Es difícil imaginarlo ahora pero, hacia mediados de la década a los 90, casi todos los proyectos de obras públicas de Chile eran financiados directamente por el Estado. El sector privado sólo desempeñaba un rol menor y las concesiones eran una novedad. En 1996, por ejemplo, el Estado representaba cerca del 86% de la inversión en infraestructura pública.
Todo eso cambió en los años siguientes a medida que Chile, bendecido con una economía en auge, inyectó dinero en una serie de importantes proyectos de infraestructura tales como la modernización de la Ruta 5, la carretera que recorre el país de extremo a extremo. Las concesiones privadas se vieron impulsadas y, en el 2004, la inversión estatal había caído a apenas un 38%.
Se habría esperado que esa tendencia continuara y que el Estado se retirara gradualmente del sector de obras públicas. Pero, en lugar se eso, se ha dado un curioso retroceso. Para el 2006, el financiamiento directo del Estado en proyectos de infraestructura había vuelto a subir a un 61%, según COPSA, la asociación chilena de empresas de concesiones de obras públicas.
Al mismo tiempo, el proceso de adjudicación de concesiones ha estado lleno de una creciente cantidad de demoras. Según el centro de estudios Libertad y Desarrollo, sólo un cuarto de los proyectos públicos licitados entre el 2000 y el 2005 se adjudicaron a tiempo. Otro 30% se retrasó en al menos un año y el 45% restante aún no se había adjudicado hasta comienzos del 2008.
De modo que, ¿qué salió mal con el sistema de concesiones y por qué aparentemente se está quedando sin fuerzas? ¿Puede revitalizarse y qué rol desempeñará el sector privado en los principales proyectos de infraestructura que vienen?
Una cosa es clara: Chile tendrá que invertir de manera importante en sus puertos, aeropuertos y caminos durante la próxima década.
A medida que aumente el intercambio comercial con el resto del mundo, puertos como Valparaíso y San Antonio simplemente no podrán hacer frente al previsto incremento de la carga. Asimismo, el aeropuerto de Santiago será llevado a un punto de inflexión.
Las cifras son alarmantes: según el Ministerio de Obras Públicas (MOP), se prevé que la carga que pasa por los puertos chilenos se duplique para el 2020 a 200 millones de toneladas. En los 90, esa cifra era de sólo 30 millones.
De igual modo, se estima que la cantidad de pasajeros que vuela desde, hacia y dentro de Chile casi se triplicará a 36 millones en el 2020. Y de ellos, casi dos tercios pasarán por el aeropuerto de la capital.
A medida que Chile trata de posicionarse como un puerto para el intercambio comercial con Asia, las conexiones de transporte a través de la cordillera de los Andes también tendrán que mejorarse.
“Enfrentamos enormes desafíos”, dijo en un reciente seminario el ministro de Obras Públicas, Sergio Bitar. “Durante los próximos 10 años, tendremos que invertir más del doble de lo que hemos invertido en los últimos 10 años”.
Renovando la Estructura Tradicional
En gran medida, la historia de la última década tuvo relación con mejorar la productividad a través de una modificación en la forma en que las instalaciones como puertos y aeropuertos se administraban, mediante la reducción de costos y el ajuste de los tiempos.
Pero esa política puede llevarte sólo hasta un punto y en algún punto tienes que comenzar el proceso laborioso y mucho más costoso de renovar la estructura actual. Según Bitar, ese tiempo ha llegado.
“La etapa que acabamos de atravesar tuvo que ver con usar la infraestructura existente con una mejor gestión”, dijo en el seminario. “Pero ahora, necesitamos nuevos rompeolas, nuevos muelles y eso requiere una inversión de un tipo totalmente distinto”.
Los próximos años serán clave para los puertos de Chile, en particular los de San Antonio y Valparaíso.
En San Antonio, el plan es construir un gran nuevo terminal, con 40 hectáreas de envergadura y un puerto de más de 1,3 km. El proyecto debe licitarse en septiembre y la idea es adjudicar un contrato a un único operador a mediados del 2009. El costo estimado de la construcción es de US$ 240 millones y su fecha de término estimada es a fines del 2012.
“Estimamos que con las instalaciones con las que contamos en este momento, sólo podemos lidiar hasta el 2012”, señala Patricio Arrau, presidente de la autoridad portuaria San Antonio. “Es por eso que necesitamos iniciar este proceso ahora a fin de tener el nuevo puerto listo en cuatro años”.
Yendo más al norte por la costa, en Valparaíso, la necesidad de una ampliación es igual de apremiante.
La autoridad portuaria ahí planea un nuevo terminal que incremente la capacidad de carga en un 70%. El proyecto se licitará el próximo mes y el contrato se adjudicará en mayo. El costo de la construcción se estima en US$ 300 millones y la fecha de término es enero del 2012.
Ambas concesiones han llamado la atención del sector privado y no sólo al interior de Chile. Algunos de los operadores portuarios más importantes del mundo -incluidos Hutchison Port Holdings de Hong Kong, Dubai Ports World, la holandesa APM Terminals y la singapurense PSA Singapore Terminals- han manifestado interés en el proyecto. Más cerca de casa, se ha informado que el chileno Grupo Matte, que controla el puerto de Lirquén cerca de Concepción, también está evaluando presentar una oferta.
“Como resultado de estas licitaciones, esperamos incrementar la cantidad de terminales operados mediante concesiones privadas en estos dos puertos de dos a cuatro”, dice Mónica Singer, director ejecutiva del Sistema de Empresas SEP, la agencia gubernamental responsable de supervisar a las empresas estatales. “Esto generará más competencia y ayudará a que el sector exportador de Chile se desarrolle”.
Si bien estos son lejos los mayores proyectos por venir en puertos chilenos, no son los únicos. Muy pronto se licitará una concesión en Coquimbo y en Iquique está prevista una expansión.
En el sur, los puertos de Chile también necesitarán ampliarse, en parte para prestar servicios al creciente intercambio comercial, pero también para atender al turismo. Los cruceros que surcan las aguas de la Patagonia y la Antártica aumentan de tamaño año a año, y necesitarán puertos más profundos y amplios.
En total, el MOP estima que Chile tendrá que invertir entre US$ 600 y US$ 1.000 millones en sus puertos entre ahora y fines de la próxima década. Por tanto, debiera haber mucho espacio para las concesiones.
El acceso vial a los puertos es otro tema clave: después de todo, no sirve de nada tener un nuevo terminal resplandeciente en San Antonio o Valparaíso si no puedes hacer que la fruta, el cobre y la celulosa de madera salgan del interior del país.
Cerca de US$ 100 millones se están gastando en mejorar los caminos de acceso del sur a Valparaíso y otros US$ 35 millones en mejoras similares cerca de San Antonio. Los caminos cerca de Concepción también se están modernizando.
El Gobierno planea una importante licitación para la denominada Ruta de la Fruta, el camino que conecta al corazón agrícola de Chile con los puertos cercanos. La licitación se anunciará a fines de este año.
En el caso de los aeropuertos, la preocupación más apremiante está en la capital, donde el aumento del tráfico de pasajeros previsto se subestimó de manera lamentable. Aún cuando se terminen los actuales planes de expansión, es posible que los trabajos tengan que reanudarse para seguir el ritmo de las crecientes cifras. “Estoy en favor de construir un terminal completamente nuevo en lugar de expandir constantemente el actual”, señala Herman Chadwick, presidente de COPSA.
Sobre otras partes del país, Bitar calificó al aeropuerto de Calama como “bastante saturado” y prometió pronto una nueva licitación para una segunda pista. También hay planes para mejorar los aeropuertos de Iquique, Puerto Montt, Temuco y Punta Arenas.
La Dura Realidad
Hasta ahora, todo bien, en todos estos proyectos habrá un importante rol para las concesionarias y al menos cierto potencial de ganancias.
Pero la dura realidad es que Chile también tendrá que embarcarse en una serie de proyectos que, si bien tienen un indudable valor social y mejorarán las vidas de muchos chilenos son complejos, extremadamente costosos y no necesariamente atractivos para el inversionista privado.
De hecho, parece que este proceso ya se ha iniciado, lo que explica por qué la cantidad de concesiones en oferta al sector privado ha disminuido en los últimos años.
Uno de estos proyectos es la largamente esperada ampliación del camino que cruza la región de Aysén, en el sur de Chile. La geografía de la región (sin mencionar la presencia del ambientalista estadounidense Douglas Tompkins y su parque de conservación) implica que éste será un desafío formidable -Bitar describe al terreno como un “infierno”- y, debido a que la región está escasamente poblada, necesariamente tendrá que ser financiada por el Estado.
Otros ejemplos incluyen planes para mejorar las rutas a través de los Andes hasta Argentina. El costo será alto y los incentivos para el sector privado bajos, lo que hace muy posible que el Estado tenga que financiar gran parte, si no la totalidad, de estos proyectos.
El MOP también anunció recientemente que está estudiando de manera tentativa planes para construir un túnel ferroviario a través de los Andes, cerca del paso carretero Los Libertadores. Esto mejoraría las conexiones comerciales con Argentina pero, sin duda, sería un emprendimiento monumental.
El túnel se perforaría a una baja altitud para garantizar que no quede bloqueado por la nieve durante el invierno. Eso significa que tendría que ser largo, 23 Km. es la estimación actual. El MOP reconoce que cada kilómetro costaría US$ 100 millones, lo que lo convertiría en uno de los proyectos más costosos de la historia de Chile.
Un Puente Tormentoso sobre Aguas Turbulentas
Para algunos, estos proyectos no sólo son costosos, son excesivamente costosos, cualquiera sean los beneficios sociales y comerciales que pueden traer.
“Mire el plano para construir el puente sobre el canal de Chacao destinado a conectar a Chiloé con el continente”, señala Rodrigo Delaveau de Libertad y Desarrollo. “¡No tiene ningún sentido! Es económicamente inviable, ni siquiera es socialmente viable y demoraría años en pagarse”.
Libertad y Desarrollo estimó que para que el puente se financie, los vehículos motorizados tendrían que pagar U$55 cada vez que lo usen, casi cuatro veces el costo del actual cruce por mar. O eso, o la cantidad de vehículos que viajan entre la isla y el continente tendría que incrementarse drásticamente, lo que parece improbable.
Por ahora, el Gobierno puso el plan en pausa, optando en cambio por invertir US$ 500 millones en el Plan Chiloé, una serie de medidas para mejorar la infraestructura de la isla, incluida la modernización del cruce marítimo. No será tan atractivo como un puente de 2,6 kilómetros (y podría no ganar tantos votos en las elecciones locales), pero el Plan Chiloé probablemente tiene más sentido y ofrecerá cierto espacio a las empresas de concesión para operar a través del Canal de Chacao y para renovar los atracaderos.
Las prisiones y los hospitales son las otras áreas en las que el Gobierno ofrecerá concesiones durante la próxima etapa de desarrollo y en este ámbito el récord del Estado no es bueno.
El Gobierno del ex presidente Ricardo Lagos licitó las concesiones para la construcción de 10 nuevas prisiones que se completarían en marzo del 2006, pero más de dos años después de ese plazo, sólo seis de ellas están operativas.
La historia de la cárcel de Antofagasta es particularmente dura. El Gobierno adjudicó el contrato en el 2002 y las obras comenzaron, pero dos años más tarde y con la prisión a medio construir, el MOP y la empresa concesionaria no concordaron respecto de las condiciones del acuerdo y los trabajos se paralizaron. Se generó una larga disputa legal, que terminó con el MOP cancelando el contrato y financiando el mismo el resto de las obras.
Toda la experiencia parece haber dejado un gusto amargo tanto para el Gobierno como para las empresas concesionarias.
El plan del Gobierno para las concesiones de hospitales también ha sido problemático, principalmente debido a la oposición política de aquellos que lo ven como una venta del servicio público de salud. Sin embargo, el Gobierno recientemente llamó a presentar ofertas por los contratos de dos hospitales públicos en Santiago, en las comunas de Maipú y La Florida, y podría haber más en los próximos años.
Uno de los problemas con la construcción y operación de prisiones y hospitales es que inevitablemente implica a los ministerios de Justicia y Salud además de al MOP. Y con más de un ministerio involucrado, la posibilidad de malentendidos, duplicaciones y desacuerdos aumenta.
“La falta de coordinación entre ministerios es bastante increíble”, comenta Delaveau, que cita casos en los que el MOP ha diseñado planes para una nueva prisión sólo para que el Ministerio de Justicia los rediseñe según sus propios criterios, algunas veces después de que la construcción se ha iniciado. “Es sólo una receta para desperdiciar dinero”.
Delaveau, quien es abogado, señala que Chile necesita de manera desesperada una nueva legislación para mejorar la manera en que adjudican y fiscalizan las concesiones. Delaveau, junto con muchos otros, ayudó a desarrollar un proyecto de ley que está actualmente en el Congreso.
“Esto es realmente clave para la Etapa II del programa de obras públicas del Gobierno”, afirma. “Desafortunadamente ha estado detenido por meses y, a menos que el ministro Bitar le dé un empujoncito, no va a avanzar”.
Bitar admite que el proyecto de ley es vital y que no hay razón por la que no debiera aprobarse pronto, en particular dado que goza del soporte transversal de los partidos. El proyecto propone un nuevo mecanismo para resolver disputas. Obligaría al Estado a cancelar un contrato de concesión y volver a licitarlo si los costos del proyecto exceden sobre cierto punto.
El proyecto de ley también busca definir más claramente que constituye fuerza mayor en el ámbito de los contratos de obras públicas.
Además, el MOP se ha comprometido a crear un nuevo ente fiscalizador que supervise los proyectos de obras públicas -medida diseñada para reducir la ineficiencia y la corrupción- y está recibiendo asesoría del Banco Mundial sobre cómo modernizar su propia estructura interna, que ha sido fuertemente criticada.
Estas propuestas, una vez implementadas, podrían ayudar a dar nueva vida al actualmente subyugado programa de concesiones de Chile a medida que el país se embarca en su próxima fase de desarrollo de infraestructura.
“Ya pagamos el costo por los errores cometidos durante la primera generación de concesiones, en especial errores en la forma en cómo los contratos fueron diseñados”, sostiene Delaveau. “El Gobierno no tiene excusa para no hacer las cosas bien durante la segunda generación”.
Gideon Long trabaja como periodista freelance en Santiago y es corresponsal de la BBC.