Global Change Research, is to follow the methodology of the Stern Review, issued in the UK in 2006.

This study isn’t expected to be ready until next year either, but some of the news for Chile - good and bad - is already fairly clear. Part of the good news is that Chile, because of its geography, is less vulnerable than many other Latin American countries to a rise in sea levels and extreme climate events.

While the Caribbean and low areas of Central America are extremely vulnerable to higher sea levels, Chile is relatively immune. That is mostly because it is such a steep country, rising rapidly from the coast to the Andes Mountains, says Meza.

Islands in the south, like Chiloé, could be affected, he says, as well as some low-lying cities like Concepción and Valdivia (suggesting that the latter might not be the best choice should Chile ever need a new capital). Rivers as a source of drinking water and for agricultural irrigation could also be negatively affected by higher salt levels as a result of the permeation of seawater, he warns.

But that is a relatively minor concern as, apart from droughts, are extreme weather events, at least compared to other parts of the region. Chile is well out of the hurricane belt and that is a key advantage.

The costs of extreme weather events are high and put intense pressure on fiscal budgets. A report “Low Carbon, High Growth: Latin American Responses to Climate Change” published by the World Bank in December, estimates that natural disasters mean an average 0.6% real reduction in the affected country’s per capita GDP, without taking into account loss of life.

The really bad news for Chile, as for most other Andean countries, is the impact of global warming on water supply. According to Joseluis Samaniego, this is by far the biggest risk for Chile.

Rivers in the south of the country, like the Bío-Bío and the Toltén, are still used below capacity, allowing some margin for a drop in their level. But further north, the Maipo, which supplies Santiago, or the Limarí, for example, are already stretched to the limit.

And that is not the only problem. At present, snow on the mountains conveniently melts in summer, just when rainfall is lowest and water is most needed in cities and by farmers. As temperatures rise, however, there will be less snow to melt and it will do so earlier in the year, says Samaniego.

Moreover, as Chile’s weather patterns shift southwards, there will be less rain where agriculture is most viable, he adds. Not only would the wine-growing and fruit-farming central valley become drier - forecasts suggest up to a 40% drop in rainfall there - but so too would the grain-growing and cattle-farming areas of southern Chile.

Making good

But Chile won’t necessarily be a poorer country as a result of climate change, reassures Samaniego. One of the main drivers of economic growth is urban expansion, he says, which requires investment in, for example, roads and transport infrastructure.

And if one city - say, Santiago - becomes too stressed in terms of water supply, the investment can just shift elsewhere. There will also be greater incentives for investment in projects like irrigation reservoirs, cleaner forms of transport, alternative energy sources and the development of crop varieties more suited to new weather conditions.

Among businesses, however, there are likely to be winners and losers, even within the same sector. Higher seawater temperatures would be bad news for the salmon-farming industry which relies on cold water to help keep diseases at bay, but would mean a southward shift in species like sardines and anchovies from Peru to Chile, promising a new lease of life for the fishmeal industry.

Similarly, some agricultural crops, like cereals in the south of Chile and citrus plantations, stand to benefit from higher temperatures. Maize, on the other hand, is expected to show lower yields unless new varieties are developed or farming techniques change.

Many other industries, however, face the prospect of an increase in costs without a compensating advantage. Most new mining projects in the water-strapped north of Chile now, for example, include seawater desalination plants, although this can significantly increase their investment outlay.

One industry that finds itself in a particularly hot climate-change seat is energy. Most of Chile’s hydroelectricity is currently generated between the Maule and Bío-Bío Regions of southern Chile where, according to current forecasts, it would eventually cease to be viable.

Moreover, although Chile, as an emerging economy, doesn’t currently have any emissions commitments, the installation of more coal-fired power plants would be frowned on in an increasingly carbon-conscious world. According to the National Energy Commission (CNE), coal-fired generation could quadruple Chile’s greenhouse gas emissions by 2030.

That is also related to another important economic risk for Chile, arising not from the direct cost of global warming, but indirectly from the response of industrialized countries to climate change. In Europe particularly, consumers are increasingly scrutinizing the carbon footprint of the products on their supermarket shelves, and this depends partly on how the energy used to produce them was generated.

In any case, Chile is at a carbon-footprint disadvantage because of its distance from its main markets and the resulting transport-related emissions. It would, therefore, be particularly vulnerable to ‘green barriers’ imposed on imports of carbon-intensive products to protect domestic companies from competitors in emerging countries not subject to the same emissions standards.

Cashing in

But, as Chile has shown, it is also possible to cash in on climate change by selling carbon credits. For a long time, Chile was one of the world’s pioneers in the use of this mechanism, says Arturo Errázuriz, regional director of EcoSecurities, an international emissions-reductions consultancy and trader.

Between 2000 and 2005, even before the Kyoto Protocol came into force, Chilean companies were raising money through carbon credits. Examples include hydroelectric generators like Guardia Vieja, the Agrosuper poultry and pork farmer with its methane emissions, and the Arauco forestry company with its use of wood waste to generate electricity.

According to the UNFCCC, a total of 32 Chilean projects have so far registered to place carbon credits. That is more than twice those registered by Argentina and Colombia, and almost double those in Peru.

But this is also a hare-and-tortoise story. Chile’s early start generated a lot of expectations, says Errázuriz, but meant that the big projects - of which Chile, as a small country, has only so many - were quickly used up.

According to Errázuriz, Chile is currently generating around US$30 million a year in carbon credits and most of the future opportunities lie in renewable energies. This follows the introduction of new legislation in 2008 under which generators must ensure that, by 2024, at least 10% of the energy they sell comes from alternative sources such as wind, solar or biomass.

But the emissions reductions represented by alternative energy sources - and the carbon credits they can sell - depend on the emissions of the generators they replace. The finance they can raise will, therefore, drop as Chile’s energy matrix becomes progressively cleaner, points out Errázuriz.

Energy efficiency projects are another option, but the reductions they generate are difficult to measure. Moreover, as projects become more complex, the transaction costs of placing credits rise, threatening to eat up the potential earnings.

One example of that hazard is the Transantiago public transport system launched in Chile’s capital in 2007. It was originally vaunted as a candidate to issue carbon credits but monitoring its results would have been extremely expensive, says Errázuriz - fortunately perhaps since it may, after all, have increased emissions by encouraging a shift to private transport.

On carbon credits, there is broad consensus that Chile is doing what can reasonably be expected. Where opinions differ is whether it is where it ought to be in terms of awareness of the implications of climate change and of policy readiness.

In December, the government published its National Climate Change Action Plan. “It calls for studies but there aren’t any decisions,” criticizes ECLAC’s Samaniego. “Chile is light years behind Brazil on climate change.”

At the Catholic University, however, Francisco Meza thinks the government is pretty well on top of things. “It’s business, not the government, that’s lagging behind,” he says.

Speed is, course, relative - and more than usually so in the case of climate change. The direction of the changes may be clear, along with the risks and opportunities, but the question is when.

In the next decade? In my lifetime or the next? For businesses, if not governments, that is a big difference.

Ruth Bradley is general editor of bUSiness CHILE. She is also the Santiago correspondent for The Economist.


Research tools
· United Nations Framework Convention on Climate Change
· World Resources Institute
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