Valdivia, en la zona sur de Chile, es una de las ciudades más hermosas del país. Pero, para fines de este siglo, ¿podría haber reemplazado a Santiago como la capital?
Esa posibilidad no se puede descartar, señala Joseluis Samaniego, director de la división de desarrollo sostenible y asentamientos humanos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) de Naciones Unidas. Tampoco es imposible que los santiaguinos se encuentren a futuro bebiendo agua de mar desalinizada, en lugar de agua dulce de las montañas de los Andes, añade.
Esas son apenas dos de los posibles efectos del cambio climático. Poner una fecha a los cambios es difícil; dependerá principalmente de lo que las economías industrializadas del mundo y países como China e India hagan respecto de sus emisiones de gases de efecto invernadero.
Pero, aun cuando la fecha es incierta, la tendencia resulta bastante clara. El clima de Chile se desplazará hacia el sur o, en otras palabras, el clima en Valdivia se parecerá más al que tiene Santiago ahora y el de Santiago se parecerá más al de ciudades de la zona norte del país, que es más seca.
El cambio climático no es meramente un tema ambiental, es un tema económico que cambiará las estructuras de producción, enfatiza Samaniego. Y eso es particularmente importante para Chile que, como un exportador de agronegocios, depende en gran medida del clima mediterráneo de su valle central en los alrededores de Santiago.
Más aún, cada vez hay más evidencia de que el calentamiento global está ocurriendo más rápidamente que lo que se preveía. Hace unos pocos años, los científicos predecían que el Ártico -el sistema de aire acondicionado del hemisferio norte- se quedaría sin hielo en el verano del 2080; ahora hay sugerencias de que esto podría ocurrir incluso en el 2013.
Más cerca de casa, el vasto bloque de hielo Wilkins se desprendió de la Antártica durante abril y se dividió en icebergs más pequeños. Esto no sólo es un signo del cambio climático; lo acelerará aún más porque el hielo refleja más calor que el agua de manera que el mismo hecho de que se derrita ayuda a elevar las temperaturas marinas.
Hay poco que Chile -un receptor, más que un artífice, del cambio climático- pueda hacer para prevenir o incluso frenar este proceso. Según el World Resources Institute, entidad con sede en Washington, Chile emitió 89,7 millones de toneladas de gases de efecto invernadero en el 2005, lo que representa apenas el 0,2% del total mundial.
Y no sólo es el pequeño tamaño de Chile lo que explica su baja participación. A una tasa de 5,5 toneladas, su nivel de emisiones per capita era un décimo de las de Qatar -el campeón mundial- y un cuarto de las de Estados Unidos, y estaba incluso en el segmento más bajo en lo que respecta a América Latina.
¿A Qué Precio el Agua?
La pregunta clave para Chile es cuán vulnerable física y económicamente está el país al calentamiento global. En la actualidad, esto está siendo evaluado por una serie de estudios coordinados por la Comisión Nacional de Medio Ambiente (CONAMA) como preparación para la presentación el próximo año del segundo informe nacional de Chile en virtud del Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC).
Un estudio regional -en el que está participando la Pontificia Universidad Católica (PUC) de Santiago a nombre de Chile- también está analizando el posible impacto económico del calentamiento global en América Latina. La idea, señala Francisco Meza, director del Centro de Cambio Global de la PUC, es seguir la metodología del Stern Review, publicado en Reino Unido en el 2006.
No se espera que este estudio esté listo hasta el próximo año, pero algunas de las noticias para Chile -buenas y malas- ya están bastante claras. Parte de la buena noticia es que Chile, debido a su geografía, es menos vulnerable que muchos otros países latinoamericanos a un aumento de los niveles marinos y a los eventos climáticos extremos.
Mientras el Caribe y las áreas bajas de América Central son extremadamente vulnerables a niveles más altos del mar, Chile es relativamente inmune. Eso se debe principalmente a que es un país tan escarpado, el que sube rápidamente desde la costa hasta las montañas de los Andes, dice Meza.
Las islas en el sur, como Chiloé, podrían verse afectadas, sostiene, así como también algunas de las ciudades ubicadas a baja altitud como Concepción y Valdivia (lo que sugiere que esta última podría no ser la mejor opción si Chile alguna vez necesita una nueva capital). Los ríos como una fuente de agua potable y de riego agrícola también podrían verse afectados de manera negativa por los mayores niveles de sal producto de la filtración de agua marina, advierte.
Sin embargo, esa es una preocupación relativamente menor debido a que, además de las sequías, son hechos climáticos extremos, al menos comparados con otras partes de la región. Chile está muy lejos de la franja de huracanes y esa es una ventaja clave.
Los costos de los eventos climáticos extremos son altos y ejercen una intensa presión sobre los presupuestos fiscales. El informe “Desarrollo con Menos Carbono: Respuestas Latinoamericanas al Desafío del Cambio Climático” publicado en diciembre por el Banco Mundial, estima que los desastres naturales significan una reducción real promedio del 0,6% en el PIB per capita del país afectado, sin tomar en cuenta la pérdida de vidas.
La noticia realmente mala para Chile, tal como para la mayoría de los demás países andinos, es el impacto del calentamiento global sobre el suministro de agua. Según Joseluis Samaniego, este es lejos el mayor riesgo para Chile.
Los ríos del sur del país, como el Bío-Bío y el Toltén, aún se usan un nivel inferior a su capacidad, lo que da algo de margen para una caída en su nivel. Pero más al norte, el Maipo, que abastece a Santiago, o el Limarí, por ejemplo, ya están al límite.
Y ese no es el único problema. En la actualidad, la nieve de las montañas se derrite convenientemente en el verano, justo cuando las lluvias están en su nivel más bajo y más se necesita el agua en las ciudades y en los campos para la agricultura. Sin embargo, a medida que las temperaturas suban, habrá menos nieve para derretirse y el proceso ocurrirá mucho antes en el año, señala Samaniego.
Más aún, a medida que los patrones climatológicos de Chile se inclinan hacia el sur, habrá menos lluvia en las zonas donde la agricultura está más disponible, añade. No sólo se volverá más seco el valle central, productor de frutas y vinos -las proyecciones sugieren una disminución de hasta un 40% en las lluvias en esa región-, sino que las áreas del sur de Chile dedicadas al cultivo de granos y a la ganadería también experimentarán lo mismo.
Obrando Bien
Pero Chile no será necesariamente un país más pobre como resultado del cambio climático, asegura Samaniego. Uno de los principales motores del crecimiento económico es la expansión urbana, señala, la que requiere inversión, por ejemplo, en infraestructura vial y de transporte.
Y si una ciudad -digamos, Santiago- llega a estar muy estresada en términos del suministro de agua, la inversión puede cambiarse a otra parte. También habrá mayores incentivos para la inversión en proyectos como embalses de riego, formas más limpias de transporte, fuentes de energía alternativa y el desarrollo de variedades de cultivo más adecuadas a las nuevas condiciones climáticas.
Sin embargo, entre las empresas posiblemente haya ganadores y perdedores, incluso dentro de un mismo sector. Las mayores temperaturas marinas serían una mala noticia para la industria productora de salmón, que depende del agua helada para mantener a raya las enfermedades, pero significarían un traslado hacia el sur de especies como las sardinas y las anchoas desde Perú a Chile, lo que promete un nuevo impulso para la industria de harina de pescado.
De igual manera, algunos cultivos, como los cereales en el sur de Chile y las plantaciones de cítricos, se disponen a beneficiarse de las temperaturas más altas. Se espera que el maíz, por otra parte, muestre menores rendimientos a menos que se desarrollen nuevas variedades o que las técnicas de cultivo cambien.
Sin embargo, muchas otras industrias enfrentan la posibilidad de un aumento en los costos sin una ventaja compensatoria. Por ejemplo, ahora la mayoría de los proyectos mineros nuevos en la zona norte de Chile, donde el agua es escasa, incluyen plantas de desalinización de agua marina, aunque esto puede aumentar significativamente su gasto de inversión.
Una industria que enfrenta una situación particularmente difícil en cuanto al cambio climático es la de la energía. La mayor parte de la hidroelectricidad de Chile se genera entre las regiones del Maule y del Bío-Bío, en el sur de Chile donde, según las actuales proyecciones, dejará de ser viable con el tiempo.
Más aún, si bien Chile, como una economía emergente, no cuenta en la actualidad con ningún compromiso de emisiones, la instalación de más centrales eléctricas a carbón no será vista con buenos ojos en un mundo cada vez más conciente respecto al uso del carbón. Según la Comisión Nacional de Energía (CNE), la generación a carbón podría cuadriplicar las emisiones de efecto invernadero de Chile para 2030.
Ello también se relaciona con otro importante riesgo económico para Chile, que surge no del costo directo del calentamiento global, sino que indirectamente a partir de la respuesta de países industrializados al cambio climático. En particular en Europa, los consumidores revisan cada vez con más detalle la huella de carbono de los productos que están en los estantes de los supermercados y esto depende en parte de cómo se generó la energía empleada para producirlos.
En cualquier caso, Chile se encuentra en una desventaja en términos de huella de carbono debido a lo distante que se encuentra desde sus principales mercados, lo que trae como consecuencia emisiones relacionadas con el transporte. Por lo tanto, se encontrará particularmente vulnerable a “barreras verdes” impuestas a las importaciones de productos generados a partir de altas emisiones de carbono y destinadas a proteger a las empresas locales de competidores de países emergentes no sujetos a los mismos estándares de emisiones.
Sacando Provecho Monetario
Pero, como Chile ha demostrado, también es posible aprovechar monetariamente el cambio climático mediante la venta de bonos de carbono. Durante mucho tiempo, Chile fue uno de los pioneros a nivel mundial en el uso de este mecanismo, señala Arturo Errázuriz, director regional de EcoSecurities, consultora y comercializadora internacional de reducciones de emisiones.
Entre el 2000 y el 2005, aún antes de que el Protocolo de Kioto entrara en vigencia, las empresas chilenas recaudaban dinero a través de bonos de carbono. Los ejemplos incluyen a generadoras hidroeléctricas como Guardia Vieja, la productora de carne de cerdo y pollo Agrosuper con sus emisiones de metano y la empresa forestal Arauco con su uso de desechos de madera para la generación de electricidad.
Según la CMNUCC, un total de 32 proyectos chilenos se han registrado hasta ahora para vender bonos de carbono. La cifra corresponde a más del doble de los proyectos registrados por Argentina y Colombia, y a casi el doble de los de Perú.
Sin embargo, esta también es una historia como la de la liebre y la tortuga. El temprano comienzo de Chile generó muchas expectativas, señala Errázuriz, pero significó que los grandes proyectos -de los que Chile, como un país pequeño, tiene sólo un número limitado- se agotaron rápidamente.
Según Errázuriz, Chile en la actualidad genera cerca de US$30 millones por año en bonos de carbono y la mayor parte de las futuras oportunidades radican en las energías renovables. Esto se produce luego de la introducción de una nueva legislación en 2008 según la cual las generadoras deben asegurar que, para el 2024, al menos un 10% de la energía que venden proviene de fuentes alternativas como la energía eólica, solar o biomasa.
No obstante, las reducciones de emisiones correspondientes a fuentes alternativas de energía -y los bonos de carbono que pueden vender- dependen de las emisiones de las generadoras que reemplazan. Por tanto, el financiamiento que pueden recaudar caerá a medida que la matriz energética de Chile se vuelva cada vez más limpia, destaca Errázuriz.
Los proyectos de eficiencia energética son otra opción, pero las reducciones que generan son difíciles de medir. Más aún, a medida que los proyectos se vuelven más complejos, los costos de transacción que implica colocar los bonos aumentan, lo que amenaza con consumir las posibles ganancias.
Un ejemplo de ese peligro es el sistema de transporte público Transantiago, lanzado en la capital de Chile en 2007. En un principio fue elogiado como candidato a emitir bonos de carbono, pero hacer un seguimiento de sus resultados habría sido extremadamente costoso, afirma Errázuriz; afortunadamente quizás dado que, después de todo, podría haber aumentado las emisiones al alentar a los usuarios a cambiarse al transporte privado.
En materia de bonos de carbono, hay un amplio consenso en cuanto a que Chile está haciendo lo que se puede esperar de manera razonable. Donde las opiniones difieren es si está donde debe estar en términos de conciencia sobre las implicancias del cambio climático y disposición política.
En diciembre, el Gobierno publicó su Plan de Acción Nacional de Cambio Climático. “Este insta a realizar estudios, pero no hay ninguna decisión”, critica Samaniego de la Cepal. “Chile está años luz detrás de Brasil en lo que se refiere a cambio climático”.
En la Pontificia Universidad Católica, sin embargo, Francisco Meza cree que el Gobierno está bastante bien encaminado en esta materia. “Son las empresas, no el Gobierno, las que están rezagadas”, señala.
La velocidad, por cierto, es relativa; y en el caso del cambio climático eso es aún más cierto. Puede que la dirección de los cambios esté clara, junto con los riesgos y las oportunidades, pero la pregunta es cuándo.
¿En la próxima década? ¿Durante esta vida o la próxima? Para las empresas, y ni hablar de los Gobiernos, esa es una gran diferencia.
Ruth Bradley es editora general de bUSiness CHILE además de corresponsal en Santiago de The Economist.