Ahora Todos Somos InmigrantesWe are All Immigrants Now

01 Diciembre 2008

Esta es una versión abreviada de un artículo publicado en Americas Quarterly, la revista política de la Americas Society/Council of the Americas (www.americasquarterly.org).


Somos un hemisferio de inmigrantes. Durante miles de años -antes de que los europeos pisaran por primera vez lo que se denominó el “Nuevo Mundo”- este hemisferio ha atraído a gente de todo el Globo. Durante los últimos cinco siglos, inmigrantes europeos, asiáticos y africanos han influido en la cultura, política y economía de América del Norte y del Sur. Una visita a Ciudad de México, Buenos Aires, Nueva York o Toronto deja en claro que, más que cualquier otra región del mundo, este hemisferio se ha convertido en un crisol global.


Nuestro hemisferio resalta en el mapa moderno de la inmigración en tiempos en que, según la Comisión Global sobre Migraciones Internacionales, cerca de un 3% de la población del mundo -alrededor de 200 millones de personas- se están desplazando. Estados Unidos tenía 38,4 millones de inmigrantes en el 2005, según la comisión, convirtiéndose en el principal destino del Hemisferio Occidental, seguido por Canadá con 6,1 millones.


El resultado ha sido la creación de comunidades vibrantes y diversas que no encajan dentro de nociones estereotipadas de etnia y soberanía nacional.


Considere el asombroso crecimiento de la comunidad asiática en nuestro hemisferio. Más de 4,5 millones de latinoamericanos (casi el 1% de la población total de América Latina) son de ascendencia asiática. Según los demógrafos, la falta de estadísticas adecuadas en muchos países sugiere que la cantidad podría ser varios millones más alta, en especial cuando se incluyen a aquellos que tienen un ascendiente parcialmente asiático.


La inmensa mayoría son de origen chino, japonés y coreano. Pero hay una comunidad vietnamita en Cuba, una significativa población taiwanesa en El Salvador, una comunidad miao en Argentina y otras poblaciones del sudeste asiático diseminadas en Panamá y Venezuela. Con más de 1,5 millones de ciudadanos de origen japonés o parcialmente japonés, Brasil ostenta la mayor población de ascendiente japonés fuera de Japón.


Otro ejemplo decidor es la migración de judíos nacidos en Europa hacia Argentina desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Entre 250.000 y 350.000 personas que se reconocen judíos ahora viven en ese país. Buenos Aires alberga a la mayor comunidad judía de América Latina, la tercera de América y la sexta más grande del mundo. Gracias a un clima de tolerancia, la comunidad judía de Buenos Aires ha avanzado a tal punto que Rosh Hashanah, Yom Kippur y Pascua son feriados en Argentina.


Esa tolerancia se ha puesto a prueba con los años. Los atentados terroristas (perpetrados supuestamente por Hezbolá, agrupación que cuenta con respaldo iraní) en la Embajada Israelí en 1992 y en la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en 1994 dejaron un saldo de 114 muertos y más de 200 heridos. Pero la indignación y el apoyo de sus conciudadanos argentinos después de esas tragedias pusieron de manifiesto el profundo sentido de multiculturalismo de la sociedad argentina.


Los inmigrantes árabes y sus hijos -la mayoría de los cuales provienen de Siria, el Líbano y Palestina- suman 9 millones sólo en América Latina. Las mayores poblaciones se encuentran en Brasil (1,5 millones) y Argentina (1 millón). Brasil tiene más ciudadanos de origen Sirio que Damasco y más habitantes de ascendencia libanesa que todo el Líbano.


Cómo Llegamos hasta Aquí


El historiador estadounidense Oscar Handlin una vez señaló que escribir la historia de Estados Unidos era escribir la historia de la inmigración. De hecho, eso se aplica también a todo el hemisferio.


La primera oleada de inmigración a estas costas comenzó hace ya 20.000 años cuando cazadores y nómades cruzaron el Estrecho de Bering, que entonces era un istmo, desde Asia y comenzaron a avanzar hacia el sur. Otros sostienen que América Latina fue colonizada primero por gente que cruzó el Pacífico, la que se asentó desde lo que ahora es California y México hasta el extremo sur en Tierra del Fuego. La verdad podría ser una combinación de todas estas teorías, pero está claro que los primeros colonos del hemisferio cruzaron enormes distancias, a un gran riesgo, para llegar hasta aquí.


La etapa moderna de la inmigración y la colonización comenzó a la sombra de la exploración europea del Nuevo Mundo. Conquistadores, navegantes, comerciantes, sacerdotes y comerciantes de esclavos, desde el siglo XV en adelante, transformaron radicalmente la demografía del continente, a menudo en confrontaciones sangrientas cuyos efectos aún reverberan en la actualidad. Millones de habitantes indígenas del continente murieron por epidemias de viruela que trajeron los europeos.


Durante los 300 años posteriores, tanto Norteamérica como Sudamérica se convirtieron en un imán de colonos y aventureros del Viejo Mundo europeo así como también en el hogar involuntario de millones de africanos exportados como esclavos. Hacia el siglo XIX, el continente era una agitada mezcla de etnias de todo el mundo. Desde los daneses, noruegos y rusos que viajaban hacia nuevas tierras de cultivo en la mitad norte de Estados Unidos hasta los trabajadores chinos que se dirigían a la “Montaña de oro” de California y las plantaciones de el Caribe, el continente se había vuelto efectivamente “globalizado”.


En el siglo XX, la naturaleza de la inmigración cambió nuevamente como resultado de la irrupción de fuerzas violentas en Europa y el colapso de los imperios coloniales. Comenzando con la Revolución Rusa en 1917 y extendiéndose hasta los levantamientos del nazismo y el fascismo, cientos de científicos y artistas emprendieron el viaje hacia el nuevo mundo como exiliados escapando de la persecución y muerte segura. Apenas una lista parcial de sus nombre ilustra en cuánto fue redefinida la sociedad estadounidense con su presencia: los científicos Albert Einstein y Enrico Fermi; el pintor Marc Chagall y el escultor Piet Mondrian; los músicos Arnold Schoenberg y Arturo Toscanini; los escritores Thomas Mann, Franz Werfel, André Breton y Vladimir Nabokov; los directores de cine Fritz Lang y Billy Wilder; y la actriz Marlene Dietrich.


La Guerra Civil Española (1936-1939) tuvo un profundo impacto en América Latina. Cerca de 400.000 exiliados españoles -incluidos escritores, pintores, filósofos, científicos e incluso editores de libros- crearon una vibrante vida cultural en sus países adoptivos, de manera particular en México y Argentina, pero también en Chile, Cuba y República Dominicana.


El éxodo de cientos de miles de cubanos a Estados Unidos tras la revolución que en 1959 encabezó Fidel Castro cambió la cara de ciudades como Miami y Newark. Su impacto político y cultural sigue siendo poderoso. Como resultado de la cultura urbana hispana creada por los cubanos, Miami se convirtió en una ciudad “latina” tan importante para el comercio del hemisferio sur como São Paulo o Ciudad de México.


Desde la década de los 30 al menos, el flujo de migración intrarregional dentro del Hemisferio Occidental ha sido tan importante como la inmigración desde fuera del hemisferio. Una percepción errada y común en Estados Unidos es que las migraciones sólo se mueven de sur a norte, esto es, desde países en desarrollo hacia naciones desarrolladas. Sin embargo, según un informe que el Banco Mundial publicó en 2007, la inmigración de sur a sur es un fenómeno muy diseminado en nuestro hemisferio así como en el resto del mundo. Crisis económicas periódicas, tales como las vividas en México, Brasil y Argentina durante la década de los 80 y nuevamente en el 2001, han sido responsables de enormes flujos de refugiados económicos dentro de América Latina.


Los arrolladores cambios políticos en la década del 60 y el 70, cuando dictaduras militares llegaron al poder en la mayor parte de América Latina, fueron otro factor clave que condujeron la migración. Si bien las estadísticas a lo largo del hemisferio sobre quienes pidieron asilo no son fáciles de conseguir, abundan ejemplos de chilenos buscando refugio en México, Canadá y Estados Unidos así como de brasileños que migraron a Cuba.


Pero en el entorno político relativamente estable de hoy en día, la búsqueda de oportunidades económicas es la principal razón para la migración a lo largo del continente. Este flujo de “refugiados económicos” no se limita a la frontera entre Estados Unidos y México. Hoy en día es tan posible que peruanos, bolivianos y argentinos prueben suerte en Chile y España como en ciudades de Estados Unidos. Los ecuatorianos han llegado en grandes cantidades a España, Italia, Alemania, Canadá y Chile.


México, la mayor fuente de inmigrantes a Estados Unidos, también se ha convertido en una estación de paso para centroamericanos y sudamericanos que buscan ingresar a Estados Unidos. Esa situación ha obligado a México a adoptar sus propias políticas independientes para detener y deportar a quienes intentan traspasar su frontera norte.


¿Qué Hacer?


Durante siglos, el espíritu emprendedor de los migrantes y su voluntad de dejar atrás sus raíces y probar suerte en otra parte han enriquecido las culturas de sus tierras adoptivas y han contribuido a su prosperidad. No obstante, estos beneficios también traen consecuencias negativas.


La migración a gran escala coloca un enorme estrés sobre las instituciones y los servicios sociales de los países receptores y alimentan temores populares y estereotipos en las poblaciones nativas. La oposición puede originarse desde el pánico a ser “engullido” por valores y culturas desconocidas o desde el nerviosismo en cuanto a que inmigrantes dispuestos a trabajar por menores salarios sacarán a los ciudadanos de sus puestos de trabajo.


Si bien los estudios difieren sobre el efecto económico neto de la mano de obra de los inmigrantes en el empleo, muchos de los temores son insensatamente exagerados. Algunos estudios indican que los inmigrantes -incluso los trabajadores indocumentados- contribuyen a la base tributaria de muchos de los lugares en donde se asientan y en algunos casos han revivido economías urbanas en declinación.


A medida que aumenta el estrés económico alrededor del hemisferio, es improbable que se produzca cualquier reducción en el flujo migratorio, y eso significa que los encargados de la política podrían verse forzados a tomar duras acciones. No obstante, eso generaría el riesgo de crear aún más agitación.


Muchos de los países de origen de los inmigrantes estarían mucho peor si no fuera por las enormes remesas transferidas por los trabajadores que laboran en el extranjero. En el 2004, los trabajadores inmigrantes enviaron cerca de US$ 150.000 millones a sus países de origen, cifra basada en registros formales de transferencias de dinero. Las transferencias informales probablemente dupliquen esa cifra. El Banco Interamericano de Desarrollo estimó que el total de remesas enviadas a América Latina alcanzará los US$ 45.900 millones en el 2008.


De modo que, ¿cómo debieran reaccionar los encargados políticos y el resto de nosotros? Un comienzo importante sería reconocer una verdad básica: todos nosotros somos inmigrantes en este hemisferio. Entender cómo llegamos aquí y por qué tantos otros quieren venir, podría conducir a formas más racionales de lidiar con el flujo de migrantes. Lo que es crucial es evitar las reacciones tipo reflejo como el cierre de fronteras,o la construcción de muros, que sólo exacerban los problemas.


Ciertamente, Estados Unidos -donde la presencia de millones de trabajadores indocumentados de México y América Central ha generado una renovada retórica anti-inmigrantes- podría verse beneficiado si presta mayor atención a cómo otros lidian con el fenómeno, incluso en el mismo hemisferio.


Por ejemplo, el Mercosur -el bloque comercial que une a Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, y que cuenta con cinco miembros asociados: Chile, Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú- está trabajando en miras de incluir el libre tránsito de las personas dentro de sus fronteras junto con los bienes. Pese a que aún se encuentra en sus etapas iniciales, en cierta forma el plan emula acuerdos similares entre los países de la Unión Europea.


Los Estados tienen todo el derecho a decidir quien entra en su territorio y aumentar la seguridad fronteriza. Pero también debieran hacer todo los esfuerzos por promover un proceso seguro y ordenado que exija la cooperación de las naciones desde donde se origina la migración. Sin tal cooperación, no hay forma de implementar políticas integrales y efectivas. Más aún, las políticas migratorias debieran estar ancladas en un pragmatismo profundamente arraigado.


La verdadera prueba de una política migratoria exitosa es su factibilidad. Tratar de detener la búsqueda incesante por una vida mejor es imposible. Pasa por alto la esencia misma de la historia humana y niega quienes somos como hemisferio. Pero entender el fenómeno como un asunto hemisférico (y no como una disputa de Estados Unidos con los demás países del sur) puede ayudarnos a desarrollar soluciones colaborativas y a aprender los unos de los otros. Sólo de esta forma podremos reflejar mejor nuestra historia compartida de movilidad y cambio, mantener la promesa de contribuciones de los futuros inmigrantes que protegen y defienden sus derechos, y reducir las tensiones internas que surgen de las inseguridades y preocupaciones.


Sergio Muñoz Bata escribe una columna semanal sindicada que se publica en 18 periódicos en 11 países. También es ex miembro de la junta editorial de Los Angeles Times y editor ejecutivo de La Opinión, un periódico de Los Angeles.



Immigration defined this hemisphere and has led to the creation of vibrant, diverse communities that do not fit within stereotypical notions of ethnicity and national sovereignty.


This is an abridged version of an article published in Americas Quarterly, the policy journal of the Americas Society/Council of the Americas (www.americasquarterly.org).


We are a hemisphere of immigrants. For thousands of years - before Europeans first set foot in what was called the “New World”- this hemisphere has attracted people from around the globe. Over the last five centuries, European, Asian and African immigrants have influenced the culture, politics and economies of North and South America. A visit to Mexico City, Buenos Aires, New York or Toronto makes clear that, more than any other region of the world, this hemisphere has become a global melting pot.

Our hemisphere stands out on the modern map of immigration at a time when, according to the Global Commission on International Migration, some 3% of the world’s population - about 200 million people - are on the move. The U.S. had 38.4 million immigrants during 2005, according to the Commission, making it the prime destination in the Western Hemisphere, followed by Canada with 6.1 million.

The result has been the creation of vibrant, diverse communities that do not fit within stereotypical notions of ethnicity and national sovereignty.

Consider the astonishing growth of the Asian community in our hemisphere. More than 4.5 million Latin Americans (almost 1% of the total population of Latin America) are of Asian descent. According to demographers, the lack of adequate statistics in many countries suggests that the number could be millions higher, especially when those who have partial Asian ancestry are included.

The overwhelming majority are ethnic Chinese, Japanese and Korean. But there is a Vietnamese community in Cuba, a significant Taiwanese population in El Salvador, a Hmong community in Argentina and other South Asian populations scattered in Panama and Venezuela. With more than 1.5 million citizens of Japanese or mixed descent, Brazil boasts the largest ethnic Japanese population outside Japan.

Another telling example is the migration of European-born Jews to Argentina since the end of World War II. Between 250,000 and 350,000 people who claim Jewish heritage now live in that country. Buenos Aires is home to the largest Jewish community in Latin America, the third largest in the Americas, and the sixth largest in the world. Thanks to a climate of tolerance, Buenos Aires’ Jewish community has prospered to the point that Rosh Hashanah, Yom Kippur and Passover are legal holidays in Argentina.

That tolerance has been tested over the years. Terrorist attacks (allegedly by the Iranian-backed Hezbollah) on the Israeli Embassy in 1992 and the Jewish Community Center (AMIA) in 1994 killed 114 people and wounded over 200. But the anger and support of their fellow Argentines after those tragedies underlined the deep sense of multiculturalism in Argentine society.

Arab immigrants and their children, most of whom are of Syrian, Lebanese and Palestinian descent, number as many as 9 million in Latin America alone. The largest populations are in Brazil (1.5 million) and Argentina (1 million). Brazil has more citizens of Syrian origin than Damascus, and more inhabitants of Lebanese descent than all of Lebanon.

How we got here

U.S. historian Oscar Handlin once observed that writing the history of the U.S. meant writing the history of immigration. In fact, that is true for the entire hemisphere.

The first wave of immigration to these shores began as early as 20,000 years ago when hunters and nomads crossed the Bering Strait, then a land bridge, from Asia and began making their way south. Others claim that Latin America was first settled by people crossing the Pacific who established settlements stretching from what is now California and Mexico to as far south as Tierra del Fuego. The truth may be a combination of all these theories, but it’s clear that the hemisphere’s first settlers crossed huge distances, at great risk, to get here.

The modern phase of immigration and settlement began in the shadow of European exploration of the New World. Conquistadors, voyageurs, merchants, priests and slave traders, from the fifteenth century onward, radically transformed the demography of the continent - often in bloody confrontations whose effects still reverberate today. Millions of the continent’s indigenous inhabitants died from smallpox epidemics carried by Europeans.

Over the next 300 years, both North and South America became a magnet for settlers and adventurers from the Old World of Europe as well as the involuntary home for millions of Africans exported into slavery. By the nineteenth century, the continent was a roiling mix of ethnic groups from around the globe. From the Danes, Norwegians and Russians who flocked to new farmlands in the northern half of the United States to Chinese laborers heading for the “Gold Mountain” of California and the plantations of the Caribbean, the continent had effectively become “globalized”.

In the twentieth century, the nature of immigration changed again as a result of the violent forces exploding in Europe and the collapse of colonial empires. Beginning with the 1917 Russian Revolution and lasting through the upheavals of Nazism and fascism, thousands of scientists and artists made the journey to the new world as exiles fleeing certain persecution and death. Even a partial list of their names illustrates how much U.S. society was redefined by their presence: scientists Albert Einstein and Enrico Fermi; painters and sculptors Marc Chagall and Piet Mondrian; musicians Arnold Schoenberg and Arturo Toscanini; writers Thomas Mann, Franz Werfel, André Breton and Vladimir Nabokov; film directors and actors Fritz Lang, Marlene Dietrich and Billy Wilder.

The Spanish Civil War (1936-1939) had a profound impact on Latin America. Approximately 400,000 Spanish exiles - including writers, painters, philosophers, scientists and even book publishers - created a vibrant cultural life in their adopted countries, particularly Mexico and Argentina, but also in Chile, Cuba and the Dominican Republic.

The exodus of tens of thousands of Cubans to the U.S. following Fidel Castro’s 1959 revolution changed the face of cities like Miami and Newark. Their political and cultural impact remains powerful. As a result of the Hispanic urban culture created by the Cubans, Miami has become a “Latin” city as important to the southern hemisphere’s commerce as São Paulo or Mexico City.

Since at least the 1930s the flow of intraregional migration within the Western Hemisphere has been as important as immigration from outside the hemisphere. A common misperception in the United States is that migrations move only from south to north, that is, from underdeveloped to developed countries. But according to a 2007 World Bank report, south-south immigration is a widespread phenomenon in our hemisphere as well as the rest of the world. Periodic economic crises, such as those suffered by Mexico, Brazil and Argentina during the 1980s and again in 2001, have been responsible for huge flows of economic refugees inside Latin America.

The sweeping political changes in the 1960s and 1970s, when military dictatorships rose to power in most of Latin America, was another key factor driving migration. Although hemisphere-wide statistics of asylum seekers are not readily available, examples such as Chileans who sought refuge in Mexico, Canada and the U.S. and Brazilians who fled to Cuba abound.

But in today’s relatively stable political landscape, the quest for economic opportunity is the primary reason for migration throughout the continent. This flow of “economic refugees” is not limited to the U.S.-Mexico border. Today Peruvians, Bolivians and Argentines are as likely to try their luck in Chile and Spain as in U.S. cities. Ecuadorians have turned up in huge numbers in Spain, Italy, Germany, Canada and Chile.

Mexico, the largest source of immigrants to the U.S., has also become a way station for Central and South Americans seeking to enter the U.S. That situation has forced Mexico to adopt its own separate policies for stopping and deporting those seeking to cross its northern border.

What is to be done?

Over centuries, migrants’ entrepreneurial spirit and their willingness to break with their roots and try their fortunes elsewhere have enriched the cultures of their adopted lands and contributed to their prosperity. Yet these benefits also carry negative undercurrents.

Large-scale migration puts enormous stress on the institutions and social services of receiving countries and stokes popular fears and stereotypes in native-born populations. The opposition can arise from panic over being “engulfed” by alien cultures and values or from anxieties that immigrants willing to work for lower wages will push citizens out of their jobs.

Although studies differ on the net economic impact of immigrant labor on jobs, many of the fears are wildly exaggerated. Some studies indicate that immigrants - even undocumented workers - add to the tax base of many of the places where they settle, and in some cases have revived declining urban economies.

As economic stress increases around the hemisphere, any reduction in the migration flow is unlikely, and that means policymakers may be increasingly pushed to take harsh action. That would risk, however, creating even more upheaval.

Many of the home countries of immigrants would be much worse off were it not for the huge remittances transferred by laborers working abroad. In 2004, immigrant workers sent about US$150 billion to their home countries, a figure based on formal records of money transfers. Informal transfers probably double that. The Inter-American Development Bank has estimated total remittances to Latin America will reach US$45.9 billion in 2008.

So how should policymakers - and the rest of us - react? An important start would be to recognize a basic truth: we are all immigrants in this hemisphere. Understanding how we got here, and why so many others want to come, could lead to more rational ways of dealing with the flow. What is crucial is to avoid the kind of knee-jerk reactions (closing borders, erecting walls) that only exacerbate problems.

Certainly, the U.S., where the presence of millions of undocumented workers from Mexico and Central America has sparked a renewal of anti-immigrant rhetoric, could benefit from paying closer attention to how others are dealing with the phenomenon, even in the hemisphere itself.

For example, Mercosur, the trade bloc uniting Argentina, Brazil, Uruguay and Paraguay and five associate members - Chile, Bolivia, Colombia, Ecuador and Peru - is working toward including the free flow of people within its borders along with goods. Though still in its early stages, in some ways the plan mirrors similar agreements among European Union countries.

States have every right to decide who enters their territory and to bolster border security. But they should also make every effort to promote a safe and orderly process that demands cooperation from the sending nations. Without such cooperation, there is no way to implement comprehensive and effective policies. Most of all, immigration policies should be anchored in a deeply rooted pragmatism.

The real test of a successful immigration policy is its feasibility. Trying to halt the timeless search for a better life is impossible. It misses the very essence of human history and denies who we are as a hemisphere. But understanding the phenomenon as a hemispheric one (and not one as the U.S. versus all countries to the south) can help us develop collaborative solutions and learn from one another. Only in doing so can we best reflect our shared history of mobility and change, maintain the promise of contributions from future immigrants that protect and defend their rights, and reduce domestic tensions that stem from insecurities and concerns.

Sergio Muñoz Bata writes a weekly syndicated column published in 18 newspapers across 11 countries. He is also a former Los Angeles Times editorial board member and executive editor of La Opinión, a Los Angeles newspaper.
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