[:es]A través del testimonio de varios de sus protagonistas, el texto reconstruye la historia no oficial de este proceso, cuya materialización tomó más de una década. El relato incluye llamadas telefónicas entre mandatarios, ministros y diplomáticos; reuniones de pasillo, viajes, desencuentros, alegrías, rabias y hasta una invitación a un partido de golf que terminó en desaire y que estuvo a punto de poner la lápida a los acercamientos entre los dos gobiernos.
Que durante la pandemia Latam no haya interrumpido la ruta Santiago-Miami y haya mantenido un vuelo diario a ese destino, incluso en el momento más severo del confinamiento, no es algo casual a ojos de Kathleen Barclay, past president de la Cámara Chileno Norteamericana de Comercio (AmCham), sino que es el reflejo del estrecho vínculo comercial que Chile y Estados Unidos forjaron a partir de la firma del tratado de libre comercio.
'En estos tiempos difíciles, para los chilenos siempre ha sido posible viajar a Miami y ese no es el caso de otros países en América Latina. Esto no se debe solo a que Latam tiene un tremendo negocio de carga desde y hacia Miami o que para Chile esa sea una cadena logística muy necesaria. Es el TLC el que viabiliza esa situación y es una posición que muy pocos otros países ostentan', dice la también directora de empresas, que este martes 13 de octubre participará como moderadora en el lanzamiento de un libro que la entidad —de la que Barclay actualmente es consejera— editó durante el año pasado para conmemorar los 15 años de vigencia de este acuerdo comercial.
La publicación, titulada 'Tratado de Libre Comercio Chile y Estados Unidos: Reflejo de una relación que trasciende lo económico 15 años (2004-2019)', recoge el testimonio de varios de los protagonistas de ese proceso, como el presidente Ricardo Lagos, los exministros Alejandro Foxley y Juan Gabriel Valdés; el extitular de la Direcon Osvaldo Rosales; el expresidente del Banco Central y exembajador en Estados Unidos durante la etapa de negociación del convenio, Andrés Bianchi, y la propia Barclay. La idea fue reconstruir la historia tras los más de diez años que tomó ese proceso, que concluyó el 1 de enero de 2004 con la entrada en vigencia del convenio.
El texto desclasifica pasajes hasta ahora desconocidos de la década de acercamientos previos que hubo entre ambos países y la posterior negociación. Esto incluye llamadas claves entre los mandatarios, ministros y representantes diplomáticos, reuniones de pasillo, viajes, desencuentros, alegrías, rabias, anécdotas inéditas y hasta una frustrada invitación a jugar golf que estuvo muy cerca de poner la lápida a los acercamientos entre los gobiernos.
Esta historia se inicia el año 1990, cuando recién iniciada la transición democrática de Chile, se planteó por primera vez la opción de explorar un acuerdo comercial con Estados Unidos como parte del proceso para reinsertar al país en la comunidad internacional de países democráticos. El artífice de todo fue el ministro de Hacienda del Presidente Patricio Aylwin, Alejandro Foxley, quien en 1992 logró de boca del entonces subsecretario para Asuntos Económicos y de Agricultura estadounidense, Robert Zoellick —el mismo que 13 años después firmó el TLC—, el compromiso por parte del gobierno del Presidente George H. W. Bush (padre) de que tras concluir la negociación del Nafta con Canadá y México, Chile sería el próximo país con el que sostendrían conversaciones para un acuerdo bilateral de comercio.
Dos años después, ya con Bill Clinton liderando a Estados Unidos y con Eduardo Frei Ruiz-Tagle como mandatario chileno, surgió la posibilidad de que Chile se sumara como un cuarto integrante al Nafta, pero tras un par de rondas de conversaciones, el proceso no prosperó, básicamente porque Clinton no logró renovar el fast track o la facultad para que el presidente negocie el contenido de este tipo de convenios comerciales, los que posteriormente son votados por el Congreso.
Los desaires de Jordania y Singapur
Pese a que transcurrió un lustro sin mayores novedades, en el año 2000 las autoridades chilenas aún tenían la esperanza de que tras la implementación del Nafta, nuestro país sería la siguiente opción de Estados Unidos. Eso, hasta septiembre, cuando el gigante norteamericano rompió su promesa y anunció el inicio de conversaciones con Jordania.
Las autoridades del Departamento de Comercio Exterior estadounidense argumentaron la decisión en razones geopolíticas derivadas de la delicada situación de Medio Oriente en ese momento, pero esto no fue suficiente para aplacar la incomodidad que Chile planteó a través del entonces director de Relaciones Económicas Internacionales, Osvaldo Rosales. Sin embargo, en ese momento nadie sabía que algunas semanas después sucedería algo mucho peor.
Fue en noviembre de ese mismo año, durante la segunda reunión del Foro APEC que se realizó en Brunei, cuando el propio Clinton invitó al entonces Presidente Lagos a hablar con más detalle sobre la posibilidad de comenzar un proceso de negociaciones bilaterales.
Es el exministro Juan Gabriel Valdés —que en ese momento era el representante permanente de Chile ante la ONU— quien desclasifica por primera vez en el libro de AmCham la 'anécdota' que estuvo a punto de echar por tierra los diez años previos de acercamientos. 'Lagos abordó a Clinton para recordar el impasse por Jordania e insistir en que Chile debía ser el siguiente, a lo que Clinton respondió con una invitación: ‘Presidente, ¿juega usted golf? Ahí podríamos hablar con más detalle de la iniciativa'. Bueno, Lagos no jugaba golf, por lo que esa conversación no se concretó'.
Hasta ahí llega la anécdota y comienza el impasse, pues en la publicación cuentan que dos días después de la frustrada invitación y mientras volaba a Panamá, donde asistiría a otra cumbre de mandatarios, Ricardo Lagos se enteró de que el que sí jugaba golf era el presidente de Singapur Sellapan Ramanathan. El dato lo consignaba un artículo de prensa en que se anunciaba que ese país y Estados Unidos habían acordado iniciar las negociaciones para firmar un tratado de libre comercio, precisamente después de concluir una muy amistosa partida de golf.
Los testimonios dan cuenta de que Lagos montó en cólera y hasta los llamados del entonces embajador de Estados Unidos en Chile, John O'Leary, al presidente Clinton para que enmendara y anunciara el inmediato inicio de las conversaciones, no bastaron para impedir que el mandatario —a través del embajador chileno en ese país, Andrés Bianchi, y de Osvaldo Rosales, que viajó especialmente con este fin— manifestara la molestia por los hechos, abriendo la posibilidad incluso de dar por finalizados los hasta ese momento diez años de acercamientos.
Tras una seguidilla de llamadas de los embajadores de ambos países y de otros personeros del gobierno estadounidense, el Presidente Lagos optó por aceptar la propuesta de Clinton y acordaron dar a conocer la decisión un par de días después, aprovechando una visita de Lagos a Silicon Valley, como parte de una misión organizada por AmCham. Sin embargo, nuevamente todo estuvo a punto de zozobrar. Un día antes del anuncio, el equipo chileno supo que la contraparte tenía previsto negociar siguiendo el mismo modelo que aplicaron con Jordania, es decir, incluyendo exigentes requerimientos laborales y medioambientales, asociados a duras sanciones comerciales en caso de incumplimiento. Chile no estaba dispuesto a aceptar esas condiciones porque contravenían lo que el país había planteado en diversas instancias multilaterales. Así fue como una vez más ese 29 de noviembre de 2000, tras otra ronda de frenéticos llamados e intervenciones diplomáticas, la solución a este nuevo traspié llegó tan solo un par de horas antes de la actividad en la que estaba previsto que Lagos hiciera el tan esperado anuncio del inicio formal de las negociaciones para el TLC.
El 'no' de Lagos y sus consecuencias en la recta final del proceso
Los testimonios recopilados en el libro coinciden en que los diez años que Chile debió esperar para recién poder sentarse a negociar fueron solo un detalle comparado con todo lo que vino después. Y si alguien pensó que acordar los términos de intercambio —que se resolvieron en 14 rondas de negociación que comenzaron en diciembre del 2000— podría ser lo más complejo de resolver se equivocó, pues los involucrados recuerdan esa fase como la más fluida del proceso, que por el lado chileno fue conducida por el equipo de la Cancillería liderado por Osvaldo Rosales; por Andrés Bianchi desde la embajada de Chile en Estados Unidos y por Juan Gabriel Valdés, como representante del país ante la ONU. Todos ellos contaron con el apoyo del sector privado aglutinado en la U.S. Chamber of Commerce, que jugó un rol especialmente activo en la última fase del proceso, de cara a la ratificación en el Congreso estadounidense, que se produjo casi tres años después (ver recuadro).
Y pese a que los acuerdos se alcanzaron sin mayores asperezas, en ese período hubo episodios particulares, como el hecho de que a diferencia de lo que hicieron los otros países que negociaron con la potencia norteamericana, Chile encaró todo el proceso sin asesoría de compañías de lobby, pese a que se comentaba que incluso el mismísimo exsecretario de Estado Henry Kissinger habría ofrecido los servicios de su compañía para facilitar el tránsito de Chile en las negociaciones.
Otro pasaje poco conocido de las negociaciones que aborda el libro fue el ataque a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001. La ronda de ese mes estaba programada en la capital norteamericana y tras los ataques la contraparte optó por seguir adelante con el trabajo para dar una señal de normalidad a su entorno y, pese al miedo y el impacto que había en la delegación, los chilenos aceptaron.
Luego, en agosto de 2002, casi un año después de estos acontecimientos, el presidente Bush obtuvo la autorización del Congreso para negociar el intercambio comercial, lo que alentó las negociaciones bilaterales que concluyeron el 12 de diciembre de ese mismo año, cuando el texto final del TLC vio la luz. Ahí comenzó la fase más intensa del proceso, pues los representantes del gobierno chileno y el sector privado de ambos países debían asegurarse los votos suficientes en el Congreso, que en enero de 2003 fue informado por Bush de su intención de suscribir el TLC con Chile. Esto activó frenéticas gestiones que culminaron el 31 de julio de 2003, cuando se produjo la votación que resultó favorable por mayoría a la asociación de la potencia norteamericana con la pequeña economía del sur.
Ya en la recta final, ad portas de la firma del tratado, se produjo la que sin dudas fue la situación más compleja de todos esos años: Chile negó su apoyo a la intención estadounidense de formar una coalición de países para atacar a Irak, en el marco de la guerra al terrorismo que la potencia declaró tras el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York.
Dado que en sus cálculos Estados Unidos contaba tanto con el voto de Chile como el de México para conseguir la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, la negativa chilena causó molestia. De hecho, se reseña en el libro de AmCham que el episodio provocó un cambio en el tono de la relación entre los mandatarios, ya que cuando el 12 de marzo de 2003 el Presidente George W. Bush (hijo) llamó al Presidente Lagos para obtener su respuesta oficial sobre el voto, la conversación comenzó con los dos llamándose por sus nombres de pila, pero luego que Lagos le hizo ver a su par que Chile al ser un país pequeño, debía acogerse y hacer respetar las normas del ordenamiento multilateral, la conversación concluyó con un seco 'Bueno, Mr. President, le agradezco su franqueza', de parte de Bush. La relación entre los mandatarios se recompuso un tiempo después y también en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU, cuando Chile apoyó la misión de paz para estabilizar Haití, voto que el Presidente Bush le agradeció personalmente a Lagos.
Muchos esperaron una represalia por parte de Estados Unidos en el TLC y algo de eso hubo, ya que junto con dilatar el envío del proyecto al Parlamento, en abril de 2003, el entonces representante comercial de Estados Unidos, Robert Zoellick, hizo pública la decepción de su gobierno y del Congreso por la falta de apoyo chileno. Posteriormente, las autoridades de Estados Unidos reconocieron esa demora —pues la firma se esperaba inicialmente para mayo de 2003 y ocurrió un mes después, antes de la votación en el Congreso— como un castigo 'simbólico', que incluyó que la firma del acuerdo se realizara en Miami, sin la presencia de los mandatarios, a diferencia de lo que había pasado semanas antes con el acuerdo comercial con Singapur, cuya rúbrica se realizó en una ceremonia en la Casa Blanca y con la presencia de los jefes de Estado.
Más allá de todos los traspiés y con la perspectiva del tiempo, hay consenso que aunque sin ser perfecto, el TLC ha tenido resultados favorables: Estados Unidos es el mayor inversionista extranjero en Chile y en los últimos 15 años nuestros envíos a ese mercado, en promedio, han crecido 6,9% al año, pasando en el caso de las exportaciones no cobre de US$ 3.411 millones en 2003 a US$ 7.461 millones en 2018. Por contrapartida, el 7% de la inversión chilena en el exterior entre 2003 y 2017 —que alcanzó a US$ 8.164 millones— se dirigió a Estados Unidos.
- Los nuevos desafíos: intercambio de recursos humanos, tecnología, educación y ciencia, y más inversiones chilenas en Estados Unidos
En general, hay consenso en que el saldo de los 15 años de vigencia del TLC entre Chile y Estados Unidos es favorable. La visión de Kathleen Barclay, past president y consejera de la Cámara Chilena Norteamericana de Comercio (AmCham), es que más allá de las cifras, que evidencian un alza en el intercambio comercial y el flujo de inversión entre ambos países, a medida que la relación bilateral se ha estrechado, el convenio ha permitido abarcar nuevos ámbitos de la colaboración, como ciencia, tecnología o educación.
'Nada es perfecto, pero creo que este tratado ha sido capaz de sobrevivir y hacerlo bien, generar valor constante y creciente en el tiempo, pasando de una primera etapa focalizada en el comercio a otras opciones o materias, como lo científico, lo tecnológico y la educación. El tratado también ha funcionado para que las empresas chilenas pudieran pensar en inversiones en Estados Unidos, con ejemplos como Bci, Arauco y varias otras, que entraron a otra fase de desarrollo, porque el mercado chileno les fue quedando pequeño. Ahora, en los últimos tres o cuatro años, el tratado también ha sido capaz de transicionar para abrir las puertas de Estados Unidos a muchos emprendimientos, con casos notables como el de NotCo y otros', dice Barclay, y agrega que precisamente, es en estos ámbitos en los que el TLC podría aprovecharse aún más.
La actual presidenta de AmCham, Sandra Guazzotti, coincide y asegura que las dos grandes lecciones que el TLC deja tras 15 años desde su implementación son que su alcance va mucho más allá de lo comercial, 'porque impacta positivamente en la vida de las personas' y que a partir de la historia de su negociación pone de manifiesto 'la importancia del diálogo y de buscar puntos de encuentro, así como fijar un norte claro que tenga como objetivo el bien común', dice.
El exministro de Hacienda y excanciller, Alejandro Foxley, quien fue el impulsor inicial de las tratativas con Estados Unidos y que se mantuvo involucrado en el proceso durante los más de diez años que su materialización requirió, asegura que el siguiente paso para Chile debe ser el TPP11, pero ojalá con Estados Unidos nuevamente como parte de la fórmula, es decir, un TPP12, 'porque es el pacto que va a generar más dinámica en la economía de nuestros países', apunta.
Foxley agrega que también se requiere avanzar en el intercambio de recursos humanos de calidad que acompañen estos acuerdos comerciales, 'pactos con universidades en los países del Asia Pacífico, acuerdos entre las empresas para invertir en conjunto en otro país del área. O sea, una integración productiva y una integración en sus recursos humanos. Creo que ese es el país del futuro, del siglo XXI, no solo para Chile, sino para todos los que nos hemos jugado en la globalización como un mecanismo adecuado para crecer', plantea.
Por su parte, el ministro de Relaciones Exteriores, Andrés Allamand —quien este martes participará junto al expresidente Ricardo Lagos en el lanzamiento en forma remota del libro que AmCham editó— puntualiza que este convenio comercial le abrió a Chile las puertas de la primera economía del mundo en materia de inversiones y comercio, y reafirmó la afinidad que existe entre Chile y Estados Unidos. 'Compartimos valores como la democracia, el respeto de los derechos humanos, la libertad de comercio y la cooperación internacional', puntualiza.
- La movida agenda público-privada para lograr la aprobación
Las negociaciones para concretar el acuerdo comercial con el gigante norteamericano se iniciaron formalmente el 29 de noviembre del año 2000. Desde esa fecha se concretaron 14 rondas de negociaciones oficiales en las que se definieron los términos del intercambio comercial, lo que dio paso a la fase clave de este proceso: la aprobación en el Congreso estadounidense.
Aunque más breve que la anterior, esta etapa preparatoria fue mucho más intensa y las cifras lo demuestran. Por ejemplo, entre 2002 y 2003 el equipo de la embajada chilena participó en 66 seminarios y eventos; también visitó 23 ciudades en 13 estados de esa nación. La mayoría de estas actividades fueron encabezadas por el embajador Andrés Bianchi, que además entre enero de 2002 y julio de 2003, sostuvo otras 181 reuniones con parlamentarios.
El trabajo diplomático incluyó 120 reuniones con 150 asesores parlamentarios entre marzo y julio de 2003, y 62 de ellos participaron en visitas organizadas para conocer las bondades de Chile.
En el libro se da cuenta que las gestiones del embajador Bianchi fueron tan bien valoradas que en 2005 la organización Los Angeles World Affairs Council lo eligió como el mejor diplomático del año.
En paralelo, el sector privado también jugó un papel activo para difundir los beneficios de la integración comercial con Chile e impulsar la aprobación del TLC. Sin embargo, a fines de enero de 2003, cuando la votación en el Congreso estaba a la vista, Amcham y su matriz, la U.S. Chamber of Commerce, redoblaron sus esfuerzos con la creación de la Coalición de Libre Comercio EE.UU.-Chile, un grupo conformado por 12 gremios y 400 empresas que se verían más beneficiadas por un TLC, entre las cuales figuraban gigantes como 3M, American Express, General Electric, IBM, Intel, NCR, Procter & Gamble, Walmart y Xerox.
La coalición concretó 200 reuniones cara a cara con miembros de la Cámara de Representantes, una docena de audiencias con senadores y más de 300 encuentros con asesores parlamentarios y juntas informativas con asesores y comités del Senado y la Cámara de Representantes
Fuente:
El Mercurio
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