Cuando me senté para escribir la columna de este mes, tuve un deseo repentino de escribir algo extremadamente profundo; algo que los hiciera decir “Caramba, ¡eso es fantástico!”
Entonces recordé que sólo se me pide ser gracioso. A lo mejor ¿podría “adoptar la sátira en busca de la verdad...”? Pero, después de mucha lucha interna de carácter intelectual, terminé con esto:
Desde hace mucho tiempo he tenido un problema con el bienestar canino en Chile y me entristece la cantidad de “mascotas” detrás de rejas cuya única razón de ser es hacer crujir sus dientes e intentar morder mis piernas mientras paso caminando. Algunas veces, en mi barrio, la cacofonía de aullidos y ladridos compite con las mejores hinchadas de fútbol en malicia y compromiso.
Siempre quise levantar mi voz sobre este tema y la oportunidad se presentó sola. El problema no son los perros, ¡son los dueños!
Tuve un enfrentamiento con un grupo de perros el otro día y, de hecho, me dio mucho miedo. Estaba en el sector París-Londres del centro de Santiago un día bien entrada la tarde cuando me encontré con este grupo “paseando” entre mi auto y yo. Al principio, no me detuvo a pensar nada al respecto y seguí caminando con calma, hasta que una ráfaga de viento llevó mi olor (por lo general bastante agradable, según me han dicho) hacia los perros, lo que generó mucho más interés de lo que había considerado.
Estaba sobrepasado en número y algunos de ellos eran grandes. NO, no puedo decir cuántos eran machos y cuántas hembras, pero sí les puedo decir cuán rápido pasé de la calma al miedo y luego al pánico: ¡me tomó como cinco segundos! No estaba seguro si ellos intentaban hacer perritos conmigo, comerme o sólo incomodarme un poco. Tenía que tomar una decisión: mantener mi postura (algo valiente, pero estúpido), alejarme caminando lentamente o darme la vuelta y correr como animal.
Mantuve mi postura por un nanosegundo, congelado por la indecisión, antes de dar la vuelta y correr tan rápido como pude. ¡Algo realmente tonto! No hay nada que le guste más a una manada de perros que una persecución. Alcancé a llegar a una pequeña tienda y entré como un loco: lo que resultó bastante evidente para las demás personas en el lugar! Les expliqué el aprieto en que me encontraba sólo para que me dijeran que eso pasa todo el día, todos los días.
“Entonces, ¿por qué las autoridades no hacen algo al respecto?”, pregunté. “Porque muchos de los perros pertenecen a residentes locales y son ellos los que deberían lidiar con el problema!”
“¿Cómo así?”
“¿Le gustaría estar encerrado en un departamento de 8 de la mañana a 8 de la noche con agua sólo de la taza del inodoro para mantenerse? ¡En serio...!”
Un amable hombre salió de la tienda; me escondí detrás de él, con la cabeza afuera, pero el cuerpo bien adentro.
“Mire, ¿ve cuántos tienen collares?”
Y entonces me quedó todo muy claro. Esta pandilla era sólo un ejemplo canino de la vida humana en la calle. Los adultos se habían ido a trabajar y habían dejado a los jóvenes (o, en este caso, a los perros) vagando hasta la cena. ¡Qué miedo, pero qué cierto! Desde mi seguro punto de visión, podía ver nueve perros, la mayoría con collares y la mayoría de razas reconocibles, no quiltros. ¡Hooligans caninos!
Esperé como 15 minutos hasta que la “pandilla” se hubiera alejado y entonces me desplacé lentamente hasta las crecientes sombras de mi auto: las cuatro ruedas estaban llenas de pipí.
Díganme, por favor, ¿qué mente corrupta dejaría a Lassie y sus amigos vagar por las calles en mala compañía sólo para asustar a simpáticos transeúntes como YO?
Pise con cuidado y lleve consigo un palo largo.
Sigo, intrépido, pero alerta,
Santiago Eneldo
(Homenajes y ofertas de vasectomía -para los perros vagos, no para mí...¡POR FAVOR!- a [email protected])
As I sat down to write this month’s column, I had a sudden desire to write something extremely profound; something that would make you say, “Wow, that’s amazing!”
Then I remembered I am simply required to be humorous. Perhaps I could “embrace satire in the pursuit of truth...”? But, after much intellectual infighting, I settled on the following:
I have long had a problem with canine welfare in Chile and am saddened by the number of “pets” behind fences whose only reason for being is to gnash their teeth and snap at my legs as I walk by. Sometimes, in my neighborhood, the cacophony of howling and barking rivals the best football crowds for venom and commitment.
I have always wanted to raise my voice on the issue and the opportunity presented itself. The problem is not the dogs, it is the owners!
I had a run-in with a pack of hounds the other day and it was very scary indeed. I was in the Paris-Londres sector of downtown Santiago late one afternoon when I came upon this pack “hanging out” between me and my car. At first, I thought nothing of it and walked calmly on - until a gust of wind carried my scent (usually quite pleasant, I am told) towards the dogs, inviting far more interest than I had bargained for.
I was outnumbered and some were large. NO, I cannot tell you the dog to bitch ratio but I can tell you how quickly I went from calm through fear to panic - about five seconds! I wasn’t sure if they intended to breed me, eat me or just rough me up a bit. I had to make a choice: stand my ground (brave but stupid), walk slowly away or turn and run like a deer.
I stood my ground for a nanosecond, frozen by indecision, before turning and running as fast as I could. Really dumb! There’s nothing a pack of dogs likes more than a chase. I made it as far as a small store and entered like a man gone mad - which seemed pretty evident to the other people present! I explained my predicament only to be told that it happens all day, every day.
“So why don’t the authorities do something about it?” I asked. “Because many of the dogs belong to local residents and they should be dealing with the problem!”
“How come?”
“Would you like to be locked up in an apartment from 8am to 8pm with only water from the toilet bowl to sustain you? Seriously...!”
One gallant man stepped outside; I hid behind him, head outside but body well inside.
“Look, see how many have collars?”
And there it was, as clear as a bell in my head. This gang was just a canine example of human life on the street. The adults have gone off to work leaving the teens (or, in this case, the dogs) to wander until dinner. Pretty scary but true! >From my secure viewing point, I could now see nine dogs, most with collars and most recognizable breeds, not mongrels.
Canine hooligans!
I waited about 15 minutes until the “gang” had moved away and then quietly slipped through the growing shadows to my car - all four wheels well peed upon.
Tell me, please, what corrupted minds would let Lassie and friends wander the streets getting into bad company just to scare nice passers-by like ME?
Tread softly and carry a large stick.
I remain, fearless but forewarned,
Santiago Eneldo
(Tributes and vasectomy offers - for the street dogs, not me ...PLEASE! - to [email protected])[email protected])