La carrera por asegurar el cobre que alimentará la transformación energética ya comenzó, y Estados Unidos quiere ser protagonista. El país que lidera en innovación tecnológica y capacidad industrial intenta ahora recuperar terreno en un ámbito donde, durante décadas, se volvió dependiente: la minería. Sin embargo, su propio marco regulatorio, los altos costos de desarrollo y la falta de capacidad para procesar concentrados le recuerdan que el camino hacia la autosuficiencia no será corto.
En un conversatorio organizado por la Cámara Chilena Norteamericana de Comercio, AmCham Chile, el director ejecutivo del Centro de Estudios del Cobre y la Minería (CESCO), Jorge Cantallopts, analizó el escenario minero norteamericano ante la comunidad empresarial de la Cámara, entregando un diagnóstico tan preciso como estratégico: Estados Unidos no podrá sostener por sí solo la demanda de cobre que exige su transición energética, y en ese panorama, Chile emerge como un socio indispensable.
“El problema no está solo en extraer, sino en procesar”, explicó Cantallopts. “La capacidad de fundición doméstica es insuficiente y, lo que es más relevante, no hay proyectos nuevos en carpeta. Aun cuando el país logre desarrollar sus minas, no tendría cómo transformar ese mineral en cobre refinado sin recurrir a socios externos.”
Chile, el socio que Estados Unidos necesita
Estados Unidos ha sido importador neto de cobre desde la década de 1920, y aunque busca fortalecer su producción interna, enfrenta una combinación de factores que ralentizan su expansión: procesos regulatorios extensos, falta de infraestructura y litigios que pueden demorar proyectos por años.
Cantallopts fue claro en su exposición: incluso con un aumento proyectado del 40% en su capacidad minera hacia 2040, el país seguirá dependiendo de las importaciones. De hecho, más de la mitad de su futura producción provendrá de concentrados que requieren procesamiento adicional. Chile, en cambio, no solo es el mayor productor mundial de cobre, sino que posee una cadena de valor madura, proveedores altamente especializados y un ecosistema industrial consolidado.
“Estados Unidos necesita más cobre del que su sistema puede producir en los próximos 15 años”, advirtió el director de CESCO. “Y ese desequilibrio crea un espacio natural para países como Chile, que combinan estabilidad institucional, capacidad técnica y una industria minera de clase mundial.”
La complementariedad entre ambas economías es evidente. Mientras Estados Unidos impulsa políticas para asegurar el suministro de minerales críticos y fortalecer su producción interna, Chile ofrece un flujo confiable de cobre, certificación ambiental y trazabilidad, elementos cada vez más exigidos por los consumidores y las industrias tecnológicas.
El contexto internacional refuerza la importancia de esa alianza. Las recientes medidas arancelarias de Washington —como la aplicación de tarifas más altas a productos derivados del cobre— buscan proteger la industria doméstica, pero también han encarecido y fragmentado el mercado.
A esto se suma la creciente exigencia de certificaciones ESG (ambientales, sociales y de gobernanza) y trazabilidad en toda la cadena de suministro, lo que ha convertido al cobre chileno en un insumo cada vez más atractivo para la industria estadounidense, especialmente para sectores como vehículos eléctricos, energías renovables y almacenamiento de energía.
“La autosuficiencia minera no será posible sin cooperación internacional”, planteó Cantallopts. “Chile puede aportar no solo materia prima, sino también conocimiento, tecnología y alianzas público-privadas que fortalezcan la seguridad de suministro del cobre.”
El déficit proyectado del mercado estadounidense y los desafíos de inversión abren una oportunidad única para profundizar la colaboración bilateral, impulsando nuevos encadenamientos productivos y fomentando proyectos conjuntos orientados a la sostenibilidad y la innovación.
Lo que alguna vez fue una relación centrada en el intercambio de materias primas hoy se redefine como una asociación estratégica de largo plazo. En la era de la descarbonización, la cooperación entre Chile y Estados Unidos no solo se basa en el comercio, sino también en el desarrollo de cadenas limpias y resilientes.
“La transición energética no se trata únicamente de energía limpia”, concluyó Cantallopts. “También se trata de cadenas de suministro limpias, seguras y sostenibles. En ese sentido, la alianza entre Chile y Estados Unidos es más necesaria que nunca.”
El mensaje final fue claro: Estados Unidos puede abrir minas, pero no podrá avanzar solo. Y esa constatación, lejos de ser una debilidad, abre un espacio de cooperación en el que Chile tiene todo para consolidarse como socio estratégico. En el nuevo mapa del cobre, nuestro país no solo provee mineral: provee confianza, continuidad y experiencia.