Septiembre es siempre un mes de celebración en Chile, pero este año es especial. El primer semestre del año fue un sube y baja emocional para muchos chilenos, comenzando en febrero con uno de los terremotos más grandes de los que se tenga registro, pero ahora llegó el bicentenario y comenzó la fiesta.
Las festividades continuarán todo el mes con ceremonias de izamiento de la bandera, paradas militares y servicios religiosos. A lo largo del país, y en particular el 18 de septiembre -Día de la Independencia de Chile- millones de chilenos se reunirán para comer empanadas, beber vino, bailar cueca y celebrar su patrimonio.
La unidad nacional ha sido un tema clave del nuevo Gobierno dado que asumió el mando de la nación sólo 12 días después del terremoto. De manera que resulta apropiado que, el 2 de septiembre, el Presidente Sebastián Piñera encabezara una ceremonia en la Plaza de a Ciudadanía, en el centro de Santiago, donde una estatua de José Miguel Carrera, uno de los padres de la patria, fue colocada junto a la del libertador de Chile, el General Bernardo O’Higgins.
Los dos próceres fueron antagonistas durante su vida, pese a su causa común: la lucha por la independencia. Reunirlos ahora es un acto simbólico de unidad, dos siglos después de su lucha por liberarse de la España imperial.
“Tienen dos cosas en común que los une más allá de esas diferencias: primero, su profundo, apasionado e incondicional amor por la patria, y también, porque los dos se ganaron el cariño, el respeto y la gratitud del pueblo chileno”, sostuvo el Presidente Piñera en la ceremonia.
Dos días más tarde, el Presidente nuevamente puso énfasis en la unidad del país en el marco de la inauguración del Centro Cultural Gabriela Mistral, bautizado así en honor a la poetisa chilena Premio Nobel de Literatura. Un enorme edificio en la principal arteria de Santiago, la Alameda, cuya restauración tras un incendio es el más ambicioso proyecto de obras públicas del bicentenario y es un símbolo de los esfuerzos por fortalecer la identidad cultural de Chile.
Sin embargo, el bicentenario también es motivo de reflexión. ¿Cuán lejos ha llegado Chile desde su independencia y ha avanzado tanto como tendría que haberlo hecho? ¿Cómo se ven a sí mismos los chilenos y su lugar en el mundo hoy en día y cómo son vistos por los demás? ¿Qué desafíos enfrenta Chile en los años venideros? ¿Cuán dulce es la “Dulce Patria” que los chilenos alaban con tanto fervor en su himno nacional?
Un Siglo de Progreso
Remóntese 100 años en el tiempo y Chile es claramente un país diferente hoy en día. Cuando Chile celebró su centenario en 1910, era un país de sólo 3,2 millones de habitantes, frente a los casi 17 millones de hoy en día. Su principal exportación no era el cobre, sino el salitre. La expectativa de vida era de menos de 40 años, cerca del 60% de la población era analfabeta y menos del 5% tenía derecho a voto. Uno de cada cuatro niños moría en la infancia.
Afortunadamente, esos días pasaron hace mucho. Hoy en día, Chile regularmente está entre los primeros de su clase cuando se trata de estadísticas económicas y sociales de América Latina. No obstante, la incorporación este año a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) es la más clara señal de que Chile está bien encaminado para unirse al grupo de elite de naciones desarrolladas del mundo.
“Aún no nos damos cuenta de cuán lejos hemos llegado y, a veces, nuestro pesimismo sobre el futuro nubla nuestro juicio sobre cuán lejos hemos avanzado”, señala Eugenio Guzmán, sociólogo y decano de la Facultad de Gobierno de la Universidad del Desarrollo en Santiago.
Si se mira la historia de Chile, impacta cómo los eventos de septiembre de 1973 aún están presentes en gran medida en la mente de los chilenos. Hace dos años, en el marco de los preparativos para la celebración del Bicentenario, el Gobierno anterior encargó una encuesta y publicó los resultados en un libro titulado “Chile Sueña el Bicentenario”.
A los encuestados se les entregó una lista de eventos de la historia de Chile de los últimos 50 años, entre los que se incluyeron el golpe militar de 1973, el terremoto de 1985, la visita del Papa Juan Pablo II en 1987, el retorno a la democracia en 1990, la elección de la primera presidenta del país en el 2006 y la muerte del general Augusto Pinochet ese mismo año. Al pedírseles que escogieran cuál había tenido el mayor impacto en su país, el 55% escogió el golpe. La visita del Papa ocupó un distante segundo lugar con el 20%.
La misma encuesta preguntó a los chilenos qué político de la historia de su país admiraban más. El presidente Salvador Allende (1970-1973) encabezó la lista con el 31% de las preferencias, seguido por el presidente Eduardo Frei Montalva (1964-1970) con un 20% y Pinochet con un 13%.
Revolución Económica
Sin embargo, si el golpe sigue grabado en las mentes de los chilenos, es el período siguiente desde mediados de la década de los 70 hasta la actualidad, lo que define a la nación moderna. Las reformas económicas implementadas por el gobierno militar y las vertiginosas tasas de crecimiento de los años 90 después del regreso de la democracia, son una fuente de orgullo para muchos chilenos.
“El logro más fundamental de los últimos 50 años fue la revolución económica que se inició en 1975 y nos trajo un sistema económico libre, abierto al mundo”, afirma Patricia Arancibia, importante historiadora chilena.
“Fue un salto hacia adelante que le ha permitido a Chile acercarse al pleno desarrollo antes que cualquier otro país latinoamericano”.
Luis Larraín, director ejecutivo del centro de estudios de derecha Libertad y Desarrollo, concuerda. “Durante los últimos 30 años, Chile ha logrado un cambio cualitativo clave: la estabilidad económica”.
Algunos de los principales éxitos del período incluyen una inflación controlada, la autonomía del Banco Central, un sistema privado de administración de pensiones y un sistema de concesiones para proyectos de obras públicas.
Estos logros económicos han dado a los chilenos una mayor confianza en sí mismos de la que tenían en el pasado. “La percepción que tenemos de nosotros mismos es mucho más positiva que lo que solía ser pese a los contratiempos del pasado y los desafíos del futuro”, sostiene Arancibia.
Pero si los chilenos se ven a sí mismos en una situación más positiva, ¿cómo los ven otros? La realidad es que pese a las campañas de marketing de los últimos años, la mayoría de la gente fuera de Chile -y ciertamente fuera de América Latina- sólo tienen una vaga idea de cómo es el país.
“La gente conoce fragmentos de Chile, pero estas percepciones son dispersas y no constituyen un todo”, señala Patricio Navia, cientista político chileno y profesor de la Universidad de Nueva York.
Según Navia, esto por una parte es un problema y por otra, una gran oportunidad. “Los chilenos tienen la posibilidad de completar su propia identidad y conformar la manera en que el mundo los ve”.
Chile sigue aislado geográficamente por imponentes barreras naturales -las montañas, el desierto y el océano- que lo separan del resto del mundo, pero ha logrado avances a pasos agigantados para superar estas barreras a través de la apertura al comercio y la tecnología.
“Gracias a Internet, la televisión por cable y las comunicaciones más baratas, Chile está menos aislado hoy en día”, señala Navia.
Desafíos Futuros
A media que Chile se dirige a su tercer siglo, enfrenta numerosos desafíos. Al pedírsele que los enumerara, Arancibia fue enfática: “Primero, educación; segundo, educación; y tercero, educación”.
Los gobiernos de centro izquierda de los últimos 20 años supervisaron un aumento en el financiamiento para la educación de siete veces y aún así esa inversión ha cosechado sólo modestos resultados. El país se ubica muy rezagado respecto de la mayoría de los demás miembros de la OCDE en los rankings del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA, por su sigla en inglés), considerados como la medición internacional más confiable de los estándares educacionales.
El SIMCE, la medición nacional, recientemente arrojó algunos alarmantes hallazgos. La prueba sugiere que los estándares no han mejorado mucho en los colegios chilenos durante los últimos 10 años y que en algunas materias, de manera notable matemáticas, han empeorado.
“Los problemas van mucho más allá de tener simplemente mejores profesores”, afirma Guzmán. “No estamos analizando con ninguna profundidad lo que le enseñamos a nuestros niños, la enseñanza de ciencias y matemáticas en particular está en el punto más bajo”.
El nuevo Gobierno se ha comprometido a abordar estas falencias a través de una mejor gestión del sistema educacional así como también de más financiamiento, pero aún queda por ver si lo puede hacer mejor que los gobiernos anteriores.
La salud es otra área en la que Chile necesita mejorar, en especial en sus hospitales públicos. A medida que aumente la cantidad de enfermedades cubiertas por el sistema AUGE, que garantiza el acceso gratuito o de bajo costo a la atención de salud, también aumentará el gasto fiscal para el cuidado de la salud. Como en Estados Unidos, el debate sobre cómo la nación debería cuidar a sus enfermos posiblemente sea largo y complejo.
A medida que la expectativa de vida aumenta y la tasa de natalidad decae, la presión sobre el sistema de pensiones de Chile se va a incrementar en los años venideros. En los años 50, había sólo 18,7 adultos en edad de jubilación por cada 100 niños. Para el 2050, según las proyecciones del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), habrá 170. En los últimos 60 años, la expectativa de vida ha subido de 55 a más de 80 años. Dicho sin rodeos, los chilenos están envejeciendo con menos jóvenes para pagar por su cuidado.
Es probable que la inmigración también sea un tema importante, en particular si la brecha económica entre Chile y sus vecinos se mantiene. En estos momentos, hay sólo cerca de 350.000 inmigrantes en Chile, con lo que se vuelve un país impactantemente homogéneo en comparación con Estados Unidos o Europa. De ellos, la mayoría proviene de Perú (cerca del 26%), Argentina (22%) y Bolivia (8%). Más inmigrantes llegarán en las próximas décadas, lo que traerá beneficios a Chile, pero también tensiones, en particular sobre el empleo, las que tendrán que enfrentarse.
Hay una serie de otros temas sociales y éticos que la sociedad chilena tendrá que confrontar. ¿Va a relajar su estricta legislación en materia de aborto? ¿Permitirá el matrimonio entre personas del mismo sexo? Este año, por primera vez, la cantidad de divorcios en Chile se dispone a superar la de matrimonios, una estadística notable en un país donde el divorcio se legalizó hace sólo seis años. Hoy en día, cerca del 65% de los niños chilenos nacen fuera del matrimonio, un enorme cambio respecto del pasado. Puede que la tasa de natalidad esté descendiendo, pero la cantidad de niñas embarazadas antes de los 16 años se ha disparado al 70% en los últimos cinco años, según el registro civil.
En el frente económico, el Gobierno de Piñera se ha comprometido a convertir a Chile en un país desarrollado para el 2018. “Para que ello ocurra necesitaremos un crecimiento económico del 6% anual, muy por encima del 2,8% de los últimos cuatro años”, indica Larraín de Libertad y Desarrollo.
El Gobierno también se comprometió a erradicar la pobreza, que cayó drásticamente durante la década de los 90, pero que recientemente se ha estabilizado e incluso ha mostrado signos de aumentar. Además, el Gobierno de Piñera planea hacerse cargo de la desigualdad económica, que se mantuvo en su mayoría tercamente impermeable a 20 años de reformas sociales de la centro izquierda.
El suministro energético es otro desafío para el futuro crecimiento económico. La reciente construcción de terminales de Gas Natural Licuado (GNL) alivió la crisis energética de Chile en el corto plazo y puso fin a la dependencia del gas argentino que tenía el país. No obstante, a medida que la economía y la población crecen, Chile necesitará más combustible y ello implicará algunas decisiones difíciles. ¿Optará el país por la energía nuclear? O ¿autorizará la construcción de grandes centrales hidroeléctricas en el sur, como HydroAysén, pese a la oposición de los ambientalistas?
Si Chile se decide por la energía nuclear dentro de la próxima década, la energía atómica podría conformar hasta el 15% de la matriz energética general del país para el 2035, según la estatal Comisión Nacional de Energía (CNE). El carbón correspondería a otro 15% y el GNL a cerca del 10%. Si el país se decide en contra de la energía nuclear, el carbón podría corresponder a alrededor del 28% de la matriz energética para el 2035, con todo lo que ello implica para la huella de carbono de Chile.
Con el fin de reducir las emisiones de carbono, la energía renovable no convencional podría desempeñar un rol más importante en la matriz. Cuando se trata de energía solar, undimotriz, mareomotriz, eólica y geotérmica, pocos países tienen la bendición de contar con tanto potencial como Chile. Sin embargo, los Gobiernos del futuro tendrán que tomar audaces decisiones para materializar ese potencial.
Finalmente, mientras la mayoría de los chilenos celebran el Bicentenario con gusto, la población indígena del país quizás se sienta un poco ambivalente. Los mapuches vivían aquí mucho antes de que Chile se convirtiera en una nación y, creyendo que fueron despojados de sus tierras y forzados a vivir en un país llamado “Chile”, puede que sientan que tienen poco que celebrar.
Las recientes huelgas de hambre de presos mapuches en el sur del país evidencia que las heridas de la conquista del siglo XIX siguen sin sanar y podrían enconarse si no se tratan. “Este es un tema que la sociedad chilena prácticamente ignoró durante la mayor parte del siglo XX”, escribió el ex presidente Patricio Aylwin en Chile Sueña el Bicentenario. Claramente, no puede seguir siendo ignorado.
Soñando el Futuro
Como parte de las celebraciones de este mes, los escolares chilenos nacidos hace una década escribirán sus sueños para el Chile en el que quieren vivir. Sus mensajes se colocarán en una cápsula, que se abrirá en el 2110 para marcar el tricentenario.
El año en que estos niños nacieron, el entonces recién investido presidente Ricardo Lagos, en su primera cuenta pública a la nación en el Congreso, estableció como meta convertir a Chile en una nación desarrollada para el 2010. Ese cronograma falló, en gran medida porque el crecimiento económico en los últimos 10 años ha sido marcadamente más lento que en la década anterior.
El presidente Piñera ha determinado una nueva fecha para cumplir esa meta -el año 2018- y difícilmente podría haber elegido un año más apropiado dado que es cuando Chile verdaderamente cumplirá 200 años. Fue el 12 de febrero de 1818, que el General O’Higgins formalmente declaró la independencia de España. Sería lindo pensar que en ocho años, el país habrá avanzado algo para concretar al menos algunos de los sueños de esos niños.
Gideon Long se desempeña como periodista freelance en Santiago y además trabaja para la BBC.
September is always a month of celebration in Chile, but this year is special. The first half of the year was an emotional rollercoaster for many Chileans beginning in February with one of the strongest earthquakes ever recorded, but now the bicentenary has arrived and the party has begun.
The festivities will continue all month with flag-raising ceremonies, military parades and church services. Across the country, and particularly on September 18 - Chile’s Independence Day - millions of Chileans will come together to eat empanadas, drink wine, dance cueca and celebrate their shared heritage.
National unity has been a key theme of the new government since it took office 12 days after the earthquake. So it’s fitting that, on September 2, President Sebastian Piñera presided over a ceremony at the Plaza de la Ciudadanía in central Santiago where a statue of José Miguel Carrera, one of the country’s founding fathers, was placed alongside that of Chile’s liberator, General Bernardo O’Higgins.
The two men were rivals during their lifetime despite their common cause; the struggle for independence. Bringing them together now is a symbolic act of unity, two centuries after their fight for freedom from imperial Spain.
“They have two things in common that unite them beyond their differences: first, their deep and unconditional love for their country, and also because they won the affection, respect and thanks of the Chilean people,” said President Piñera at the ceremony.
Two days later, the President again emphasized unity in his inauguration of the Gabriela Mistral cultural centre, named after Chile’s Nobel Prize-winning poet. A cavernous building on Santiago’s main thoroughfare, the Alameda, its restoration after a fire is the most ambitious public works project of the bicentenary.
But the bicentenary also gives cause for reflection. How far has Chile come since its independence, and has it progressed as far as it should have? How do Chileans view themselves and their place in the world these days, and how do others view them? What challenges does Chile face in the years ahead? Just how sweet is the “Sweet Homeland” that Chileans eulogize with such ardor in their national anthem?
A Century of Progress
Step back in time 100 years and Chile is clearly a different country today. When Chile celebrated its centenary in 1910, it was a country of just 3.2 million people, compared to nearly 17 million now. Its chief export was not copper, but saltpeter. Life expectancy was less than 40, some 60% of the population was illiterate and less than 5% had the right to vote. One in four children died in infancy.
Thankfully, those days are long gone. Nowadays, Chile regularly tops the class when it comes to Latin American social and economic statistics. This year’s accession to the Organisation for Economic Cooperation and Development (OECD) is the clearest sign yet that Chile is well on the way to joining the world’s elite group of developed nations.
“We still don’t realize how far we’ve come and, at times, our pessimism about the future clouds our judgment of how far we’ve advanced,” said Eugenio Guzmán, a sociologist and dean of the school of government at the Universidad del Desarollo in Santiago.
Looking back at Chile’s history, it’s striking how the events of September 1973 still loom large in the minds of ordinary Chileans. Two years ago, as it prepared for the bicentenary, the previous government commissioned a survey and published the results in a book titled ‘Chile Dreams the Bicentenary.’
Respondents were presented with a list of events in Chilean history from the past 50 years, including the military coup of 1973, the earthquake of 1985, the visit of Pope John Paul II in 1987, the return to democracy in 1990, the election of the country’s first female president in 2006 and the death of General Augusto Pinochet that same year. When asked to choose which had had the biggest impact on their country, 55% chose the coup. The Pope’s visit came a distant second with 20%.
The same poll asked Chileans which politician from their country’s history they admired most. President Salvador Allende (1970-1973) topped the poll with 31%, followed by President Eduardo Frei Montalva (1964-1970) with 20% and Pinochet with 13%.
Economic Revolution
But if the coup remains etched into the minds of Chileans, it is the period that followed, from the mid-1970s to the present day, which defines the modern nation. The economic reforms implemented by the military government, and the vertiginous growth rates of the 1990s after the return to democracy, are a source of pride for many Chileans.
“The most fundamental achievement of the last 50 years was the economic revolution that began in 1975 and brought us a free economic system, open to the world,” said Patricia Arancibia, a leading Chilean historian.
“It was a step forward that has allowed Chile to get close to full development before any other Latin American country.”
Luis Larraín, executive director of right-leaning think-tank Libertad y Desarrollo, agrees. “Over the past 30 years Chile has achieved a key qualitative change: economic stability.”
Some of the major successes of the period have included controlled inflation, central bank autonomy, a privately managed pension system and a concessions system for public works projects.
These economic achievements have given Chileans greater self-confidence than they had in the past. “Our self-perception is much more positive than it used to be despite the setbacks of the past and the challenges ahead,” Arancibia said.
But if Chileans view themselves in a more positive light, how do others view them? The reality is that despite the marketing campaigns of recent years, most people outside Chile – and certainly outside Latin America – have only a vague idea of what the country is like.
“People know bits and pieces about Chile, but these perceptions are scattered and do not constitute a whole,” said Patricio Navia, a Chilean political analyst and professor at New York University.
According to Navia, this is both a problem and a great opportunity. “Chileans have the chance to complete their own identity and shape the way the world sees them.”
Chile remains geographically isolated by the forbidding natural barriers – mountains, desert and ocean – that separate it from the rest of the world, but it has made great strides to overcome these barriers through openness to trade and technology.
“Thanks to the Internet, cable television and cheaper communications, Chile is less isolated today,” Navia said.
Future Challenges
As Chile heads into its third century, it faces numerous challenges. Asked to name them, Arancibia was emphatic: “First, education; second, education; and third, education.”
The centre-left governments of the past 20 years oversaw a seven-fold increase in funding for education, and yet that investment has reaped only modest returns. The country lags well behind most other OECD members in the Project for International Student Assessment (PISA) rankings, regarded as the most reliable international measure of educational standards.
The SIMCE, the national measure, has recently thrown up some alarming findings. It suggests that standards haven’t improved much in Chilean schools over the past 10 years and in some subjects, notably math, they have fallen.
“The problems go far beyond simply having better teachers,” Guzmán said. “We’re not discussing in any depth what we teach our kids, the teaching of science and math in particular is at rock bottom.”
The new government has vowed to tackle these shortfalls through better management of the education system as well as more funding, but it remains to be seen whether it can do better than previous governments.
Health is another area where Chile needs to improve, especially in its public hospitals. As the number of ailments covered by AUGE system, which guarantees access to free or low cost care, increases, so will fiscal spending on healthcare. As in the United States, the debate over how the nation should care for its sick is likely to be long and complex.
As life expectancy increases and the birthrate drops, the pressure on Chile’s pension system will rise in the years to come. Back in 1950, there were just 18.7 adults of retirement age for every 100 children. By 2050, according to projections from the National Statistics Institute (INE), there will be 170. In the last 60 years, life expectancy has risen from 55 to over 80. Put bluntly, Chileans are getting older with fewer youngsters to pay for their care.
Immigration is also likely to be an important theme, particularly if the economic gap between Chile and its neighbors remains. At the moment, there are only around 350,000 immigrants in Chile, making it a strikingly homogenous country compared to the United States or Europe. Of those, most are from Peru (around 26%), Argentina (22%) and Bolivia (8%). More immigrants will arrive in the coming decades, bringing benefits for Chile but also tensions, particularly over jobs, which will have to be addressed.
There are a host of other social and ethical issues that Chilean society will have to confront. Will it relax its strict abortion law? Will it allow same-sex marriages? This year, for the first time, the number of divorces in Chile is set to exceed marriages, a remarkable statistic in a country where divorce has been legal for only six years. These days, around 65% of Chilean children are born out of wedlock – a huge change from the past. The birth rate may be falling but the number of girls having babies before their 16th birthday has soared 70% in the past five years, according to the civil registry.
On the economic front, Piñera’s government has pledged to turn Chile into a developed country by 2018. “For that to happen we will need 6% economic growth a year, way above the average of 2.8% of the last four years,” says Larraín at Libertad y Desarrollo.
The government has also vowed to eradicate poverty, which dropped sharply during the 1990s but has recently leveled off and even shown signs of climbing. In addition, the Piñera administration plans to tackle economic inequality, which for the most part remained stubbornly impervious to 20 years of centre-left social reform.
Energy supply is another challenge to future economic growth. The recent construction of Liquefied Natural Gas (LNG) terminals has alleviated Chile’s energy crisis in the short term and broken the country’s dependency on Argentine gas. But as the economy and population expand, Chile will need more fuel and that will entail some tough decisions. Will the country opt for nuclear power? Or will it authorize the construction of large hydroelectric plants in the south, like HydroAysén, despite environmental opposition?
If Chile decides to go nuclear within the next decade, atomic energy could make up over 15% of the country’s overall energy mix by 2035, according to the state’s National Energy Commission (CNE). Coal would account for another 15% and LNG around 10%. If the country decides against nuclear power, coal will make up around 28% of the energy mix by 2035, with all that implies for Chile’s carbon footprint.
To reduce carbon emissions, non-conventional renewable energy could play a greater role in the mix. When it comes to solar, wave, tidal, wind and geothermal power, few countries are blessed with as much potential as Chile. But governments of the future will have to take bold decisions to realize that potential.
Finally, while most Chileans celebrate the bicentenary with gusto, the country’s indigenous population will perhaps feel a little ambivalent. The Mapuche lived here well before Chile became a nation and, believing they were stripped of their land and forced to live in a country called ‘Chile,’ they may feel they have little to celebrate.
The recent hunger strikes by Mapuche prisoners in the south is evidence that the wounds of that 19th century conquest remain unhealed, and could fester if left untreated. “This is an issue that Chilean society practically ignored during most of the 20th century,” wrote former President Patricio Aylwin in Chile Dreams the Bicentenary. Clearly, it can’t keep ignoring it.
Dreaming the Future
As part of this month’s celebrations, Chilean school children born a decade ago will write down their dreams for the Chile they want to live in. Their messages will be placed in a casket, to be opened in 2110 to mark the tercentenary.
The year these children were born, the then-newly elected President Ricardo Lagos, in his first state of the nation address to Congress, set a goal of turning Chile into a developed nation by 2010. That timetable has slipped, largely because economic growth over the past ten years has been markedly slower than over the previous decade.
President Piñera has set a new date to reach the goal – 2018 – and could hardly have chosen a more fitting year since that is when Chile will truly turn 200. It was on February 12, 1818, that General O’Higgins formally declared independence from Spain. It would be nice to think that in eight years, the country will have gone some way to realizing at least some of those children’s dreams.
Gideon Long is a freelance journalist based in Santiago. He also works for the BBC.