Cuatro siglos y medio después de que el conquistador español Pedro de Valdivia fuera muerto de manera macabra a manos de guerreros mapuches en las tierras fronterizas del sur de Chile, las relaciones entre los poderes políticos en Santiago y la mayor minoría indígena del país siguen tensas.
La totalidad de las comunidades mapuches del sur de Chile están enfrascadas en disputas con empresas forestales y agricultores sobre la propiedad de las tierras y, cada vez más, las disputas cubren también el acceso al agua.
La pobreza sigue muy enraizada en el corazón rural mapuche y los jóvenes abandonan el área en busca de trabajo. Los niveles de alfabetismo figuran entre los más bajos del país y los niños mapuches pasan menos tiempo en el colegio que sus pares en otras zonas de Chile.
Algunos mapuches han recurrido a la violencia en una apuesta por hacer salir a las grandes empresas forestales de lo que consideran como las tierras de sus ancestros. El verano pasado fue particularmente álgido: grupos armados incendiaron propiedades privadas y destruyeron maquinaria agrícola y carabineros mató de un disparo al joven activista mapuche Matías Catrileo, dando a los radicales otro mártir para su causa.
En Santiago, el Gobierno de la presidenta Michelle Bachelet ha tomado medidas positivas para resolver lo que se conoce como “el conflicto mapuche“. Sólo el mes pasado, y tras 17 asombrosos años de debate parlamentario, el Estado ratificó la Convención 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), una demanda clave de los mapuches.
Chile figura entre los últimos países latinoamericanos en suscribir la convención, que -en teoría al menos- abre la puerta a cierto grado de autonomía para sus pueblos indígenas.
El Gobierno de Bachelet también ha seguido adelante con el proceso de transferencia de terrenos a las comunidades mapuches a través de la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (CONADI). Y ha incrementado la cantidad de subsidios disponibles para estudiantes mapuches en una apuesta por cerrar la brecha educacional con el resto del país.
Sin embargo, pese a las buenas intenciones del Gobierno y las constructivas iniciativas, el conflicto continúa. El comisionado presidencial para asuntos indígenas, Rodrigo Egaña, reconoce que -aún con la mejor voluntad del mundo- Chile enfrenta una gran dificultad si ha de resolver las disputas en el sur.
Retraso en el Desarrollo
Por más de tres siglos, el pueblo indígena del sur de Chile se resistió férreamente al régimen colonial. El río Bío Bío, que corre hacia el Pacífico cerca de Concepción, era conocido como “la frontera” entre el territorio español y el mapuche, y los españoles rara vez se atrevieron a cruzarlo.
Pero los mapuches fueron finalmente contenidos a fines del siglo XIX cuando fueron limitados a “reducciones” o pequeñas comunidades. Vastas áreas de su territorio cayeron en manos privadas, lo que sembró las semillas del actual descontento.
Según el último censo, más de 600.000 chilenos, o un 4% de la población, se describe como mapuche, lo que los convierte con mucha ventaja en la mayor población indígena del país. La mayoría vive en Santiago y en las regiones del Bío Bío y La Araucanía, pero también hay algunos focos en las regiones de Los Lagos y Los Ríos, más al sur del país.
En términos políticos, sólo un puñado de idealistas mapuches quiere o bien cree que podría conseguir la total independencia de Chile, pero cada vez son más los mapuches que presionan por una mayor autonomía al interior de Estado. Citan a España -donde los vascos, gallegos y catalanes disfrutan de sus propios parlamentos y de un alto grado de autodeterminación- como un ejemplo a seguir.
En términos económicos, los mapuches están en el último peldaño de la escala chilena. La Araucanía está entre las regiones más pobres del país, con una tasa de pobreza de más del 20%, lo que se compara con el promedio nacional de un 13%. La brecha se ha ajustado levemente durante la última década, pero no por mucho.
Según el centro de estudios Libertad y Desarrollo, la economía en La Araucanía creció en un promedio del 4,8% entre los años 1985 y 2007, cifra inferior al porcentaje nacional del 5,6%. La inversión extranjera directa prácticamente no existe, en parte porque a las empresas les preocupan los atentados mapuches en contra de sus propiedades y activos.
“La pobreza aún es una preocupación realmente grande en esta región”, sostiene Galvarino Raiman, líder de las comunidades Nagche Mapuche, quien vive en el área situada en los alrededores de Angol, Los Sauces, Purén, Lumaco y Traiguén en La Araucanía.
“En algunas de nuestras comunidades todos los jóvenes se han ido en busca de trabajo. La única gente que queda son las parejas viejas, sin niños”, afirma, “y en algunos de los pueblos no se ha celebrado un matrimonio en años”.
La escolaridad es otra preocupación. Según la encuesta gubernamental CASEN del 2006, un niño indígena promedio en Chile pasa 8,7 años en el colegio, lo que contrasta con el promedio nacional de 10,3 años. La tasa de alfabetismo entre los indígenas de Chile es de un 92%, mientras que en el país en total es de un 96%.
En el área se genera mucha riqueza, pero los residentes locales dicen que no ven mucho de ella, y se quejan de que se exporta hacia el norte o se envía al extranjero como celulosa de madera, madera y electricidad.
“No tengo duda de que las empresas forestales han contribuido al enriquecimiento del país y, ciertamente, al enriquecimiento de unas pocas personas”, señala Blaise Pantel del Observatorio de Derechos de los Pueblos Indígenas, ONG con sede en La Araucanía. “Pero ese enriquecimiento se basa en el esfuerzo de otros; la riqueza creada aquí no beneficia a quienes viven en la región”.
Comprado en Buena Fe
Las grandes empresas forestales como Arauco y Mininco, filial de CMPC, son los principales objetivos de las críticas mapuches. Desde la década de los 70, han comprado miles de hectáreas de tierra y las han convertido en plantaciones de eucaliptos y pinos.
Según el Instituto Forestal (INFOR) del Gobierno, ahora hay 847.000 hectáreas de plantaciones en la región del Bío Bío y otras 426.000 en La Araucanía. En total, el área equivale a casi 150 veces el tamaño de Manhattan.
Las empresas forestales destacan, con bastante razón, que compraron la tierra legalmente y de buena fe. También señalan que generaron empleos en el área y que han hecho lo imposible por satisfacer las preocupaciones sociales y ambientales de las comunidades mapuches del área.
Mininco, por ejemplo, firma que posee 535.000 hectáreas de plantaciones en terrenos que limitan con cerca de 200 comunidades mapuches, señala que desde 1999 tiene en práctica un programa de “buena vecindad”. “Hemos realizado muchísimas iniciativas destinadas a colaborar con el desarrollo de las comunidades vecinas y a evitar que ellas sean afectadas por el trabajo de la empresa”, sostiene Juan Escobar, gerente de asuntos públicos y patrimonio forestal de Mininco.
“Se han establecido nuevos puestos de trabajo, se ha invertido en proyectos para mejorar la educación, se han implementado programas dirigidos a elevar las condiciones de vida de las personas”, afirma. “En el caso de la vecindad con comunidades mapuches, extendiendo a ellos también nuestros programas sociales y productivos respetando las tradiciones y costumbres de su cultura”.
El comisionado presidencial Egaña señala que la forma de pensar de las empresas en La Araucanía ha cambiado para mejor en los últimos años. “Se dieron cuenta de que sólo pueden revitalizar la economía de su región si toman en cuenta que un tercio de la población en el área circundante es indígena”, afirma.
Pero lo cierto es que las empresas forestales siguen en poder de tierras que los mapuches consideran como propias y, en consecuencia, las disputas proliferan.
La entidad estatal encargada de resolver estas disputas es la CONADI, formada a comienzos de la década de los 90 cuando Chile aprobó su Ley Indígena, la primera legislación en reconocer los derechos de las minorías étnicas del país.
La CONADI está facultada para comprar tierras disputadas y devolverlas a las comunidades indígenas y, con los años, ha transferido miles de hectáreas. Pero el proceso es complicado y burocrático, y su transparencia se ha puesto en duda.
Más de 100 comunidades aún están a la espera de recibir tierras aún cuando sus solicitudes fueron aceptadas por la CONADI. Unas 300 más están pidiendo a la CONADI transferencias similares y se ha estimado que a las tasas actuales, podría demorarse de 30 a 40 años en resolver estos casos.
Incluso en los casos en que se transfirieron tierras, los problemas continúan. A menudo, los nuevos terratenientes mapuches no tienen dinero para invertir en la tierra y esta permanece sin trabajarse. O se ven obligados a arrendar el terreno para sobrevivir, a veces de vuelta a los mismos agricultores que -en un principio- eran dueños del terreno.
También abundan historias de terror de empresas forestales que explotan la tierra hasta secarla antes de transferirla a las comunidades indígenas, que se quejan de que les dejan algo más que un desierto, carente de nutrientes y lleno de troncos cortados de pinos y eucaliptos. “Las empresas forestales usan la tierra de manera increíblemente intensa y, después de dos o tres cosechas, se puede ver cuán agotada está”, señala Pantel.
Asimismo los mapuches se han opuesto resueltamente a los proyectos hidroeléctricos en el área. La central Ralco, construida por Endesa en tierra que los mapuches pehuenches reclaman en el Bío Bío, es el ejemplo más conocido, pero hay muchos otros.
Nuevas Propuestas Políticas
Frustrados por lo que consideran la explotación de las empresas privadas y la indiferencia del Estado chileno, una pequeña minoría de activistas mapuches han recurrido a la violencia. Han destruido propiedades de las empresas, incendiado fundos, amenazado a terratenientes y robado ganado. Camiones que trasladan productos al norte por la carretera Panamericana hacia Santiago han sido emboscados y les han prendido fuego.
Juan Escobar de Mininco señala que en los últimos dos años la empresa ha visto “un aumento sustancial” de los actos de sabotaje y robo. Desde mediados del 2007, el equivalente a 135 hectáreas de madera han sido robadas desde su propiedad y la compañía no ha podido trabajar las propiedades cercanas a la localidad de Tirúa debido a la oposición mapuche.
“Esto equivale a pérdidas de más de un millón y medio de dólares”, afirma Escobar.
De hecho, ha surgido toda una industria ilegal en torno al robo de madera. No sólo se trata del robo de la madera, camioneros locales la transportan y se procesa en aserraderos locales. “Es una industria semiprofesional, que no tiene absolutamente nada que ver con derechos ancestrales”, asevera Egaña.
El anterior Gobierno del presidente Ricardo Lagos respondió al robo, quema y asalto con la ley antiterrorista, para alarma de los activistas de derechos humanos que dicen que con frecuencia era injustificada.
“La quema de hogares, cultivos y vehículos forestales, el uso de escopetas en contra de carabineros, estos son crímenes que, por supuesto, el Estado tiene el deber de perseguir”, indica Sebastian Brett de la ONG Human Rights Watch en Chile. “Pero el Estado debe distinguir entre actos como estos y aquellos que están protegidos en virtud de las normas internacionales de derechos humanos, como el derecho de asociación y reunión”.
Brett señala que el Gobierno de Bachelet tiene un mejor registro que la administración de Lagos en esta materia. Pero, aún así, sostiene que la respuesta del Estado a las protestas mapuches a menudo ha sido muy dura.
“Las protestas callejeras de los mapuches a veces son dispersadas violentamente por Carabineros y Carabineros siguen allanando a las comunidades mapuches sin una orden judicial”, señala.
Este año, el Gobierno lanzó lo que describe como un nuevo y gran “pacto social” para mejorar la relación del Estado chileno con sus pueblos indígenas. Bajo el nombre de Re-conocer, es un documento político de amplio espectro que comprende de todo, desde salud y educación hasta la construcción de caminos rurales en áreas con grandes comunidades indígenas.
Egaña afirma que a través de Re-conocer, el Gobierno quiere ampliar el debate sobre el tema mapuche para incluir a una serie de ministerios así como también a las empresas forestales, compañías hidroeléctricas y, por cierto, representantes de las comunidades locales.
En el documento, el Gobierno se compromete a crear una subsecretaría de asuntos indígenas, establecer unidades de asuntos indígenas en cada ministerio gubernamental y reformar a la CONADI. También defiende una mayor participación indígena en la política local, regional y nacional.
Aún queda por ver si tales propuestas harán mucho por mejorar la vida de la familia promedio mapuche en su parcela de tierra en La Araucanía. De hecho, algunos indígenas chilenos ya han desestimado a Re-conocer como una farsa.
Según Egaña, Chile necesitará un importante cambio cultural y mental en los próximos años si ha de abordar verdaderamente los problemas en sus atribuladas regiones del sur. Ese proceso ya está en marcha, añade.
“Pero no hay soluciones sencillas”, admite. “Estamos lidiando con una deuda histórica con nuestros pueblos indígenas (…) y cuando asumes una deuda histórica, no puedes pagarla simplemente de la noche a la mañana”.
Gideon Long se desempeña como periodista freelance en Santiago. Además trabaja para la BBC.