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Se espera que este año la industria mundial de ingredientes funcionales y aditivos especializados alcance los US$ 80 mil millones. Chile tiene una buena oportunidad para producir los alimentos que sirven de base para su extracción, pero hay tareas para que el país les agregue valor y sea un actor relevante en un mercado donde Estados Unidos es el principal destino de los envíos locales.
Por Claudia Marín
Luego de superar la crisis en la que quedó sumido tras la Segunda Guerra Mundial, en los años ’70, Japón logró convertirse en un país desarrollado y, con ello, aumentó la expectativa de vida y el envejecimiento. El gobierno decidió entonces encontrar, junto con la academia y la industria, alimentos cuyo consumo fuese beneficioso para la salud de la población. Así surgió la denominación Foshu (abreviación del inglés Food for Specified Health Uses), categoría que requiere una estricta selección y comprobación científica de sus efectos.
A través de un sello distintivo, los Foshu son ya más de 1.600 y han convertido a Japón en uno de los países más avanzados en el desarrollo de alimentos funcionales, en un mercado que en la actualidad “supera los US$ 30 mil millones en ingredientes funcionales y aditivos especializados”, explica Elena Puentes, coordinadora de Polos Territoriales de la Fundación para la Innovación Agraria (FIA). Se estima que su crecimiento a 2018 alcance los US$ 80.000 millones.
Chile ha dado interesantes pasos para participar también de esa creciente área, aprovechando sus ventajas como productor de alimentos y que incluyen, según Puentes, una gran cantidad y variedad de recursos naturales de calidad, además de profesionales y técnicos capacitados, empresas con una valiosa experiencia de producción y exportación, desarrollo logístico y de transporte con un alto estándar para responder a los requerimientos de exportación.
Esto, junto a “un espíritu de emprendimiento e innovación que han convertido al país en un destacado proveedor mundial de alimentos”, agrega.
Sin embargo, el relativo estancamiento en los volúmenes de exportación ha despertado el interés del país por agregar valor a esos envíos y diversificar de paso la oferta exportable de alimentos, con productos innovadores.
El espacio para crecer es amplio, dice la gerente del Programa Transforma Alimentos de Corfo, Graciela Urrutia, quien a modo de ejemplo comenta que la empresa Gelymar “estima que contamos con más de 400 especies de algas y que de los 16 tipos que se cosechan actualmente, sólo cinco se destinan a alimentación humana”.
Oportunidades
Durante 2017, Chile registró un total de US$ 348 millones en exportaciones de ingredientes saludables y aditivos especializados seleccionados, donde las algas y sus derivados concentraron el 65%. Sin embargo, la participación de Chile no supera el 1,9% del comercio global, señala Urrutia, a partir de datos de UNComtrade.
Los datos de ProChile indican, en tanto, que en 2017 los envíos de ingredientes funcionales totalizaron US$ 180 millones y los principales productos fueron la Carragenina (aditivo usado en alimentos procesados), el Agar-Agar (sustancia que se utiliza principalmente para repostería) y el extracto de té, con Estados Unidos, Japón y Dinamarca como los principales destinos.
En Estados Unidos, por ejemplo, de acuerdo a un estudio de ProChile, los consumidores están dispuestos a probar nuevos sabores y experiencias, cuidando su salud y la de su familia y prefiriendo funcionales que tengan un concepto atractivo y las certificaciones correspondientes. Y aunque estos productos tienen un precio más alto, para quienes los prefieren el costo es un factor secundario en la decisión de compra. Frente a un panorama de ese tipo, productos a partir de algas, frutas, hortalizas y granos, entre otros, son los que tienen las mayores oportunidades, especialmente porque a nivel global se está viviendo una “verdadera revolución” de los alimentos basados en plantas, donde los ingredientes naturales ofrecen opciones más saludables, éticas y con múltiples aplicaciones en diversas categorías de productos por su aporte de proteínas, fibras, texturas y sabor, entre otras, “que generan un masivo atractivo en veganos, vegetarianos y consumidores conscientes de la salud”, agrega Urrutia.
Para apuntar en esa dirección, el país está trabajando con fuerza. Se lanzó el Programa Transforma impulsado por Corfo, para potenciar la competitividad en el sector, sofisticando la producción a través de la articulación y coordinación de esfuerzos públicos y privados guiados por una agenda estratégica que busca duplicar las exportaciones de alimentos en 2030.
A partir de eso, las iniciativas incluyen la creación de un consorcio de I+D en ingredientes funcionales y aditivos alimentarios (IFAN), un Centro de Innovación en Alimentos (CeTA) para ayudar a los emprendedores a escalar sus desarrollos innovadores, y Polos Territoriales de Innovación, al alero de FIA, para potenciar a los territorios que producen materias primas agropecuarias de alto potencial.
A nivel internacional, el país está comenzando a trabajar, a través de ProChile, en una estrategia de posicionamiento. “Es un tema bastante nuevo, a pesar de que muchos de estos productos son exportados y, además, son endémicos de nuestro país”, indica la subdirectora Nacional de ProChile, Marcela Aravena.
La ejecutiva comenta que, pese a su alto desarrollo, Japón no compite con Chile ya que los alimentos funcionales que ellos producen son para consumo interno. “No exportan o lo hacen en una pequeña cantidad, pero el desarrollo que han tenido representa un ejemplo para nuestro país”, acota. Un competidor directo podría ser Brasil, agrega, país que ha desarrollado muy fuertemente el Açaí (palmera nativa del norte de Latinoamérica), considerado un alimento funcional y con el que lleva adelante campañas de promoción en el mundo. Perú, en tanto, lanzó el año pasado una campaña llamada “Superfoods Perú”, señalando a sus productos como superalimentos y detallando los beneficios de estos para la salud.
Tareas pendientes
Uno de los desafíos más importantes para el país es el tema regulatorio pues, hasta ahora, la normativa alimentaria sólo define a los alimentos saludables, pero no a los funcionales.
Tras una consulta ciudadana, se espera que este año el Reglamento Sanitario de los Alimentos sea modificado para incluir a los funcionales como “aquellos alimentos que cumplan con todas las condiciones y requisitos para declarar alguno de los mensajes saludables contemplados en las asociaciones aprobadas por el Ministerio de Salud, mediante resolución que fija las directrices nutricionales para declarar mensajes saludables o funcionales en los alimentos”.
Sin embargo, para el académico del INTA, Alfonso Valenzuela, hay un tema que va más allá: no hay una comprobación científica de los beneficios de los alimentos funcionales que certifique que, realmente, tienen efectos positivos en la salud. Hay componentes que efectivamente han demostrado que aportan beneficios muy específicos, pero nadie asegura que ese componente que está en el berry o que está en el yogurt, porque se incorporó, va a ejercer ese mismo efecto cuando se consume como alimento, sostiene Valenzuela. “Falta avanzar en demostrar que los funcionales lo son realmente. ¿Le van a hacer mal a la gente? Probablemente no. ¿Van a tener un beneficio para la salud en el tiempo? Es muy difícil demostrarlo”, dice.
Para el director ejecutivo del CeTA, Jean Paul Veas, las principales barreras o brechas identificadas para el cumplimiento de estos objetivos dicen relación con infraestructura y equipamiento de pilotaje y servicios especializados en I+D+i (Investigación, Desarrollo e Innovación), junto con escalamiento comercial, capital humano, articulación ciencia-empresa, estándares y regulaciones “que incentiven la innovación, desarrollo agronómico y tecnológico en la producción primaria y el acceso a mercados”. En la misma línea, el director del Centro Regional de Estudios en Alimentos Saludables (CREAS), Alejandro Osses, cree que una de las tareas que el país enfrenta es la falta de capacidades tecnológicas de extracción de ingredientes funcionales a nivel industrial.
“A nivel de laboratorio es mucho más fácil y en la mayoría de las universidades se pueden generar extracciones, pero esto debe ser a nivel industrial”, recalca. Este tema tiene a Chile exportando maqui a Alemania, por ejemplo, donde se extraen sus elementos antioxidantes y se convierten en alimentos funcionales. El país podría, a juicio de Osses, procesar la fruta localmente y agregarle valor.
“Naciones como Holanda o Bélgica, que son muy pequeñas, compran materias primas de diferentes partes del mundo y venden ingredientes de primer nivel”, ejemplifica. Por eso, el gran desafío del país apunta a posicionar a Chile en el mercado mundial, pero agregando valor a los productos. La oportunidad parece estar en la innovación, para que la industria de los alimentos funcionales no repita los errores del cobre.
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