El Potencial Alimenticio de ChileChile’s Food Power

01 Abril 2006


¿Podría Chile, como el nuevo gobierno ha sugerido, convertirse en un productor de alimentos líder en el mundo? El potencial está, al igual que los desafíos.

Chile ya es un importante exportador de alimentos. Industrias como la salmonera, la vitivinícola y la de frutas frescas, que casi no existían hace un cuarto de siglo, han crecido hasta convertirse en negocios multimillonarios que ostentan una participación importante de los mercados mundiales.

Con las exportaciones de alimentos llegando a los USD 8.000 millones el 2005, Chile ahora ocupa el 17º lugar entre los proveedores de alimentos a nivel mundial, entre Argentina y Nueva Zelanda. Mayoritariamente se espera que a medida que la red de tratados de libre comercio del país abra nuevos mercados, la industria agrícola chilena dé un salto y avance.

El sector de carne de cerdo y aves de corral de Chile es un excelente ejemplo de la transformación que actualmente está experimentando la agricultura chilena. De menos de USD 50 millones hace una década, las exportaciones de carnes blanca llegaron a casi USD 500 millones el año pasado, con una lista de clientes encabezada por mercados tan lejanos como Gran Bretaña y Japón.

Y el sector está tratando de incrementar sus exportaciones a una cifra cercana a los USD 800 millones hacia fines de esta década, principalmente a través del acceso al lucrativo mercado estadounidense. Es improbable que Chile alguna vez alcance a los principales productores de carnes blancas como Brasil, Canadá o Dinamarca, pero si otros sectores pueden emular a los productores de carne de cerdo y de aves de corral, la agricultura chilena tiene un futuro más que prometedor.

Las autoridades tanto del sector público como del privado ahora hablan de que Chile surgirá como uno de los diez principales exportadores de alimentos del mundo durante la próxima década. Eso significaría casi duplicar el valor de las exportaciones de alimentos del país a USD 15.000 millones para estar codo a codo con países de la talla de España y Australia.

Un auge en las exportaciones de alimentos de tal magnitud tendría un impacto notable en la economía del país, dicen los expertos. La producción de alimentos ya representa más del 10% del PIB y la industria emplea al 17% de la fuerza laboral de la nación, proporcionado muchos más puestos de trabajo que la minería, por ejemplo.

Alberto Montanari, presidente de la Asociación de Empresas de Alimentos de Chile (ChileAlimentos), describe a la industria alimenticia como el segundo sueldo de Chile. “Y es uno que está mejor distribuido, que es menos cíclico y que crea más empleo que la explotación minera del cobre”, añade.

Pero ¿qué calidad tiene Chile, un país relativamente pequeño alejado de los principales mercados del mundo, que tiene tan brillantes prospectos para el sector agrícola?

APROVECHANDO LAS VENTAJAS NATURALES

Para Montanari, la principal ventaja de Chile es su clima, particularmente en el suave Valle Central. Con apenas 4,5 millones de hectáreas de tierra cultivable, Chile es un pececillo en los mercados mundiales de alimentos y no puede esperar competir con países como Argentina o Canadá en la producción de cosechas básicas como la soya o el trigo.

Sin embargo, su mezcla mediterránea de veranos calurosos e inviernos moderados -lo que comparte con apenas unos pocos lugares benditos así en el mundo, incluidos California, Europa del Sur y partes de Australia- es ideal para el cultivo de la mayoría de las frutas y los productos hortícolas. Junto con su ubicación en el hemisferio opuesto al que alberga al grueso de la población del mundo, esto ha transformado a los cultivos de Chile en una industria que envía miles de toneladas de uvas, manzanas y otras frutas a Europa y Norteamérica cada año.

Igualmente importante, sostiene Juan Miguel Ovalle, presidente de la Asociación de Productores Avícolas (APA) y de la Asociación de Productores de Cerdo de Chile (ASPROCER), es el estatus sanitario de Chile. Rodeado por desiertos, montañas y campos de hielo, está naturalmente protegido contra las enfermedades de animales y plantas que pueden deteriorar la agricultura.

Esto, junto con cuidadosos controles fitosanitarios, ha sido clave para obtener acceso a nuevos mercados, especialmente en un período que ha presenciado importantes brotes de enfermedades como el mal de las vacas locas, la fiebre aftosa y, más recientemente, la gripe aviar. En algunos casos, los brotes en otras regiones han ayudado a los productores chilenos a llegar a nuevos mercados y a reemplazar a proveedores establecidos afectados por enfermedades.

Otros recientes acontecimientos también brindan prometedoras perspectivas a la agricultura chilena. La serie de tratados de libre comercio suscritos con importantes potencias económicas durante los últimos cuatro años significa que los agricultores chilenos tienen un acceso sin parangón a mercados que representan cerca del 75% del PIB mundial. Los mercados de alimentos, por supuesto, siguen estando altamente regulados por los gobiernos, en muchos países desarrollados, que desembolsan miles de millones de dólares cada año para proteger su agricultura de importaciones más baratas.

No obstante, la eliminación o reducción de aranceles en las economías de la Unión Europea y Norteamérica implican que Chile tiene una ventaja significativa respecto de exportadores rivales de alimentos. Aunque el acceso no es siempre sencillo y la obtención de los permisos fitosanitarios necesarios pueden demorarse, Ovalle destaca que Chile recientemente pudo comenzar a exportar cerdo a Estados Unidos y que espera obtener pronto acceso para la carne de ave.

“Están presentes todos los elementos para convertir a Chile en un gran productor de alimentos de aquí al 2014 ó 2015”, dice Guido Herrera, subdirector nacional de investigación y desarrollo del Instituto de Investigaciones Agropecuarias (INIA), dependiente del Ministerio de Agricultura. “Sólo tenemos que poner las piezas en su lugar, de manera que el sistema funcione como reloj”, insiste.

DESAFÍOS

A pesar de este brillante panorama, quienes trabajan en la industria reconocen que el sector necesita abordar algunos importantes desafíos antes de poder materializar todo su potencial agrícola. Primero que todo, dice Montanari, es necesario que sea mejor reconocido como un proveedor confiable de alimentos saludables.

Pese a la extensa gama de productos alimenticios que exporta Chile, aún no es ampliamente reconocido en Europa o Norteamérica como un productor clave de alimentos. Quizás sólo en lo relativo al vino -producto cuyo origen es parte integral de su atractivo para el consumidor- y como proveedor de frutas, Chile se ha convertido en una marca reconocida.

Sin embargo, la imagen de un país lejano y prístino que está desarrollando el sector turístico de Chile se ajusta bien con el deseo de los compradores modernos de productos naturales. Y el cordero patagónico de Chile ya se está haciendo un nombre por las condiciones prácticamente orgánicas en las que se crían los animales.

Pero, según Montanari, que haya un mayor avance en este campo dependerá no sólo de la inversión en campañas promocionales, sino también de que los propios chilenos reconozcan el potencial agrícola de su país. ”Si no lo reconocemos nosotros, ¿cómo puede verlo la gente fuera de Chile?”, se pregunta.

Es necesario que las agencias gubernamentales estén más conscientes de la creciente importancia de las exportaciones de alimentos de Chile, afirma Juan Miguel Ovalle. Si bien el profesionalismo de las entidades agrícolas del país es reconocido como un factor clave en permitir que los productores de alimentos de Chile logren acceder a los mercados mundiales, están -por lo general- demasiado concentrados en cuestiones internas y no suficientemente sintonizados con las necesidades más internacionales de los exportadores.

Otro desafío clave, según Guido Herrera de INIA, es que los agricultores usen de mejor forma la tecnología disponible. La agricultura mundial se está transformando rápidamente en una industria de alta tecnología, al menos tan compleja como el desarrollo de software o la producción de aviones, sostiene, y para competir el sector necesita adoptar tecnología de punta, a fin de reducir costos, estandarizar la producción y desarrollar nuevos productos.

Se han logrado avances. Las viñas, por ejemplo, ahora están usando fotografías aéreas y sistemas de riego computarizados para administrar el agua, los nutrientes y los pesticidas en la cantidad exacta que cada cepa requiere.

Pero si bien las universidades chilenas generan agrónomos y otros especialistas de nivel suficiente, Herrera dice que el problema radica en persuadir a la industria, especialmente a los pequeños y medianos agricultores, de las ventajas de la nueva tecnología. También es necesario trabajar más para utilizar la biotecnología a fin de patentar nuevas variedades de frutas y crear especies que puedan sobrevivir de mejor manera a los rigores de la refrigeración y del envío a supermercados en la otra mitad del mundo.

“Si queremos dar ese gran salto en desarrollo, la tecnología es fundamental, pero (…) el sector privado no está usando el 100% de la capacidad tecnológica del país”, sostiene Herrera.

LA PROBLEMÁTICA DE LA MODIFICACIÓN GENÉTICA

La aplicación de nuevas tecnologías en agricultura, sin embargo, no es siempre una simple cuestión de retornos de efectivo. En Estados Unidos y otras partes del mundo, las cosechas modificadas genéticamente han significado importantes ahorros para los agricultores, pero han encontrado una férrea resistencia en Europa, donde los consumidores están preocupados sobre la seguridad que hay en interferir artificialmente especies naturales.

Ansioso por mantener buenas relaciones con todos los mercados, Chile se ha resistido a elaborar leyes de bioseguridad que podrían permitir el cultivo de cosechas modificadas genéticamente, pero sí autoriza la investigación y producción de semillas. Según Herrera, la posición “estratégicamente neutra” de Chile implica que puede despejar los temores entre los consumidores europeos sobre los alimentos Frankestein o Frankenfoods como se les denomina, mientras se mantiene al día sobre los últimos desarrollos.

Y el país tiene una masa significativa de investigadores y técnicos con el conocimiento requerido en caso de que cambie el clima internacional que rodea a los alimentos genéticamente modificados, afirma. “Con el tiempo, podría abrirse la puerta a los alimentos genéticamente modificados y Chile estará preparado si es que eso llega a ocurrir”, señala.

En ChileAlimentos, Alberto Montanari respalda la postura del gobierno, aunque otros temen que, en vez de proteger los interese del país, su actitud de “nado entre dos aguas” signifique que los agricultores chilenos estén perdiendo algunos mercados vitales. Alfredo Villaseca, director en Chile de Monsanto, productor estadounidense de semillas genéticamente modificadas, afirma que la situación es “ridícula”.

Los agricultores chilenos pueden producir semillas de maíz genéticamente modificadas, pero no pueden cultivar ni vender el mismo maíz en el país, afirma. A su vez, la semilla se exporta -por ejemplo, a Argentina o Estados Unidos-, luego se reimporta como maíz y los productores locales de cerdo lo emplean como alimento para sus animales.

“Chile tiene lo peor de los dos mundos”, concluye Villaseca. Mientras Juan Miguel Ovalle admite que la falta de producción nacional de granos para alimento está perjudicando un desarrollo más rápido del sector de producción de carne de cerdo y aves de corral.

En tanto, otros países están recurriendo a las ventajas de las cosechas genéticamente modificadas. La vecina Argentina ha sido capaz de incrementar la superficie plantada con porotos de soya de 2 a 14 millones de hectáreas, en la última década, gracias a los menores costos de producción de variedades resistentes a las pestes. Y, aunque las características de Chile implican que es improbable que se convierta en un importante productor de cosechas de granel, donde la tecnología de modificación genética se está empleando, esta tecnología se expandirá a otras especies, tales como las frutas estacionales, donde en la actualidad Chile tiene una ventaja competitiva.

PEQUEÑOS AGRICULTORES

Sin embargo, quizás el desafío más importante de Chile en el desarrollo de su potencial agrícola será la incorporación de los pequeños agricultores, que componen el grueso del sector, a los mercados de exportación. Gran parte de la tierra cultivable de Chile es controlada por pequeños terratenientes, de los cuales cerca de 180.000 actualmente no tienen acceso alguno a los mercados de exportación, destaca Herrera.

Si Chile realmente quiere materializar su potencial agrícola, abrir los mercados de exportación a estos pequeños productores es una tarea esencial, sostiene. “Si el país va a aumentar significativamente sus exportaciones de carne y duplicar el tamaño del ganado nacional, ¿cómo vamos a lograrlo? Con los pequeños productores, no con los grandes”, afirma.

Aunque los pequeños productores a menudo carecen de capacidad financiera y del conocimiento necesario para acceder a mercados lucrativos en el exterior, Herrera señala que a través de un esfuerzo conjunto entre el gobierno y el sector privado, este nexo puede generarse.

Destaca un experimento financiado por una agencia japonesa de desarrollo en áreas rurales cerca de Chillán, en el sur de Chile, donde los pequeños terratenientes tuvieron acceso a asesoría, créditos y otros servicios especiales. En un plazo de cuatro años, el avance era tal que los pequeños agricultores que siempre habían caminado varios kilómetros para llegar a sus campos, pronto pudieron comprar bicicletas y luego motos.

“Si podemos hacer que el 30% o el 40% de estos pequeños agricultores llegue a los mercados de exportación, soy optimista en cuanto a que podremos dar este salto en la agricultura, del que todo el mundo está hablando”, dice Herrera. Aunque puede que no sea tan simple.

En APA, Juan Miguel Ovalle destaca que el rápido crecimiento de la producción de aves de corral en Chile se ha sumado a la consolidación del sector concentrada sólo en siete actores principales. Y, señala, que la creación de estos agro-gigantes ha sido crucial para su capacidad de conquistar nuevos mercados alrededor del planeta.

“La integración vertical -con empresas que controlan todo, desde que se pone el huevo hasta el envío al supermercado- ha sido vital en posibilitar que Chile ofrezca productos alimenticios seguros y competitivos”, señala.

En la industria productora de carne de cerdo, los pequeños y medianos actores aún existen, principalmente como productores de cerdos que proporcionan animales por contrato a grandes plantas procesadoras. Pero las exigencias medioambientales cada vez más estrictas y la necesidad de economías de escala hacen que para estas operaciones más pequeñas sea cada vez más difícil competir.

“No están creciendo, porque su tamaño no justifica las inversiones ambientales que requieren las nuevas instalaciones”, destaca Ovalle. De hecho, anticipa una mayor consolidación de la industria, con la producción concentrada en sólo unas pocas plantas.

Esto sugiere que si Chile va a materializar su potencial como potencia en materia alimenticia, ello sólo ocurrirá porque se ha llevado a cabo una importante reestructuración y modernización del sector agrícola. Las recompensas serán fructíferas, aunque el desafío puede ser intimidante.

¿Could Chile, as the new government has suggested, become a leading world food producer? The potential is there, but so are the challenges.

Chile is already a major food exporter. Industries, such as salmon farming, winemaking and fresh fruit production, that hardly existed just a quarter of a century ago, have grown into multi-million dollar businesses that claim an important share of world markets.

With food exports topping US$8 billion in 2005, Chile now takes 17th place among the world’s food providers, ranking between Argentina and New Zealand. And, as the country’s network of free trade agreements opens up new markets, the country’s agricultural industry is widely expected to take a great leap forward.

Chile's poultry and pork sector is a prime example of the transformation currently taking place in Chilean agriculture. >From less than US$50 million a decade ago, white meat exports reached almost US$500 million last year, with a list of clients topped by markets as far away as Great Britain and Japan.

And the sector is now looking to increase its exports to close to US$800 million by the end of the decade, principally through access to the lucrative U.S. market. It is unlikely that Chile will ever catch up with major white meat producers such as Brazil, Canada or Denmark, but if other sectors can emulate poultry and pork farmers, Chilean agriculture has a more than promising future.

Authorities in both the private and public sectors now talk of Chile emerging as one of the world’s top ten food exporters over the next decade. That would mean roughly doubling the value of the country’s food exports to US$15 billion to stand shoulder-to shoulder with the likes of Spain or Australia.

A boom in food exports on that scale would have a remarkable impact on the country’s economy, experts say. Food production already represents more than 10% of GDP and the industry employs 17% of the country’s workforce, providing far more jobs than, for example, the mining industry.

Alberto Montanari, chairman of the Chilean Association of Food Companies (Chilealimentos), describes the food industry as Chile's second wage. “And one that is better distributed, less cyclical and creates more work than copper mining,” he adds.

But what qualities does Chile, a relatively small country far from the world’s major markets, have that hold such bright prospects for its agricultural sector?

BUILDING ON NATURAL ADVANTAGES

For Montanari, Chile’s most important advantage is its climate, particularly in the balmy Central Valley. With just 4.5 million hectares of arable land, Chile is a minnow in global food markets and cannot hope to compete with the likes of Argentina or Canada in the production of commodity crops such as soya or wheat.

However, its Mediterranean mix of hot summers and mild winters - shared with just a handful of blessed spots around the world, including California, southern Europe and parts of Australia - is ideal for the cultivation of most kinds of fruit and horticulture. Combined with its position in the opposite hemisphere to the bulk of the world’s population, this has transformed Chile's orchards into an industry that ships thousands of tons of grapes, apples and other fruit to Europe and North America each year.

Of equal importance, argues Juan Miguel Ovalle, chairman of the Poultry Producers’ Association (APA) and the Pork Producers’ Association (ASPROCER), is Chile's sanitary status. Hemmed in behind deserts, mountains and ice fields, it is naturally protected against the animal and plant diseases that can blight agriculture.

This, together with careful phytosanitary controls, has been key in gaining access to new markets, especially in a period that has seen major outbreaks of diseases such as BSE, foot-and-mouth and, mostly recently, avian flu. In some cases, outbreaks elsewhere have actually helped Chilean producers break into new markets by replacing established suppliers crippled by disease.

Other recent developments also hold promise for Chilean agriculture. The raft of free trade agreements signed with major economic powers over the last four years means that Chilean farmers have unmatched access to markets representing around 75% of global GDP. Food markets, of course, remain highly regulated with governments in many developed countries handing out billions of dollars each year to protect their agriculture from cheaper imports.

However, the elimination or reduction of tariffs in the European Union and North American economies mean Chile has a significant advantage over rival food exporters. Although access is not always straightforward and obtaining the necessary phytosanitary permits can take time, Ovalle notes that Chile was recently able to start exporting pork to the United States and soon hopes to win access for poultry.

“All the elements are present to make Chile a food producer giant by 2014 and 2015,” says Guido Herrera, deputy director of the government’s Agricultural Research Institute (INIA). “We just have to put the pieces together so the system works like clockwork,” he insists.

CHALLENGES

Despite this bright outlook, industry insiders recognize that the sector needs to address some major challenges before it will be able to realize its full agricultural potential. First of all, says Montanari, it needs to make itself better known as a reliable supplier of healthy foods.

Despite the wide range of foodstuffs exported by Chile, it is still not widely recognized as a key food producer by shoppers in Europe or North America. Only perhaps in wine, a product whose origin is an integral part of its attraction to the consumer, and as a fruit supplier has Chile become a recognized brand name.

However, the image of a remote and pristine country being developed by Chile’s tourist industry is one that fits well with modern shoppers´ desire for natural products. And Patagonian lamb from Chile is already developing a name for itself for the virtually organic conditions in which the animals are reared.

But, according to Montanari, further progress in this field will depend not only on investment in promotional campaigns, but also on Chileans themselves recognizing their country’s agricultural potential. ”If we don’t recognize it ourselves, how are people outside Chile going to see it?” he wonders.

Government agencies need to be more aware of the growing importance of Chile's food exports, adds Juan Miguel Ovalle. While the professionalism of Chile's agricultural agencies is recognized as a key factor in allowing the country’s food producers to gain access to world markets, they are, he argues, generally still too focused on domestic issues and not sufficiently attuned to the more international needs of exporters.

Another key challenge, according to INIA´s Guido Herrera, is to improve farmers’ use of the available technology. Global agriculture is rapidly becoming a hi-tech industry at least as complex as software development or aircraft production, he argues, and in order to compete, the sector needs to adopt cutting-edge technology to reduce costs, standardize output and develop new products.

Progress is being made. Wineries, for example, are now using aerial photography and computerized irrigation systems to administer water, nutrients and pesticides in the exact amounts that each vine requires.

But while Chile's universities produce agronomists and other specialists of sufficient standard, Herrera says that the problem lies in persuading the industry, especially small and medium-sized farmers, of the advantages of new technology. And more work is also needed to make use of biotechnology to patent new fruit varieties and create species that can better survive the rigors of refrigeration and shipment to supermarkets halfway around the world.

“If we want to make that big leap forward in development, technology is fundamental but…the private sector is not using 100% of the country’s technological capacity,” argues Herrera.

THE GM QUESTION

The application of new technologies in agriculture, however, is not always a simple matter of cash returns. In the U.S. and elsewhere, genetically modified crops have meant significant savings for farmers, but have met stiff resistance in Europe where consumers are concerned about the safety of artificially interfering with natural species.

Anxious to maintain good relations with all markets, Chile has resisted drawing up bio-security laws that would allow the cultivation of GM crops but does permit seed production and research. According to Herrera, Chile's “strategically neutral” position means that it can allay fears among European consumers about so-called Frankenfoods while staying abreast of the latest developments.

And, he says, the country has a significant mass of researchers and technicians with the requisite expertise should the international climate surrounding GM foods change. “Eventually the door to genetically modified foods could open and Chile will be prepared if and when it occurs,” he says.

At Chilealimentos, Alberto Montanari supports the government’s stance but others fear that, rather than protecting the country’s interests, its ´on the fence´ attitude means that Chilean farmers are losing out in some vital markets. Alfredo Villaseca, director in Chile for Monsanto, a U.S.-based producer of genetically modified seeds, argues that the situation is “ridiculous”.

Chilean farmers can, he points out, produce genetically modified corn seed, but not cultivate and sell the same corn domestically. Instead, the seed is exported - for example, to Argentina or the U.S. - and then imported back in the form of corn for use as feed by local pig farmers.

“Chile has the worst of both worlds,” concludes Villaseca. And Juan Miguel Ovalle admits that a lack of domestic grain feed production is hampering more rapid development of the poultry and pork sector.

Meanwhile, other countries are tapping into the advantages of GM crops. Neighboring Argentina has been able to increase the area planted with soya beans from two million to 14 million hectares over the last decade, thanks to the lower production costs of pest-resistant strains. And, although Chile's characteristics mean that it is unlikely to become a major producer of the bulk crops where GM technology is currently being employed, this technology will spread to other species, such as seasonal fruits, where Chile does at present have a competitive advantage.

SMALL FARMERS

However, perhaps Chile's most important challenge in developing its agricultural potential will be to incorporate small producers, who make up the bulk of the sector, into export markets. Much of Chile's cultivable land is controlled by smallholders, around 180,000 of whom currently have no access to export markets, notes Herrera.

If Chile wants to really fulfill its agricultural potential, opening export markets to these smaller producers is an essential task, he maintains. “If the country is to significantly increase its beef exports and double the size of the national herd, where are we going to achieve it? With the small producers, not the large ones,” he argues.

Although small producers often lack the financial capacity and necessary knowledge to access lucrative overseas markets, Herrera says that, through a concerted effort by government and the private sector, this link can be made.

He points to an experiment funded by a Japanese development agency in rural areas near Chillán in southern Chile where smallholders were given access to specialist advice, credit and other services. Within four years, progress was such that small farmers who had always walked several miles each day to their fields were soon able to acquire bicycles and then motorbikes.

“If we can bring 30% or 40% of these small farmers into the export sector, I am optimistic we can make this leap in agriculture that everyone is talking about,” says Herrera. But it may not be that simple.

At APA, Juan Miguel Ovalle notes that the rapid expansion of poultry farming in Chile has been matched by the sector’s consolidation into just seven major players. And, he argues, the creation of these agro-giants has been crucial for its ability to conquer new markets around the globe.

“Vertical integration - with companies controlling everything from laying the egg to delivering the product to the supermarket - has been vital in allowing Chile to offer safe and competitive food products,” he maintains.

In the pork industry, small and medium-sized players still exist, mostly in the form of pig farmers who supply animals under contract to large processing plants. But ever stricter environmental requirements and the need for economies of scale are making it increasingly difficult for these smaller operations to compete.

“They are not growing because their size does not justify the environmental investments required of new installations,” points out Ovalle. In fact, he anticipates further consolidation in the industry, with production concentrated in just a few plants.

What that suggests is that if Chile is to realize its potential as a food power, this will only happen because a major restructuring and modernization of the agricultural sector has taken place. The rewards would be rich, but the challenge is daunting.
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