Aceitunas VerdesGreen Olives

26 Febrero 2014

El aceite de oliva está recibiendo más atención a medida que las tendencias globales observan un aumento del aliño de ensaladas a la usanza mediterránea. El aceite de oliva chileno es internacionalmente reconocido por su alta calidad -11 de sus productores obtuvieron puntuaciones sobresalientes en la edición 2014 de la guía de aceite de olivaFlos Olei–, pero prometedores exportadores se han vuelto más verdes o ecológicos en un intento por hacer que sus productos sobresalgan frente a los de la competencia.

“Esto beneficia la productividad, pero el otro beneficio que vemos es la mejora de la imagen que la industria proyecta al mundo”, señala Gabriela Moglia, gerente general de la asociación industrial ChileOliva, la que representa al 70% de los productores de aceite de oliva de Chile.

Las aceitunas chilenas corresponden a menos del 2% del aceite de oliva producido en el mundo, y la mayoría de este termina en las estanterías de los supermercados de Estados Unidos, España e Italia, pero esta participación ha ido creciendo.

En el 2011, ChileOliva fue seleccionada por la organización estadounidense sin fines de lucro World Environmental Center (WEC) para participar en un proyecto piloto destinado a mejorar el desempeño medioambiental y la eficiencia energética a través de prácticas de producción más limpias. El proyecto se hizo posible gracias a un acuerdo entre el Departamento de Estado de Estados Unidos y WEC, el que apunta a ayudar a pequeñas empresas en países que hayan suscrito tratados de libre comercio con Estados Unidos.

Moglia sostiene que la industria vio dos ventajas.

“La primera y más concreta son los menores costos de producción”, señala, para luego agregar que las cuentas de electricidad pueden devorarse entre un 20% y un 30% del presupuesto de una compañía. Dado que muchas plantaciones de aceitunas se ubican en áreas montañosas, el agua para el riego tiene que recorrer un largo camino para llegar a las plantas, lo que requiere energía. “Cualquier ahorro significa beneficios importantes para las empresas”, asevera.

Como resultado del proyecto, las compañías también están conservando agua, un recurso que los chilenos han aprendido a no dar por sentado. La Región de Atacama en Chile -la que marca el límite norte del cultivo nacional de aceitunas- tiene el desierto más seco de la Tierra y un conocido desprecio por quienes se zampan innecesariamente su precario sustento.

“En algunos mercados, los consumidores van a exigir medidas sustentables por el bien del medio ambiente y por preocupación por ellos mismos, de modo que también es una ventaja de marketing”, dice Moglia.

WEC analizó los perfiles de docenas de pequeñas a medianas empresas antes de asignar su proyecto a ChileOliva. Once compañías fueron seleccionadas, incluidos los productores de marcas como Olave, Las Doscientas, Sol de Aculeo, Petralia y Casta. Ernesto Samayoa, director de WEC para las operaciones latinoamericanas, señala que a la organización le resultó atractivo el potencial de la industria joven para establecer buenas prácticas en sus años formativos.

“Al comienzo trabajamos juntos en encontrar soluciones sustentables en donde la compañía podría ser más eficiente”, dice Samayoa.

Esto incluye reducir el uso de energía en riego, minimizar el desperdicio de agua y enseñar a los empleados mejores prácticas en el proceso de triturado, pero el cambio presentó desafíos para algunas de las compañías. Con tanto quehacer, dos dejaron la iniciativa, con lo que dejaron a nueve a la vanguardia del movimiento de sustentabilidad de WEC.

“Lo importante es que se tenga una buena experiencia que pueda replicarse en la industria, y de ser posible en otras industrias”, asevera Samayoa.

Los olivos, plantados por los colonizadores españoles, florecieron por primera vez en el Nuevo Mundo en el siglo XVI. Las semillas no originarias solo echaron raíces en algunas partes de América, favoreciendo climas similares a los de sus orígenes
mediterráneos.

Apretujados entre la cordillera de Los Andes y el océano Pacífico, una variedad de olivos ahora proliferan en suelo chileno. Lo que le falta al país de ancho se compensa con sus más de 4.000 kilómetros de largo, y el choque de condiciones montañesas y marítimas produce microclimas que nutren al fruto a lo largo de las templadas regiones centrales del país.

La mayor parte de las aceitunas chilenas eran para consumo doméstico hasta que el inmigrante italiano Giuseppe Canepa, más conocido por el homónimo de la Viña Canepa, introdujo tecnología europea a la modesta producción de la nación en el año 1952. Otros productores dieron un paso adelante a fines de la década de los 90 tras encontrarse con inversionistas y nuevas estrategias de marketing.

“El aceite de oliva chileno es de máxima calidad, extra virgen, y la industria está concentrada en la calidad”, dice Moglia. La mayoría de las aceitunas chilenas se convierten en aceite del más alto estándar -en otras palabras, extra virgen- lo que significa que los productores se abstienen de procesamiento químico o a alta temperatura.

En el 2011, el sector cosechó 19.000 toneladas de aceitunas destinadas a prensa, lo que se compara con las apenas 598 toneladas de hace una década. Las exportaciones también están creciendo. Según ChileOliva, en el 2012 Chile embarcó 10.228 toneladas de aceite de oliva, o cerca de la mitad de su producción total, lo que significó un ingreso de US$36,2 millones. Hoy en día, los 73 productores del país, la mayor parte de los cuales son pequeñas empresas, dan empleo a 2.500 personas.

El año pasado, más productores chilenos accedieron a hacerse más ecológicos en pro de la sustentabilidad. En junio, WEC negoció un acuerdo de producción limpia (APL) entre 20 productores y el Consejo Nacional de Producción Limpia, una rama del Ministerio de Economía, Fomento y Turismo que promueve el desarrollo ambiental en el sector privado.

ChileOliva y el consejo implementarán medidas de recorte de costos en el transcurso de los próximos dos años, las que extenderán la duración del proyecto WEC. Estas se concentrarán en la conservación de agua y eficiencia energética, incluyendo prácticas para evitar o disminuir las emisiones de dióxido de carbono, sostiene Jorge Alé, director ejecutivo del consejo.

“Siempre es más efectivo en términos de costos evitar la contaminación que tratarla”, indica.

Las compañías que firman los acuerdos tienen dos años para implementar prácticas de producción limpia y, si cumplen con los requisitos, reciben una certificación que debería dar una ventaja competitiva a sus productos, señala Alé.

Los chilenos desafían los estándares regionales en muchas formas -son cada vez más adinerados, conscientes en términos ambientales y sedientos de aceite de oliva- , pero aún aquí la causa ambiental se ha demorado en fermentar.

“Los consumidores [en Europa y Estados Unidos] son más estrictos y es por eso que es importante para las industrias estar posicionadas a fin de entregar una mejor trazabilidad”, dice Samayoa.

De acuerdo con un reciente estudio del Olive Center de la UC Davis, los consumidores en Estados Unidos afirman saber más del aceite de oliva que lo que en realidad conocen y a menudo no pueden distinguir entre distintas calidades. Sin embargo, con más estadounidenses comprando aceite de oliva por motivos de salud, las compañías chilenas están tratando de sacar el máximo provecho de su imagen verde.

Kalynne Dakin trabaja como periodista freelance actualmente desde Washington, DC.

Olive oil has come under greater scrutiny as global trends see more salads dressing Mediterranean style. Chilean olive oil is internationally recognized for its high quality – 11 producers received outstanding scores in the 2014 edition of olive oil guideFlos Olei– but up-and-coming exporters have recently gone greener in an attempt to make their products stand out from the competition.

“This benefits productivity, but the other benefit we see is improving the image the industry projects to the world,” said Gabriela Moglia, general manager of the industry association ChileOliva, which represents 70% of Chile’s olive oil producers.

Chilean olives yield less than 2% of the olive oil produced worldwide, with most ending up on supermarket shelves in the United States, Spain and Italy, but this share has been growing.

In 2011, ChileOliva was selected by US-based non-profit World Environmental Center (WEC) to participate in a pilot project aimed at improving environmental performance and energy efficiency through cleaner production practices. The project was made possible through an agreement between the US Department of State and WEC, which aims to help small enterprises in countries that have signed free trade agreements with the United States.

Moglia said the industry saw two advantages.

“The first and most concrete is lower production costs,” she said, adding that energy bills can devour anywhere from 20% to 30% of a company’s budget. Since many olive plantations are located in hilly areas, water for irrigation has to travel upward and a long way to reach plants, which takes energy. “Any savings mean meaningful benefits for the companies,” she said.

As a result of the project, companies are also conserving water, a resource that Chileans have learned not to take for granted. Chile’s Atacama Region — the northern limit of national olive farming — has the driest desert on Earth, and well-documented contempt for those who needlessly guzzle away its precarious livelihood.

“In certain markets, consumers are going to require sustainable measures for the environment’s sake and out of concern for themselves, so it’s also a marketing advantage,” said Moglia.

The WEC peeled through the profiles of dozens of small to medium-size companies before pitching its project to ChileOliva. Eleven companies were selected, including the producers of brands such as Olave, Las Doscientas, Sol de Aculeo, Petralia and Casta. Ernesto Samayoa, the WEC’s director of Latin American operations, said the organization was attracted to the young industry’s potential for establishing good practices in its formative years.

“In the beginning we worked together in finding sustainable solutions where the company could be more efficient,” said Samayoa.

This included reducing energy use in irrigation, minimizing wastewater and teaching employees best practices in the milling process, but the shift presented challenges to some of the companies. With too much on their plates, two dropped out of the effort, leaving nine on the vanguard of the WEC’s sustainability movement.

“The important thing is that you get good experience that can be replicated in the industry, and if possible in other industries,” said Samayoa.

Olive trees, planted by Spanish colonists, first bloomed in the New World in the 16th Century. The non-native seeds only took root in a few parts of the Americas, favoring climates similar to their Mediterranean motherlands.

Sandwiched between the Andes and the Pacific Ocean, a number of olive varieties now thrive on Chilean soil. What the country lacks in width it makes up for in over 4,000 kilometers of length, and the collision of mountain and maritime conditions produces microclimates that nurture the fruit throughout the temperate central regions.

Most Chilean olives were for household consumption until Italian immigrant Giuseppe Canepa, better known as the namesake of the Canepa winery, introduced European technology to the nation’s modest production in 1952. Other producers stepped up in the late 1990s after getting acquainted with investors and new marketing strategies.

“Chilean olive oil is maximum quality, extra virgin, and the industry is focused on quality,” said Moglia. Most Chilean olives become oil of the highest standard — in other words, extra virgin — meaning that producers abstain from chemical or high-heat processing.

In 2011, the sector harvested 19,000 tons of olives destined for the press, up from just 598 tons a decade ago. Exports are growing too. According to ChileOliva, in 2012 Chile shipped 10,228 tons of olive oil, or about half of its total production, bringing in US$36.2 million. Today, the country’s 73 producers, most of which are small businesses, employ 2,500.

Last year, more Chilean producers agreed to go greener for the sake of sustainability. In June, the WEC brokered a Clean Production Agreement (CPA) between 20 producers and the National Council for Clean Production, a branch of the Ministry of Economy, Development and Tourism, which promotes environmental development in the private sector.

ChileOliva and the Council will implement cost-cutting measures over the next two years that will extend the lifespan of the WEC project. These will focus on water conservation and energy efficiency, including practices to avoid or diminish CO2emissions, said Jorge Alé, executive director of the Council.

“It’s always more cost-effective to avoid the contamination than to treat it,” he said.

Companies that sign agreements have two years to implement clean production practices and, if they meet the requirements, they receive a certification that should give their products a competitive advantage, said Alé.

Chileans defy regional standards in many ways — they are increasingly wealthy, environmentally conscious and thirsty for olive oil — but even here the environmental cause has been slow to ferment.

“[In Europe and the US] consumers are stricter and that’s why it’s important for industries to be positioned to provide better traceability,” said Samayoa.

According to a recent survey by UC Davis’ Olive Center, consumers in the US claim to know more about olive oil than they actually do and are often unable to distinguish between different grades. But with more Americans buying olive oil for health reasons, Chilean companies are looking to squeeze as much as possible out of their green image.

Kalynne Dakin is a freelance journalist currently based in Washington, DC.

Compartir