Esta es una versión abreviada de un artículo publicado en Americas Quarterly, la revista política de la Americas Society/Council of the Americas (www.americasquarterly.org).
Somos un hemisferio de inmigrantes. Durante miles de años -antes de que los europeos pisaran por primera vez lo que se denominó el “Nuevo Mundo”- este hemisferio ha atraído a gente de todo el Globo. Durante los últimos cinco siglos, inmigrantes europeos, asiáticos y africanos han influido en la cultura, política y economía de América del Norte y del Sur. Una visita a Ciudad de México, Buenos Aires, Nueva York o Toronto deja en claro que, más que cualquier otra región del mundo, este hemisferio se ha convertido en un crisol global.
Nuestro hemisferio resalta en el mapa moderno de la inmigración en tiempos en que, según la Comisión Global sobre Migraciones Internacionales, cerca de un 3% de la población del mundo -alrededor de 200 millones de personas- se están desplazando. Estados Unidos tenía 38,4 millones de inmigrantes en el 2005, según la comisión, convirtiéndose en el principal destino del Hemisferio Occidental, seguido por Canadá con 6,1 millones.
El resultado ha sido la creación de comunidades vibrantes y diversas que no encajan dentro de nociones estereotipadas de etnia y soberanía nacional.
Considere el asombroso crecimiento de la comunidad asiática en nuestro hemisferio. Más de 4,5 millones de latinoamericanos (casi el 1% de la población total de América Latina) son de ascendencia asiática. Según los demógrafos, la falta de estadísticas adecuadas en muchos países sugiere que la cantidad podría ser varios millones más alta, en especial cuando se incluyen a aquellos que tienen un ascendiente parcialmente asiático.
La inmensa mayoría son de origen chino, japonés y coreano. Pero hay una comunidad vietnamita en Cuba, una significativa población taiwanesa en El Salvador, una comunidad miao en Argentina y otras poblaciones del sudeste asiático diseminadas en Panamá y Venezuela. Con más de 1,5 millones de ciudadanos de origen japonés o parcialmente japonés, Brasil ostenta la mayor población de ascendiente japonés fuera de Japón.
Otro ejemplo decidor es la migración de judíos nacidos en Europa hacia Argentina desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Entre 250.000 y 350.000 personas que se reconocen judíos ahora viven en ese país. Buenos Aires alberga a la mayor comunidad judía de América Latina, la tercera de América y la sexta más grande del mundo. Gracias a un clima de tolerancia, la comunidad judía de Buenos Aires ha avanzado a tal punto que Rosh Hashanah, Yom Kippur y Pascua son feriados en Argentina.
Esa tolerancia se ha puesto a prueba con los años. Los atentados terroristas (perpetrados supuestamente por Hezbolá, agrupación que cuenta con respaldo iraní) en la Embajada Israelí en 1992 y en la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en 1994 dejaron un saldo de 114 muertos y más de 200 heridos. Pero la indignación y el apoyo de sus conciudadanos argentinos después de esas tragedias pusieron de manifiesto el profundo sentido de multiculturalismo de la sociedad argentina.
Los inmigrantes árabes y sus hijos -la mayoría de los cuales provienen de Siria, el Líbano y Palestina- suman 9 millones sólo en América Latina. Las mayores poblaciones se encuentran en Brasil (1,5 millones) y Argentina (1 millón). Brasil tiene más ciudadanos de origen Sirio que Damasco y más habitantes de ascendencia libanesa que todo el Líbano.
Cómo Llegamos hasta Aquí
El historiador estadounidense Oscar Handlin una vez señaló que escribir la historia de Estados Unidos era escribir la historia de la inmigración. De hecho, eso se aplica también a todo el hemisferio.
La primera oleada de inmigración a estas costas comenzó hace ya 20.000 años cuando cazadores y nómades cruzaron el Estrecho de Bering, que entonces era un istmo, desde Asia y comenzaron a avanzar hacia el sur. Otros sostienen que América Latina fue colonizada primero por gente que cruzó el Pacífico, la que se asentó desde lo que ahora es California y México hasta el extremo sur en Tierra del Fuego. La verdad podría ser una combinación de todas estas teorías, pero está claro que los primeros colonos del hemisferio cruzaron enormes distancias, a un gran riesgo, para llegar hasta aquí.
La etapa moderna de la inmigración y la colonización comenzó a la sombra de la exploración europea del Nuevo Mundo. Conquistadores, navegantes, comerciantes, sacerdotes y comerciantes de esclavos, desde el siglo XV en adelante, transformaron radicalmente la demografía del continente, a menudo en confrontaciones sangrientas cuyos efectos aún reverberan en la actualidad. Millones de habitantes indígenas del continente murieron por epidemias de viruela que trajeron los europeos.
Durante los 300 años posteriores, tanto Norteamérica como Sudamérica se convirtieron en un imán de colonos y aventureros del Viejo Mundo europeo así como también en el hogar involuntario de millones de africanos exportados como esclavos. Hacia el siglo XIX, el continente era una agitada mezcla de etnias de todo el mundo. Desde los daneses, noruegos y rusos que viajaban hacia nuevas tierras de cultivo en la mitad norte de Estados Unidos hasta los trabajadores chinos que se dirigían a la “Montaña de oro” de California y las plantaciones de el Caribe, el continente se había vuelto efectivamente “globalizado”.
En el siglo XX, la naturaleza de la inmigración cambió nuevamente como resultado de la irrupción de fuerzas violentas en Europa y el colapso de los imperios coloniales. Comenzando con la Revolución Rusa en 1917 y extendiéndose hasta los levantamientos del nazismo y el fascismo, cientos de científicos y artistas emprendieron el viaje hacia el nuevo mundo como exiliados escapando de la persecución y muerte segura. Apenas una lista parcial de sus nombre ilustra en cuánto fue redefinida la sociedad estadounidense con su presencia: los científicos Albert Einstein y Enrico Fermi; el pintor Marc Chagall y el escultor Piet Mondrian; los músicos Arnold Schoenberg y Arturo Toscanini; los escritores Thomas Mann, Franz Werfel, André Breton y Vladimir Nabokov; los directores de cine Fritz Lang y Billy Wilder; y la actriz Marlene Dietrich.
La Guerra Civil Española (1936-1939) tuvo un profundo impacto en América Latina. Cerca de 400.000 exiliados españoles -incluidos escritores, pintores, filósofos, científicos e incluso editores de libros- crearon una vibrante vida cultural en sus países adoptivos, de manera particular en México y Argentina, pero también en Chile, Cuba y República Dominicana.
El éxodo de cientos de miles de cubanos a Estados Unidos tras la revolución que en 1959 encabezó Fidel Castro cambió la cara de ciudades como Miami y Newark. Su impacto político y cultural sigue siendo poderoso. Como resultado de la cultura urbana hispana creada por los cubanos, Miami se convirtió en una ciudad “latina” tan importante para el comercio del hemisferio sur como São Paulo o Ciudad de México.
Desde la década de los 30 al menos, el flujo de migración intrarregional dentro del Hemisferio Occidental ha sido tan importante como la inmigración desde fuera del hemisferio. Una percepción errada y común en Estados Unidos es que las migraciones sólo se mueven de sur a norte, esto es, desde países en desarrollo hacia naciones desarrolladas. Sin embargo, según un informe que el Banco Mundial publicó en 2007, la inmigración de sur a sur es un fenómeno muy diseminado en nuestro hemisferio así como en el resto del mundo. Crisis económicas periódicas, tales como las vividas en México, Brasil y Argentina durante la década de los 80 y nuevamente en el 2001, han sido responsables de enormes flujos de refugiados económicos dentro de América Latina.
Los arrolladores cambios políticos en la década del 60 y el 70, cuando dictaduras militares llegaron al poder en la mayor parte de América Latina, fueron otro factor clave que condujeron la migración. Si bien las estadísticas a lo largo del hemisferio sobre quienes pidieron asilo no son fáciles de conseguir, abundan ejemplos de chilenos buscando refugio en México, Canadá y Estados Unidos así como de brasileños que migraron a Cuba.
Pero en el entorno político relativamente estable de hoy en día, la búsqueda de oportunidades económicas es la principal razón para la migración a lo largo del continente. Este flujo de “refugiados económicos” no se limita a la frontera entre Estados Unidos y México. Hoy en día es tan posible que peruanos, bolivianos y argentinos prueben suerte en Chile y España como en ciudades de Estados Unidos. Los ecuatorianos han llegado en grandes cantidades a España, Italia, Alemania, Canadá y Chile.
México, la mayor fuente de inmigrantes a Estados Unidos, también se ha convertido en una estación de paso para centroamericanos y sudamericanos que buscan ingresar a Estados Unidos. Esa situación ha obligado a México a adoptar sus propias políticas independientes para detener y deportar a quienes intentan traspasar su frontera norte.
¿Qué Hacer?
Durante siglos, el espíritu emprendedor de los migrantes y su voluntad de dejar atrás sus raíces y probar suerte en otra parte han enriquecido las culturas de sus tierras adoptivas y han contribuido a su prosperidad. No obstante, estos beneficios también traen consecuencias negativas.
La migración a gran escala coloca un enorme estrés sobre las instituciones y los servicios sociales de los países receptores y alimentan temores populares y estereotipos en las poblaciones nativas. La oposición puede originarse desde el pánico a ser “engullido” por valores y culturas desconocidas o desde el nerviosismo en cuanto a que inmigrantes dispuestos a trabajar por menores salarios sacarán a los ciudadanos de sus puestos de trabajo.
Si bien los estudios difieren sobre el efecto económico neto de la mano de obra de los inmigrantes en el empleo, muchos de los temores son insensatamente exagerados. Algunos estudios indican que los inmigrantes -incluso los trabajadores indocumentados- contribuyen a la base tributaria de muchos de los lugares en donde se asientan y en algunos casos han revivido economías urbanas en declinación.
A medida que aumenta el estrés económico alrededor del hemisferio, es improbable que se produzca cualquier reducción en el flujo migratorio, y eso significa que los encargados de la política podrían verse forzados a tomar duras acciones. No obstante, eso generaría el riesgo de crear aún más agitación.
Muchos de los países de origen de los inmigrantes estarían mucho peor si no fuera por las enormes remesas transferidas por los trabajadores que laboran en el extranjero. En el 2004, los trabajadores inmigrantes enviaron cerca de US$ 150.000 millones a sus países de origen, cifra basada en registros formales de transferencias de dinero. Las transferencias informales probablemente dupliquen esa cifra. El Banco Interamericano de Desarrollo estimó que el total de remesas enviadas a América Latina alcanzará los US$ 45.900 millones en el 2008.
De modo que, ¿cómo debieran reaccionar los encargados políticos y el resto de nosotros? Un comienzo importante sería reconocer una verdad básica: todos nosotros somos inmigrantes en este hemisferio. Entender cómo llegamos aquí y por qué tantos otros quieren venir, podría conducir a formas más racionales de lidiar con el flujo de migrantes. Lo que es crucial es evitar las reacciones tipo reflejo como el cierre de fronteras,o la construcción de muros, que sólo exacerban los problemas.
Ciertamente, Estados Unidos -donde la presencia de millones de trabajadores indocumentados de México y América Central ha generado una renovada retórica anti-inmigrantes- podría verse beneficiado si presta mayor atención a cómo otros lidian con el fenómeno, incluso en el mismo hemisferio.
Por ejemplo, el Mercosur -el bloque comercial que une a Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, y que cuenta con cinco miembros asociados: Chile, Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú- está trabajando en miras de incluir el libre tránsito de las personas dentro de sus fronteras junto con los bienes. Pese a que aún se encuentra en sus etapas iniciales, en cierta forma el plan emula acuerdos similares entre los países de la Unión Europea.
Los Estados tienen todo el derecho a decidir quien entra en su territorio y aumentar la seguridad fronteriza. Pero también debieran hacer todo los esfuerzos por promover un proceso seguro y ordenado que exija la cooperación de las naciones desde donde se origina la migración. Sin tal cooperación, no hay forma de implementar políticas integrales y efectivas. Más aún, las políticas migratorias debieran estar ancladas en un pragmatismo profundamente arraigado.
La verdadera prueba de una política migratoria exitosa es su factibilidad. Tratar de detener la búsqueda incesante por una vida mejor es imposible. Pasa por alto la esencia misma de la historia humana y niega quienes somos como hemisferio. Pero entender el fenómeno como un asunto hemisférico (y no como una disputa de Estados Unidos con los demás países del sur) puede ayudarnos a desarrollar soluciones colaborativas y a aprender los unos de los otros. Sólo de esta forma podremos reflejar mejor nuestra historia compartida de movilidad y cambio, mantener la promesa de contribuciones de los futuros inmigrantes que protegen y defienden sus derechos, y reducir las tensiones internas que surgen de las inseguridades y preocupaciones.
Sergio Muñoz Bata escribe una columna semanal sindicada que se publica en 18 periódicos en 11 países. También es ex miembro de la junta editorial de Los Angeles Times y editor ejecutivo de La Opinión, un periódico de Los Angeles.