Columna de opinión del embajador de Chile en Estados Unidos, Juan Gabriel Valdés S.
Chile y los EE.UU. mantienen hoy una relación de primer nivel en todos los planos. Ambos gobiernos coordinan estrategias de cooperación política, económica y estratégica, mientras actores sociales de los dos países adoptan iniciativas comunes en el emprendimiento, el comercio, el conocimiento y la ciencia. El importante intercambio de visitas de alto nivel iniciado con el de la Presidenta de la República a Washington, en julio, indica un seguimiento permanente de las relaciones bilaterales, pero también un examen común de los temas regionales y globales. En mi conocimiento de esta relación, nunca vi tal grado de interés de Washington por conocer los puntos de vista de Chile en materias internacionales. De la misma manera que no se registra en el pasado una presencia tan numerosa de universitarios chilenos en los Estados Unidos o un número tan abundante de acuerdos entre instituciones de educación de los dos países.
Hay aquí una evolución de una relación de Estado que en el curso de veinte años de trabajo ha llegado a su madurez y en la que ambos actores vislumbran intereses y oportunidades tanto inmediatas como estratégicas.
Estados Unidos necesita en América del Sur la amistad de un socio que es democrático, estable y dotado de una economía abierta, en la que inversionistas norteamericanos incrementan permanentemente su participación. La confianza mutua se ha construido a partir de visiones compartidas, pero también del respeto en los desacuerdos. Washington conoce y acepta nuestra visión de América Latina de la misma manera que Chile lo hace con la suya: con la convicción de que siempre apuntaremos más a los acuerdos que a las diferencias. Esto no es poco; la previsibilidad en las relaciones internacionales es un bien escaso. A ello se debe probablemente que nuestras reformas, que tanta inquietud causan en algunos sectores del país, sean observadas por nuestros interlocutores económicos en los Estados Unidos con bastante más tranquilidad. En mis frecuentes encuentros con las principales organizaciones empresariales del país debo a menudo responder consultas sobre tal o cual aspecto de nuestras leyes, pero recibo sobre todo manifestaciones de confianza y optimismo sobre la invariable calidad de nuestro esfuerzo nacional por alcanzar más altos niveles de desarrollo.
Para Chile el presente de la relación se llama energía y educación. La visita del ministro Pacheco a Texas y Arkansas, en julio pasado, generó iniciativas que se han traducido en proyectos de inversión y la acción de centros científicos que, enmarcados por el plan Chile California o Chile Massachusetts, proponen para Chile proyectos de ahorro energético o de uso de energías limpias y renovables, como la mareomotriz o la biomasa. En esta línea, la contribución de Amcham en la convocatoria a una reflexión de las empresas ha sido invaluable. Por otra parte, el programa de Centros de Excelencia de Corfo ha logrado la instalación de un centro de investigación y transferencia tecnológica en las áreas agrícola y alimentaria de la Universidad de California Davis. Perspectivas similares se abren para un centro de investigación de Virginia Tech asociado con la Universidad Austral de Chile.
Si algo caracteriza el extraordinario desarrollo científico de los Estados Unidos, es la capacidad de producir el triángulo virtuoso de cooperación entre los centros de conocimiento, las empresas y las autoridades, especialmente las locales y las regionales. Introducir progresivamente esa lógica en Chile requiere de una exposición de nuestras autoridades locales y los actores universitarios y empresariales a las formas de trabajo de los estados norteamericanos. Esa es una oportunidad central en un impulso estratégico a la relación entre ambos países.
En la mirada de largo plazo, vemos confirmarse lo que hace 50 años dijera un estratega norteamericano de América del Sur: ella es para Estados Unidos más "un territorio extranjero que un vecino continental". Por eso el interés de los Estados Unidos por Chile no está principalmente en nuestro rol sudamericano, sino en nuestra presencia en el Pacífico. La prioridad que los Estados Unidos han dado al Pacífico en su plan de Estrategia Nacional de 2012 otorga a un país con un escenario oceánico de miles de kilómetros un rol no menor en una cooperación estratégica que cubre seguridad, comercio, medio ambiente y conservación.
De ahí surge el entusiasmo con que la Alianza del Pacífico ha sido recibida en los Estados Unidos, y esta es la perspectiva en la que se inserta el TPP. La asociación en un tratado comercial de 12 países en la que el principal interlocutor -que es China- no está aún en la mesa es el impulso inicial de una nueva configuración del sistema internacional. Para Chile es una negociación en la que toda concesión sin contrapartida es imprudente, pero en la que concentrarse en el detalle sin observar la perspectiva global puede serlo más.
Publicado en Diario El Mercurio, 13 de noviembre de 2014.
Columna de opinión del embajador de Chile en Estados Unidos, Juan Gabriel Valdés S.
Chile y los EE.UU. mantienen hoy una relación de primer nivel en todos los planos. Ambos gobiernos coordinan estrategias de cooperación política, económica y estratégica, mientras actores sociales de los dos países adoptan iniciativas comunes en el emprendimiento, el comercio, el conocimiento y la ciencia. El importante intercambio de visitas de alto nivel iniciado con el de la Presidenta de la República a Washington, en julio, indica un seguimiento permanente de las relaciones bilaterales, pero también un examen común de los temas regionales y globales. En mi conocimiento de esta relación, nunca vi tal grado de interés de Washington por conocer los puntos de vista de Chile en materias internacionales. De la misma manera que no se registra en el pasado una presencia tan numerosa de universitarios chilenos en los Estados Unidos o un número tan abundante de acuerdos entre instituciones de educación de los dos países.
Hay aquí una evolución de una relación de Estado que en el curso de veinte años de trabajo ha llegado a su madurez y en la que ambos actores vislumbran intereses y oportunidades tanto inmediatas como estratégicas.
Estados Unidos necesita en América del Sur la amistad de un socio que es democrático, estable y dotado de una economía abierta, en la que inversionistas norteamericanos incrementan permanentemente su participación. La confianza mutua se ha construido a partir de visiones compartidas, pero también del respeto en los desacuerdos. Washington conoce y acepta nuestra visión de América Latina de la misma manera que Chile lo hace con la suya: con la convicción de que siempre apuntaremos más a los acuerdos que a las diferencias. Esto no es poco; la previsibilidad en las relaciones internacionales es un bien escaso. A ello se debe probablemente que nuestras reformas, que tanta inquietud causan en algunos sectores del país, sean observadas por nuestros interlocutores económicos en los Estados Unidos con bastante más tranquilidad. En mis frecuentes encuentros con las principales organizaciones empresariales del país debo a menudo responder consultas sobre tal o cual aspecto de nuestras leyes, pero recibo sobre todo manifestaciones de confianza y optimismo sobre la invariable calidad de nuestro esfuerzo nacional por alcanzar más altos niveles de desarrollo.
Para Chile el presente de la relación se llama energía y educación. La visita del ministro Pacheco a Texas y Arkansas, en julio pasado, generó iniciativas que se han traducido en proyectos de inversión y la acción de centros científicos que, enmarcados por el plan Chile California o Chile Massachusetts, proponen para Chile proyectos de ahorro energético o de uso de energías limpias y renovables, como la mareomotriz o la biomasa. En esta línea, la contribución de Amcham en la convocatoria a una reflexión de las empresas ha sido invaluable. Por otra parte, el programa de Centros de Excelencia de Corfo ha logrado la instalación de un centro de investigación y transferencia tecnológica en las áreas agrícola y alimentaria de la Universidad de California Davis. Perspectivas similares se abren para un centro de investigación de Virginia Tech asociado con la Universidad Austral de Chile.
Si algo caracteriza el extraordinario desarrollo científico de los Estados Unidos, es la capacidad de producir el triángulo virtuoso de cooperación entre los centros de conocimiento, las empresas y las autoridades, especialmente las locales y las regionales. Introducir progresivamente esa lógica en Chile requiere de una exposición de nuestras autoridades locales y los actores universitarios y empresariales a las formas de trabajo de los estados norteamericanos. Esa es una oportunidad central en un impulso estratégico a la relación entre ambos países.
En la mirada de largo plazo, vemos confirmarse lo que hace 50 años dijera un estratega norteamericano de América del Sur: ella es para Estados Unidos más "un territorio extranjero que un vecino continental". Por eso el interés de los Estados Unidos por Chile no está principalmente en nuestro rol sudamericano, sino en nuestra presencia en el Pacífico. La prioridad que los Estados Unidos han dado al Pacífico en su plan de Estrategia Nacional de 2012 otorga a un país con un escenario oceánico de miles de kilómetros un rol no menor en una cooperación estratégica que cubre seguridad, comercio, medio ambiente y conservación.
De ahí surge el entusiasmo con que la Alianza del Pacífico ha sido recibida en los Estados Unidos, y esta es la perspectiva en la que se inserta el TPP. La asociación en un tratado comercial de 12 países en la que el principal interlocutor -que es China- no está aún en la mesa es el impulso inicial de una nueva configuración del sistema internacional. Para Chile es una negociación en la que toda concesión sin contrapartida es imprudente, pero en la que concentrarse en el detalle sin observar la perspectiva global puede serlo más.
Publicado en Diario El Mercurio, 13 de noviembre de 2014.